¿Qué preciosa ciudad de Castilla-La Mancha ha tenido un especial protagonismo este fin de semana con gran cita de Cela incluida?
El Teatro-Auditorio de Cuenca ha acogido este fin de semana, los días 17 y 18 de noviembre, la emisión en directo del programa de RNE 'No es un día cualquiera' que dirige y presenta Pepa Fernández, coincidiendo con la celebración de la Asamblea de Alcaldes de las Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España y el 25 Aniversario de la creación del Grupo que las engloba. Una cumbre de Ciudades Patrimonio en la que ha tenido un especial protagonismo el actual presidente del Grupo, el alcalde de Cuenca, Ángel Mariscal, anfitrión de este gran encuentro.
El programa de Pepa Fernández, entre las 8.30 a 13.00 horas, contó con público en directo y fue todo un homenaje a las Ciudades Patrimonio en general y a Cuenca en particular. Con veinte años en antena, este "clásico de las ondas" cuenta con colaboradores como Andrés Aberasturi, Emilio del Río, José Luis Garci, Richard Vaughan, Nieves Concostrina, Sergio Sauca o Paloma del Río, entre otros grandes protagonistas de uno de los mejores programas de la radio española.
Pepa Fernández ha conseguido que, después de 20 años en antena, su espacio 'No es un día cualquiera' no sólo haya hecho historia en RNE sino que siga siendo un programa de radio espectacular y un ejemplo magnífico de cómo se puede hacer radio de altísima calidad sin estridencias ni contenidos banales. Este fin de semana en Cuenca Pepe Fernández volvió a demostrar porqué el suyo es uno de los grandes espacios de la radio en España.
Y precisamente fue Emilio del Río, el latinista tuitero del programa en su excelente sección "Verba Volant", el que recordó este domingo un gran artículo que Camilo José Cela dedicó a Cuenca en el año 1949 y en el que, bajo el título de "Cuenca abstracta, la de la piedra gentil", el Premio Nobel gallego dedicó a esta preciosa capital castellano-manchego unas palabras inolvidables que hemos querido rescatar completas para rendir también nuestro pequeño homenaje a Cuenca y a las Ciudades Patrimonio en este importante y redondo aniversario. El artículo completo de Cela es el siguiente:
Cuenca abstracta, la de la piedra gentil
Cuenca abstracta, pura, de color plata, de gentiles piedras, hecha de hallazgos y de olvidos —como el mismo amor—, cubista y medieval, elegante, desgarrada, fiera tiernísima como una loba parida, colgada y abierta; Cuenca, luminosa, alada, airada, serena y enloquecida, infinita, igual, obsesionante, hidalga, vieja Cuenca.
El viajero ha descubierto Cuenca, y al viajero no le cabe el corazón en el pecho. El viajero es hombre a quien Dios, de cuando en cuando, aún reserva el último goce de descubrir cada mañana, y como sin querer, todo un mundo de inefables mediterráneos ya descubiertos.
Una alegría ingenua, alada y casi anciana, como las pompas de habón que hinchare el viento, el airecillo fresco de cien siglos, corre las apuradas venas del viajero, y el viajero, un poco alucinado, vuelve a Cuenca, caminando las pardas manchas, los verdecillos huertos, con la sangre haciéndole tararira en las sienes, la memoria colmada como un jarro que se derrama, el recuerdo enamorado y encalladas las manos, que tan bien palparon, de palpar piedras gentiles.
Corre el galgo del Júcar tras del lebrato Huécar dando una larga torera a todas las vedas, y las piedras más altas de Cuenca, aquellas que más hondo se miran en las hondas aguas, tiemblan, quizás sobrecogidas, al latir del aire, que de fino corta el aire, de azul es ya argentino y de sutil no marca las distancias.
Ni es cierta la plomada. Ni es Newton verdad. Ni es exacto Descartes. Ni la escuadra y el cartabón. La naturaleza marcha delante; a la zaga, el arte. Cuanto más lejos marchemos, más cerca está Cuenca. En la pintura, Picasso –calle de los Tintes; en la escultura, Gargallo o Ángel Ferrant –las infinitas piedras de las hoces--; en la arquitectura, Gaudí –calle de la Moneda--; en la música, un mirlo que se queja en el cementerio de los ajusticiados.
Cuenca es la ciudad que viene, no la ciudad que se va. Con Cuenca no pueden ni los conquenses que se empeñan en tirarla abajo. Cuenca es la nueva geometría, la geometría que Euclides se dejó en el tintero sin fondo de los geómetras, ese tintero de donde van saliendo lenta e incesantemente, como marcha de la estrella de Goethe, todas las formas descubiertas y por descubrir.
Caminando Cuenca, trotando Cuenca, galopando Cuenca, al viajero le brotan, de súbito, alas en el alma, desconocidos mundos en el mirar.
Cuenca es el caserío que todo lo justifica, el baluarte inexpugnable a cualquier acto que no fuese la imprevista traición, el sosiego y la lucha.
Si la gente sonríe, casi con beatitud, ante el muro que se ve nacer para alumbrar el aire, o ante el balcón que cuelga sobre el aire para alumbrar todos los rosales del mundo, es quizás porque Cuenca, la de la piedra gentil, significa ese mundo nuevo y lleno de inverosímiles rosales que la gente que sonríe ya ha intuido, igual que un zahorí el oculto tesoro, la veta del oro, la vena del agua fecunda y mansa como un vientre.
Cuenca es ciudad para digerir, para rumiar despacio como una merienda antigua, abundosa y atroz. O para beber de golpe, como el mal vino de la buena borrachera, esa borrachera en la que nos da por cantar y por jurar amor eterno a cada piedra, a cada insecto, a cada pájaro, a todas las criaturas.
Con Cuenca al lado, como un amigo firmísimo, el viento arrebatado del corazón cobra íntimo sentido de amoroso lamento, de quejido sutil. Y con Cuenca enfrente y abierta como una granada, el cauteloso huracán de la sangre silba, saltarín como un corzo adolescente, ante los ojos pasmados gracias a Dios.
Porque a Cuenca, que es riquísima, porque todo lo tiene, y pobrísima, porque todo lo da, sólo le falta que le pinten de blanco la torre de Mangana, ese pastel en que termina la acrópolis de don Federico.
Que es bien poco, mejor mirado.
Camilo José Cela