El silencio de los muertos
Su esposa Carmen, de 36 años, y sus hijas Sonia y Susi, de 16 y 13, no tuvieron ninguna oportunidad cuando en 1987 Santi Potros dio la orden de reventar Hipercor. Hubo 21 asesinados y 45 heridos. Él dice que se quedó «vacío». La entrevista es en su casa, un santuario de recuerdos... «A mí me mató ETA», dice una camiseta con la imagen de sus dos niñas.
Pregunta.- ¿Cómo cambió su vida ese 19 de junio de 1987?
Respuesta.- Completamente. Entonces tenía 40 años, una familia y las cosas marchaban bien económicamente. Yo era un pequeño empresario que tenía siete tiendas de videoclub, una pequeña productora, un bar y dos restaurantes. Nos iba viento en popa.
P.- Y esa tarde, a las cuatro y cuarto, ¿qué pasó para que su vida cambiara brutal y trágicamente?
R.- Un conocido mío había sido atropellado. Le recogí y le llevé a una clínica en Sabadell. Llegando allí dijeron en las noticias que había habido un atentado muy grande en el Hipercor. Me quedé tranquilo, porque mi mujer y mis hijas habían estado allí por la mañana comprando ropa y cosas para irnos de camping. ¡Nos encantaba escaparnos de vez en cuando! Y no pensé que hubieran vuelto por los grandes almacenes.
P.- Pero, no fue así...
R.- Cuando me fui para las tiendas me encontré con que la que regentaba mi mujer estaba cerrada. Pasó una hora y empecé a inquietarme. Opté por ver si habían vuelto otra vez al Hipercor a comprar algo. Al llegar la escena era dantesca: ambulancias, gente chillando, coches de policía... Ahí empezó al calvario. Me tiré hasta las ocho de la tarde, viendo las listas de los ingresados en los hospitales. Y al último al que fui fue al Clínico.
P.- ¿Y allí qué se encontró?
R.- Al preguntar por los heridos, una ATS se fijó en el cordón de oro que yo llevaba en el cuello y me preguntó si mi mujer llevaba uno igual. Le respondí que sí, que lo compramos juntos. Bajé a la morgue, a mi mujer la reconocí enseguida.
P.- ¿Y a sus hijas?
R.- No, a la niña pequeña no. Dudaba, estaba tan aturdido que no podía reconocer aquel horror. Al final reconocí a Susi, mi pequeña de 13 años. Tenían el rostro negro, no parecían ni ella. Me dijeron que habían muerto por asfixia.
P.- ¿Su otra hija, Sonia, dónde estaba?
R.- No sabíamos. Desde el Clínico estuve llamando a todos los sitios para ver si mi otra hija aparecía. Luego he sabido que mi hija mayor salió con algo de vida del Hipercor, y la llevaron a la Residencia. He visto en imágenes secuencias de cuando llegaba a ese centro hospitalario, y cómo con las prisas se les cayó de la camilla. Iban tres heridos en la misma ambulancia, pero ellos sobrevivieron y mi hija no. Hasta la medianoche yo no supe dónde estaba Sonia. Mantuve en todo momento la esperanza de que mi chica mayor estuviera viva, rezaba, le pedía a Dios que, al menos, me dejara a una para aliviar mi desesperación, pero no fue así. Me quedé vacío y solo. En la morque había reconocido a mi mujer, luego a mi hija pequeña, también a mi hija mayor... ETA había matado a toda mi familia.
P.- Usted pierde a su familia, en años se arruina, pierde sus negocios y empieza un peregrinaje por consultas de psiquiatras. ¿Cuánto tiempo ha estado tomando tranquilizantes?
R.- Aún sigo. Al principio El Corte Inglés me puso un psicólogo. Luego me fui a los del Ayuntamiento, después a particulares, a los de la Asociación de Víctimas en Barcelona, y ahora, en Andalucía, estoy con el psiquiatra del hospital.
P.- ¿Y con sus negocios qué pasó?
R.- Los de Andalucía los tuve que dejar en manos de un encargado. Se enriqueció y a mí me llevó a la ruina. Le hice la cesión del negocio y no me lo pagó. En Barcelona pasó lo mismo y en seis años se hundió todo, hasta que conocí a Dolores, mi actual pareja, y mi vida empezó a serenarse. Yo era militante de CiU cuando ocurrió el atentado, y Pujol entonces vino a visitarme varias veces a mi casa, cosa que le agradecí mucho. Después dejé mi militancia y todos me olvidaron.
Este es un pequeño extracto de una entrevista que le hice hace años a Álvaro Cabrerizo, el hombre que perdió a toda su familia en el atentado de Hipercor, que ya ha fallecido. Nunca he olvidado esa entrevista, una de las más duras que he hecho en toda mi vida profesional, porque a veces no hay palabras de consuelo que decirle un hombre que lo ha perdido todo, su familia, su negocio, sus amigos, todo, absolutamente todo, y al que todos terminaron por abandonar. Durante la misma me relató que en una ocasión intento tomarse la justicia por su mano pero se termino entregando. “Al poco del atentado de Hipercor murieron dos terroristas que iban a colocar una bomba y el obispo Setién dijo que habían muerto 'dos palomas de la libertad del País Vasco'. Me sentó como un tiro, y yo tenía escopetas de cazar. Cogí la escopeta y me fui con la intención de matarle. Me entregué a la Guardia Civil, con la escopeta y todo. Ahora sé que eso fue un momento de locura, pero entonces yo decía siempre que donde no hay justicia hay venganza".
He recordado está entrevista cuando ayer escuché con repugnancia al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, aprovechar que se han cumplido 30 años del brutal atentado del Hipercor en Barcelona para comparar la lucha de la Generalitat para alcanzar la independencia con la que el Estado entabló contra la banda terrorista. "Si no hubiera sido por la persistencia, este combate contra ETA no se hubiera ganado", afirmó, para concluir que hoy «estamos más cerca del ideal de justicia ante quien intenta laminarlo porque hemos persistido»
¿Hasta donde puede llegar la ceguera de un gobernante? -si es que se le puede dar a Puigdemont ese calificativo- que tuvo la osadía de compararse a sí mismo con un Estado que defiende la ley y sitúa al Gobierno de la nación en el mismo papel de una banda terrorista, asesina, secuestra y extorsioona para alcanzar sus fines. "En unos años diremos lo mismo: que hemos conseguido lo que el pueblo de Cataluña se ha propuesto porque persistimos, porque no nos resignamos". ¿Sería capaz de decirle eso sin bajar la mirada a Álvaro Cabrerizo, ese hombre que fue militante de CiU, su antiguo partido, y al que la pena le terminoó matando, ¿o sólo esperas el silencio de los muertos para que todo se desvanezca? Hay comparaciones odiosas y otras tan repugnantes que sólo merecen que las urnas expulsen a quienes las pronuncian. ¡Todo tiene un límite, salvo que seas un miserable pusilánime!