Tal vez, si mañana se acabara
Hay tiempos que, aun siendo presente, tienen caducidad casi exacta. Son tiempos que vienen en un informe médico y esconden a lo lejos un réquiem que dice delicadamente adiós con las manos.
Solo pensar en ello provoca un dolor muy personal y una innegable angustia, y el cuerpo reacciona con un escalofrío chocante y áspero. Vivir sabiendo el final no es algo que se pueda digerir de inmediato ni lentamente, pues no hay tiempo.
Sin embargo, lo más incongruente de esto es que todas y cada una de las personas que habitamos en este balón vivimos con ese final seguro, aunque solo unas cuantas saben la causa que lo provocará y, más o menos, el momento en que sucederá. Desde lo más profundo de mi persona, me pregunto, ¿es esto una condena o una bendición? No puedo responder, solo puedo contar lo que vosotras, con vuestro testimonio, me habéis hecho sentir.
Esta columna va por dos mujeres que, directa o indirectamente, me han abierto ese espacio tan íntimo y vital que se llama «esperar el final». Con los dedos entrelazados en estas palabras, quiero hacer valer esta íntima película tan real en la que seguís arriesgando con total dignidad ante una realidad que desease ser soñada, que no vivida. Y con toda la verdad que seda el alma para compartirlo, escribo vuestras palabras para abrir bien los ojos y abrazar la vida con la lealtad que merece.
Alguien vestido de blanco, como si fuera un ángel, me ha dicho que viene el ocaso del camino, que hay que ir quemando las naves, sintiéndolo mucho (como canta Sabina). Y es ahora cuando «bendigo la vida».
Porque en verdad, tú, Vida —mi vida—, nunca me has pedido que tuviera esperanza, pero a ella me he aferrado con todas mis fuerzas en innumerables soplos, y sigo haciéndolo, incluso ahora, cuando me has plantado de bruces y sin pedir permiso en los últimos capítulos.
Te bendigo, porque no me diste saldos injustos ni demasiado castigo por el dolor que he podido causar por loca o instintiva. Ahora veo el final del camino y soy consciente, por primera vez, de que fui la verdadera artífice y protagonista de cada decisión tomada y con cada nota que, en ocasiones desafinada o estridente, he compuesto una melodía que es única, la mía.
Y te bendigo porque estrujé cual limón cada una de las delicias y amarguras que me regalaste. Y sucedieron así porque yo las aderecé con amor o rencor, generosidad o envidia, ternura o ira. Emociones negativas que hoy veo absurdas por el tiempo que me hicieron perder.
Y te bendigo por lo creado, por las horas que dediqué a alimentar mi cuerpo y mi mente con los manjares de otras manos y las palabras de otras plumas. Y por alimentar mi espíritu, por darme el don de la fe.
Y no te bendigo tanto por lo pronto que pasó la primavera de mis años y el verano de mis días. Eres un poco juguetona con el tiempo, pero eres sabia y tus razones tendrás. Haces que pasen como un rayo los momentos de risas y lentos los duelos que vinieron por una u otra cosa, que ya ni me esfuerzo en recordar.
Y te bendigo mucho más por el amor apasionado que me hizo sentir única, por los frutos de mi vientre que hoy saben vivirte con todo el amor. Y ahora, que nada tiene sentido y todo cobra un inmenso valor, quiero pararte y que me dejes jugar un poco más contigo.
Pero tú, mi VIDA, no eres eterna y nunca quise comprender que fueras tan corta. Y aun así, te amo.
Va por vosotras y por todos aquellos que saben bendecir la vida y lo comparten con tanta valentía y generosidad con los demás.
Feliz viaje de ida y hasta pronto.