PRIMER CUADRO. Lorenzo es un profesional de clase media alta, con buen empleo y con unos ahorros que le permiten contemplar el futuro con despreocupación. Es un hombre de éxito. Vive en un lugar que ahora la derecha y sus reducciones de impuestos denominan paraíso. Paraíso fiscal, quieren decir. Es lo que tiene la derecha después de Trump que degrada el lenguaje hasta límites inimaginables y la demagogia neoliberal carece de límites. A cualquier cosa llaman paraíso. Un día Lorenzo (nombre ficticio) me comentó que era partidario de las tesis de Ayn Rand. Rand es una escritora norteamericana, de origen ruso, cuya obra Trump dijo utilizar como guía. Las ventas de sus libros se dispararon en Norteamérica y en otros lugares de Europa. Defiende un individualismo feroz frente a un Estado que debe ser “jibarizado” lo más posible. En esa línea Lorenzo sostiene con fervor que el dinero de los ciudadanos donde mejor está es en sus bolsillos, no en las arcas del Estado.
SEGUNDO CUADRO. Pero la vida es un guión escrito por un autor loco, en expresión no literal de Woody Allen. La crisis económica del 2008, y más tarde el COVID, dejaron sin trabajo a Lorenzo. A su situación de desempleo se unió una enfermedad de las llamadas raras de su esposa. Con una póliza amplia de una entidad sanitaria privada creía estar pertrechado contra cualquier riesgo. Desconocía entonces que hay gente que convierte la salud ajena en rendimientos económicos de altos beneficios. Los ahorros se fueron terminando por las facturas elevadas que el tratamiento de su mujer demandaba. Tuvo que hipotecar la casa, un chalet en una urbanización de prestigio. Ya, sin poder hacer frente a los gastos, los responsables de la entidad privada, le impusieron que se trasladara a la sanidad pública, si es que podía. Los tratamientos costosos que su mujer necesitaba no los soportan las entidades privadas, pues merman sus márgenes de beneficios.
TERCER CUADRO. Viviendo de alquiler en un piso tipo de un barrio mediocre, y con trabajos dudosos, Lorenzo gestionó la admisión de su esposa en un hospital público. La mujer empezó a notar mejoría, sin cuestionar los costosos tratamientos que le aplicaban. Lorenzo se planteó cómo era posible un cambio tan diferente de una entidad a otra. Leyendo descubrió que los tratamientos y la mejoría de su mujer eran posibles porque la sanidad pública se financiaba con los impuestos de todos los ciudadanos. Y descubrió que los impuestos de los ciudadanos era una de las conquistas más relevantes del progreso de la humanidad. Lo que cada ciudadano aporta en sus impuestos crea unas sinergias formidables. Y descubrió también que este sistema era igual para todos con independencia de sus profesiones, sus ideas, su procedencia, sus creencias religiosas o filosóficas. Se olvidó de Ayn Rand y sustituyó sus lecturas por Paul Krugman, Stiglitz o Piketty. Repasó su situación, sus cuentas corrientes vacías, el coste de sus hijos estudiando en colegios privados. Vió a su esposa, cada día más esperanzada ante la hipotética curación de una enfermedad desconocida. Lorenzo concluyó algo que antes hubiera sido impensable en un profesional como él, confiado en el poder del individuo. El dinero de su bolsillo había desparecido en facturas de la medicina privada. Lorenzo, no sé si lo he dicho, es un nombre ficticio, sacó a sus hijos de los colegios privados y pasaron a ser alumnos de las enseñanzas públicas y su mujer era cuidada en la sanidad pública. Estaba, ahora sí, en la otra cara del paraíso. Los impuestos que no se pagan, no se invertirán en servicios públicos: sanidad, educación, asistencia social, pensiones públicas, etc. Los paraísos privados siempre disimulan los infiernos colectivos que ocultan.