Contar una historia
Creo que hay cuatro obras que forjan los cimientos de lo que se llamó, y todavía sigue vigente, nuevo periodismo. Un enlace entre la narrativa del diecinueve y la actualidad es algo básico de su sustancia, pues a pesar de que el naturalismo y el realismo anterior pretendían una imposible objetividad frente a las cosas, fue la imaginación y subjetividad humana quien marcó el futuro. El romanticismo puso las bases de ese periodismo en el que narrar es algo más que ejercer de notario de una actualidad que, a pesar de ser matemática en sus causas y sus efectos, no lo es en sus percepciones, como demostró nada menos que Einstein con su Teoría de la Relatividad. Mariano José de Larra, nunca del todo recordado, casi nadie le cita, forma parte de esa genealogía del nuevo periodismo que hoy, con internet, si cabe, tiene más vigencia. El valor de la inmediatez ha estallado en nuestros pequeños artilugios, que en las manos, mirándonos y mirándolos, nos dicen qué pasa aquí o en Honolulu en una décima de segundo. Y además nos lo sirven frito, embellecido y suculento. Pero eso es sólo un pequeño bocado de la actualidad, de lo que pasa en la calle, como diría Machado, don Antonio. Hace falta algo más, mucho más, nada menos que convertir la actualidad en historia.
Ese nuevo periodismo, que no se vuelve viejo, sino que destella aún más necesario con la complejidad del mundo (como dice el biólogo Joël de Rosnay, la verdadera evolución es ir de lo simple a lo complejo, de la célula a la neurona) recoge de la literatura su ropaje para presentarse al mundo. Y antes de señalar esas cuatro obras que decía, tengo que ahondar hacia la noche de los tiempos para hablar de esa crónica de guerra inigualable que es la Ilíada. Obra de periodismo colectivo seguro, pues Homero, si no eran varios, bebió de múltiples fuentes que contaban qué pasó en una guerra lejana que al cabo fue mundial para los aqueos y los teucros. Si uno quiere encontrar magisterio narrativo en una crónica que lo busque en la Ilíada. Si busca crónica de viajes en la Odisea, otra obra maestra que, con El Quijote, nos enseña el magisterio de un gran reportaje del tiempo y los caminos. Pero yendo más cerca y enlazando con lo que decía al principio, aterrizo en Daniel Defoe y su Diario del año de la peste, el cual leyó García Márquez e inspiró su Relato de un náufrago. Ambas sólidos comienzos de ese periodismo que no se conforma con ser frío notario. Y cómo no, Truman Capote y A sangre fría, y Tom Wolfe y La hoguera de las vanidades son las otras columnas. Todas gozo inmenso para cualquier periodista ávido de entender que, como decía Defoe, "el hombre (y la mujer) debe ser el tema de cualquier historia". Porque la actualidad, al cabo, no es otra cosa que una historia que desea ser contada.