Una mujer
Desde hace aproximadamente 38 años, soy una mujer. Tengo que confesar que, al menos hasta los 30, nunca me sentí diferente a un hombre en cuanto a las posibilidades, oportunidades o condiciones en las que había de desarrollarme. He estudiado una carrera universitaria. Llevo trabajando desde los 18 años en diversos sectores y, jamás me he sentido discriminada o minusvalorada por ser mujer. No he percibido desigualdad alguna respecto al hombre… hasta los 30.
A los pocos días de cumplir 30 años sucedió algo que cambió mi vida para siempre. Hasta mi nombre cambió para hacer aún más real el hecho de que, a partir de ahí, todo sería diferente. Me convertí en Mamá, y, por supuesto, algo así afectó a todos los aspectos de mi vida, también a mi carrera profesional, que bajó peldaños en mi escala de prioridades a una velocidad vertiginosa.
El mismo día de mi transformación, y a la misma hora, mi compañero (desde entonces conocido como Papá) también sintió como todo su mundo se revolucionaba… O casi. En su empresa dejaron de verle 15 días, más otros 15 que estuvieron felicitándole. Eso fue todo.
Es cierto que fue decisión mía ser sólo (nada más y nada menos) que Mamá durante todo el año siguiente. Ahí descubrí la relación entre la vida laboral y los canes; un año de “parón” equivale a 7, y ese boquete en tu carrera es muy difícil de llenar. Como difícil no es imposible, me puse manos a la obra y me hice con el traje de superwoman; iba a ser Mamá y Profesional. Porque yo lo valía, porque yo podía, porque las mujeres ya pueden llegar donde quieran… Esto último es una verdad indiscutible, como también lo eran el agotamiento y la culpa, el estrés y la culpa, la ineficiencia y la culpa. Superwoman era profesional a medio gas y
malamadre. Se me rebelaban entonces otras dos verdades: ése no era el camino y no me daba la gana de elegir.
Tomar conciencia del problema, como en las adicciones, es el primer paso hacia la solución. Mis antecesoras habían conquistado muchísimo en el camino hacia la igualdad pero ni mucho menos estaba todo hecho. La corresponsabilidad no estaba en la cabeza de mis abuelos como lo estaba en la de mis padres, y en ellos esa idea aún estaba en pañales. En la educación de mis hijos será ya un valor fundamental. Educación, en casa y en la escuela, pero hace falta más.
Cuando la normalidad consista en que cuando nace un bebé padre y madre tienen los mismos descansos, las mismas posibilidades reales de reducción de jornada, idénticos derechos y deberes en la crianza, guarda y custodia de los hijos, empezaremos a ver cómo la brecha desaparece, y cómo las mujeres ocupan en el mercado laboral el espacio que ocupan en el mundo.
Hombres y mujeres trabajamos juntos para que reivindicar igualdad sólo sea una lección en un libro de Historia que recuerde a nuestros hijos que lo que no se pelea y valora, se pierde.
Orlena De Miguel. Portavoz de Cs en Castilla-La Mancha