Voy a querellarme contra Vox
Lo he venido dando vueltas desde hace algún tiempo, pero ya lo he decidido. Voy a querellarme contra Vox. Pondré el asunto en manos de un buen abogado y se van a enterar estos recién llegados. Quizá no tenga que buscar demasiado lejos para encontrar un buen letrado defensor de mi querella, pero seguro que les va a meter caña. Les va caer la del pulpo.
Lo venía demorando, pero después de su campanada en las elecciones andaluzas, una vez que ya he conocido lo principal de sus propuestas políticas, mi decisión ya no tiene vuelta atrás. La base de mi querella será que me han plagiado. Si no del todo, sí al menos en parte. Ahora que está tan de moda eso de que los plagios en másteres y tesis doctorales son grave delito penal, que alcanza a tirios y a troyanos, he visto todas las puertas abiertas para plantarles cara con mi querella. Me han plagiado. Me han copiado vilmente. Prácticamente me han “fusilado”.
Hace tiempo que yo venía manteniendo y hasta defendiendo públicamente si era necesario, como irrenunciable valor de mi ideario político, la unidad de España. Bueno… pues va esta cuadrilla de advenedizos, se envuelven en la bandera roja y gualda, y me plagian descaradamente esta idea fundamental de mis principios más básicos. No hay derecho.
Venga, otro tema del dilema: desde hace bastante tiempo, desde aquello del insensato “papeles pa tós”, vengo creyendo que este asunto de la emigración ilimitada es un problema nacional que antes o después habrá que abordar. Y ello desde algunas premisas básicas. Algunas tan elementales como conocer algo sobre la voluntad de integración de los emigrantes, saber si vienen a convivir pacíficamente o a delinquir, o valorar nuestra propia capacidad de proporcionarles empleo y una vida digna, mejor que la de sus países de origen. Y en función de todo ello organizar y cuantificar nuestra posibilidad de acogida.
¿Vale? Pues vienen ahora estos salvapatrias, copistas profesionales, a decir prácticamente lo mismo que, antes de que ellos aparecieran en la escena política, yo venía albergando en mi caletre. Pero, ¿serán desaprensivos? Su voluntad de apropiarse de ideas y razones ajenas es inequívocamente delictiva.
Pero no acaba aquí su condición de copiones sin escrúpulos. Desde que el ínclito presidente Zapatero se sacó de la manga aquello de la Memoria histórica tuve la sensación de que el esfuerzo de sacar adelante aquella iniciativa legislativa podría haberse dedicado a mejores objetivos. Todo menos reavivar odios y reabrir heridas que ya creíamos cicatrizadas. ¿Qué creen, que estos voxistas no iban a meter también y a fondo su clandestina fotocopiadora en mis archivos de ideas y pensamientos? Nada de eso: allá que te fueron también a pegarme el fusilazo en este asunto que, desde mucho antes que don Abascal saliera a la escena política, yo ya le tenía más que trabajado y rumiado.
Y ¿qué decir de lo de la ideología de género? Desde que apareció esta monserga en el mundillo mediático, hace ya bastante tiempo, siempre me pareció, entre otras cosas, un despropósito absurdo y totalitario. Ya cansina ahora hasta la náusea, de esta ideología, más que de género degenerada, he criticado algunas de sus más clamorosas contradicciones. Así, por ejemplo, que sus entusiastas valedores de la progresía patria renuncian definitivamente al ideal de la dictadura del proletariado y lo sustituyen por la dictadura del nazi feminismo, a la vez que proclaman el fin de la lucha de clases para abrazar la lucha de sexos. De lucha a lucha. El caso es seguir odiando.
Por cierto, curiosa lucha en la que se establecen dos bandos bien diferenciados: uno, en el que militaremos todos los maromos, sea cual sea nuestra clase, edad o condición, y otro en el que estarán doña Ana Patricia Botín y la chica de servicio que limpia cada mañana su señorial despacho de la presidencia en la planta noble de la sede social del Banco de Santander. Bien juntitas. Como si tal cosa. Curioso, ¿no?
Y vienen ahora estos voxistas novatos en la cosa democrática, me fusilan mis argumentos “antigeneristas”, van los tíos tan panchos y me lo calcan. Pero, ¡cómo no me voy a querellar! Es indignante.
Pero donde su nivel de desvergüenza de depredadores compulsivos de ideas ajenas alcanza límites clamorosos es en el asunto de cepillarse el nefasto Estado de las autonomías. Si hay algo que desde hace mucho tiempo constituye una de mis convicciones más profundas es el evidente fracaso de aquel modelo de reparto del poder territorial que, incorporado al Título VIII de nuestra Constitución, fue alumbrado en los ya lejanos años de la Transición.
Llegan ahora estos robaperas y de sus manos lavadas, como grandes descubridores del invento, colocan en primera plana de sus propuestas políticas la supresión de este mamoneo del “café para todos” y de las diecisiete chiringuitaifas, origen de todo lo que nos está pasando ahora. ¡De ayer es que lo tengo yo proclamado sin ningún pelo en la lengua! Y escrito ni les cuento. Bastaría echar mano a las fechas 7/marzo, 11/julio y 27/noviembre de este mismo generoso Digital que, una vez más, acoge hoy mis opiniones, para comprobar hasta qué punto mi pensamiento anti-autonomista era en aquellas fechas y sigue siéndolo hoy, y cada vez más, una de las señas de identidad de mi ideario político.
Bueno, pues se nos plantan ahora estos caballeros en la oferta política del Patio de Monipodio del desbarajuste nacional, y me fusilan con todo descaro y como si fuera propia su pasión contra las taifas autonómicas y su propuesta de darles carpetazo. Es el colmo de la cara dura. Pero que no se equivoquen, que ya lo he dicho: querella al canto. Y por este motivo más que por ningún otro.
Y aunque los puntos mencionados podrían valer como botón de muestra, no me cabe duda alguna de que muchos otros de mis planteamientos políticos me los han calcado de mala manera para incorporarlos a sus programas y propuestas. Baste, de momento, con lo anterior, que ya es más que suficiente para poder decir a este nuevo partido emergente que podían echarle un poquito más de imaginación a la cosa y no liarse a plagiar a troche y moche como un presidente del gobierno cualquiera.
Y lo malo no es que me hayan plagiado, que de eso ya se ocupará mi abogado con la querella. Lo peor es que me han puesto en un brete, porque a ver qué hago yo ahora cuando lleguen las elecciones. ¿Voto a un partido de extrema derecha según le califican, con extraña e insistente unanimidad, La Sexta, El País y toda le peña progre de este país, o voto a una impresentable caterva de plagiarios?
¡Vaya dilema! Aunque en el día electoral, gracias a cualquier oferta low cost, siempre nos quedará París.