#MeToo (Yo también)
Las actrices Ashley Judd, Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow. La cantante Taylor Swift. La estrella televisiva Megyn Kelly, la congresista de California Jackie Speier o la limpiadora de hotel Juana Melara. La revista Time ha nombrado 'persona del año' a todas ellas. A ellas y también a muchísimas mujeres que en los últimos meses en Estados Unidos han denunciado casos de acoso sexual por parte de poderosos, dando lugar a un movimiento espontáneo conocido como #MeToo (Yo también), que ha roto el silencio sobre esa lacra sexista. Así recogían los periódicos la noticia sobre la decisión de la prestigiosa publicación, que da visibilidad y pone un altavoz a un tema que ha sido tabú durante años y que ha estado escondido aunque era un secreto a voces en distintos ámbitos profesionales.
"El fenómeno comenzó tras el verano, con la caída del todopoderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein, al que decenas de intérpretes acusaron de distintos grados de abuso cometidos durante décadas, y ha acabado destapando las miserias de prestigiosos periodistas y cadenas de televisión, de legisladores progresistas y conservadores y de ejecutivos de la nueva economía de Silicon Valley. También ha servido para poner el foco en las víctimas mudas, las empleadas del sector servicios, como camareras y limpiadoras, con muchos menos recursos para plantar cara", se podía leer en una de las informaciones publicadas en El País. Relatos similares se han recogido en todos los medios de comunicación internacionales.
Hace apenas unos meses apareció una noticia que en un principio creí que se trataba de una broma, de un 'fake'... pero no .Pensé que era una noticia falsa de mal gusto, de esas que se convierten en virales en las redes y son totalmente falsas. Pero resulta que era cierto, que en Rusia se estaban haciendo los trámites parlamentarios necesarios para despenalizar los malos tratos y se avalaba que pegar a una mujer una vez al año no debe tener consecuencias.
La propuesta era, ni más ni menos, para que la violencia de género deje de juzgarse por el código penal y se considere sólo un "delito civil", que se pagaría con una multa de 500 euros, un arresto de 10 o 15 días o hasta 120 horas de trabajo social. De esta forma, los maridos que peguen a sus mujeres sólo irían a prisión si lo hacen "más de una vez al año". También recibirían penas mayores si se considera que la agresión física en el seno de la familia ha sido un acto de "vandalismo".
Si la medida es un retroceso sin paliativos en un asunto tan delicado como la violencia machista, lo más sorprendente de todo es que detrás de ella estaba precisamente una mujer, una conocida diputada, Elena Mizulina, que puso la ley encima de la mesa porque consideraba que no debe haber "personas encarceladas durante dos años y etiquetadas como criminales simplemente por dar una torta". Según su análisis kafquiano y retrógrado, que un hombre vaya a la cárcel por haber agredido a su esposa durante una discusión es algo que "va contra la familia".
Siempre he pensado que una de las dificultades para combatir la violencia machista está en que el machismo no es sólo cosa de hombres, que está tan impregnado en la sociedad y que hay todavía muchas mujeres machistas, para quiénes su conciencia de género significa defender que sigamos siendo seres inferiores y, por lo tanto, ven normal que seamos maltratadas y abusadas.
Visto lo visto, que se de visibilidad al abuso o a la violencia machista por parte de actrices o de mujeres de reconocido prestigio profesional es un paso muy importante que animará a otras muchas mujeres absolutamente anónimas a dar el paso. Ojalá #NiUnaMás.