Una rosa no es un clavel, pero son igual de bellas
El sábado tuve la dicha de asistir como invitada a la cena benéfica de la Asociación Down Toledo. Aunque el frío y confort de la manta en el sofá me susurraban un «quédate», el Pepito Grillo de mi interior me dio una patada en el trasero para enfundarme en los tacones y salir pitando una fiesta con una alegría sincera como he vivido pocas. Un mar de familias engalanadas con una sonrisa radiante, los chicos y chicas de la asociación guapos a rabiar y un salón maravilloso vestido para la ocasión hicieron que me detuviese a mirar con otros ojos.
Son las familias las verdaderas heroínas, las que desde la más tierna infancia luchan por aquellos que hemos considerado diferentes al resto. Y lo hacen desde una unión absoluta en la Asociación DOWN, con alma de tribu que acoge, crea, defiende y ayuda a los suyos con el único de fin de abrirles el mundo en el que tienen que vivir. Eso sí, con la verdadera creencia de que esos hijos, hermanas o sobrinos son capaces de mucho más.
Las personas que tienen discapacidad intelectual son como usted y como yo, personas que sienten y padecen, con deseos y anhelos evidentes, con las mismas necesidades básicas que el común de los mortales. Quizá no saben ponerle nombre al desprecio o a las emociones, pero las conciben profundamente. Quizás no saben escribir o leer, pero conocen bien lo que significan las miradas del resto. Y si escuchas a sus familiares, te das cuenta de que palabras como «arrojo», «valentía», «honestidad» o «amor» cobran un infinito valor. Me contaban: «Por un hijo o una hermana das la vida, aunque a veces te cueste rasgarte el alma. Porque subimos un escalón y, fuera de la asociación, bajamos tres».
Como la vida no cesa en sus entresijos, en su liante y preciosa forma de unirnos, el pasado lunes tuve otra sorpresa, asistir a una de sus clases. ¡Válgame! En mi ignorancia, pensaba enseñarles la importancia de la palabra. Sin embargo, regresé a mi hogar con las sacas del alma llenas de las suyas. Les invité a escribir una frase de lo que ellos desean decir al mundo. Y discúlpenme si cito las ocho frases, no abandonen su lectura y lleguen al final.
«Que nos amemos unos a otros con una sonrisa y que no olvidemos que en el corazón se siente tristeza, alegría y dolor». Esther Díaz, conserje en las Cortes desde hace veintitrés años.
«Mi deseo es amar, sonreír y muchas caricias». Laura Agudo, con su novio a la vera y una sonrisa que te derrite.
«Yo tengo corazón y quiero encontrar una pareja». Jesús García, tímido y observador, titubea a la hora de emitir su frase, pero se lanza y decide sincerarse.
«Mi deseo es únicamente cuidar de mi familia y que siempre estén bien». Pilar Fernández, esta semana, responsable de su hogar tutelado y con unos ojos azules que quitan el hipo.
«La familia y los amigos». Mónica Rojas, la más callada del grupo y a quien le cuesta un potosí sonreír para una foto, pero que se deja abrazar llegado el momento del selfi.
«Quiero que me miren como a una persona más. Y quiero mucho a mi pareja y compañeros». Javier de la Iglesia, enamorado hasta las trancas de su chica a quien no para de decirle palabras llenas de ternura.
«Salir a la calle con mis amigas mucho tiempo más». Pilar Lillo, celadora del hospital Tres Culturas y orgullosa de su pueblo.
«Encontrar la oportunidad para ser actor y tener el amor de un chico que sepa quererme». Conceso Tabasco, el más veterano.
Si no les digo que son los deseos de personas con discapacidad intelectual, ustedes ni lo habrían notado. El amor, los sentimientos, la familia y su cuidado, la pareja y los sueños no entienden de capacidades. ¿Se puede tener más inteligencia emocional?
Y llegó el momento de despedirse, emocionada, con más cariño del entregado y sus mensajes al mundo en la libreta abandonamos el aula. Y ahí me topé de frente con un verdadero ejemplo de su verdadera realidad. Les cuento.
Como han leído, Conceso Tabasco quiere ser actor y lucha con ahínco por su sueño. Decidido y con los nervios en su interior se dirige a la persona que parece liderar un grupo de teatro. Sin preámbulos y con un discurso que debió haber ensayado un millón de veces, pide información para formar parte de él y ser uno de esos aprendices. Y he aquí la respuesta poco hábil de quien no supo ser empático: «no me encuentro capacitado para bajar el nivel o ampliar el grupo», esto después de decir que estaba cerrado desde octubre.
Conceso salió corriendo y llorando. Pueden imaginarse por un instante lo que sentí, convidada de piedra en una escena que no esperaba. Su profesora, Carmen, quien está acostumbrada a los desatinos de la sociedad, le cobijó y le sacó del pozo de amargura en el que su heroica hazaña se había convertido. Empatía y un poco de inteligencia emocional hubieran sido suficientes para decir lo mismo con otras palabras.
Y esa es la bendición de la que gozan las personas que bien padecen o conviven con otras preciosas con discapacidad intelectual. No significa mentir ni contar milongas imposibles, es saber estar a la altura de miras que todo ser humano necesita.
Abramos más los brazos y aprendamos que, si bien una rosa no es un clavel, ambas flores son igual de bellas.
Mi más sincera enhorabuena a la Asociación Down Toledo.
Si alguien conoce un grupo de teatro donde Conceso pueda integrarse y comenzar a vivir su sueño, póngase en contacto con la Asociación Down Toledo.