Venezuela y la olla a presión
Hugo Chávez solía tratar con displicencia y un punto de desprecio a Nicolás Maduro, que fue conductor de autobuses, sindicalista y guardaespaldas del propio Comandante: "Miren allí a Maduro, guapo con su traje, que ya no conducirá nunca más un autobús", dijo en 2006, cuando el todavía presidente era ministro de Asuntos Exteriores. ¿Por qué le eligió como sucesor?, se preguntaron muchos. Pues porque era su perrito fiel, un hombre que no tenía la más mínima iniciativa propia, pero que era capaz de asumir y defender a muerte cualquier capricho del líder. ¿Cómo olvidar aquella alocución nada más fallecer el hombre que le hizo un hombre para la política donde dijo que se le aparecía en forma de pajarillo trino, trino?
Alguna vez he recordado que dos días antes de las últimas elecciones Nicolás Maduro dio la orden a los presidentes de Venezolana de Televisión (VTV) y de la Televisora Venezolana Social (Tves), que transmitieran la película 'Disparen a matar'. Lo hizo en una de sus insoportables alocuciones televisadas donde también ordenó la investigación de las empresas Heinz y el encarcelamiento de sus gerentes, por presuntamente haber paralizado la producción de pollo, uno de los alimentos que escasean en los supermercados. El "expropiese" que hizo famoso a su padre político, él lo ha convertido en un “encarcélese” y disparen sin contemplaciones y en todos estos años ha habido demasiados muertos porque muchos, instigados por el régimen, han disparado a matar.
Las imágenes de los diputados venezolanos, heridos, apaleados, ensangrentados tras ser salvajemente agredidos en la Asamblea -el lugar donde les ha situado el pueblo soberano- están dando estos días han dado la vuelta al mundo, que mira con estupor, pero desde la indiferente distancia, en lo que este dictador de medio pelo está convirtiendo a un país grande y antaño rico… Maduro ha dado la orden de disparar a matar a todos los que no aceptan vivir sin libertad, ha promocionado la violencia extrema y actúa a la desesperada violando cualquier limite democrático, como el último recurso de quien se sabe herido y se muere, y ese régimen autoritario y dictatorial esté en su ocaso más vil y repugnante, porque Venezuela es una olla a punto de explotar.
Ya sabemos que el de esta semana no es el primer ataque contra la Asamblea Nacional venezolana desde la victoria de la oposición, pero la extrema brutalidad del asalto perpetrado por un grupo de paramilitares chavistas el miércoles supone un serio augurio de lo que puede ocurrir en los próximos meses. “El Gobierno mantiene su propósito de convocar el día 30 una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución. Si lo consigue, el chavismo culminaría su autogolpe de Estado. Para impedirlo, la oposición ha convocado a un plebiscito el día 16 con el fin de que los venezolanos se pronuncien sobre la Constituyente. El régimen trató de impedirlo con el asalto a la Asamblea, y a buen seguro intentará silenciar a los venezolanos a sangre y fuego.
Corresponde a la sociedad de naciones demostrar que está con la democracia y que apoya a quienes se juegan la vida por defenderla”, editorializaba ayer El Mundo apelando a la inacción de la comunidad internacional, que como casi siempre reaccionará tarde y mal.
El pequeño dictador se ha quedado solo en su defensa del proceso constituyente, con el que pretende atornillarse en el poder. Eso sí, al frente de una cúpula cívico-militar formada por los dirigentes más cercanos de su entorno y por los generales con más poder del país combate con dureza a una rebelión que suma a la inmensa mayoría del país. La última encuesta de Datanálisis señalaba que el 85% de los encuestados están convencidos de que no es necesario cambiar la Constitución, como pretende el tirano para hacerse un traje a medida.
El pueblo venezolano sabe que es un país rico, pero minado y empobrecido por la corrupción, lo que les ha llevado a unas tasas de inseguridad insoportables, a un desabastecimiento de los productos básicos y sobre todo a una violación constante de los derechos humanos. Maduro no es Hugo Chaves, aunque se le aparezca reencarnado en un pajarito. No es el líder populista que compraba voluntades a los países limítrofes a base de petróleo. Se acabó el filón, sólo hay migajas que repartir y dada su incapacidad para sacar a Venezuela adelante ha optado por sacar las armas y disparar a matar a quien se atreva a hacerle un ruidito, el recuso cruel y cobarde de los tiranos.