Víctimas devorahombres
Si uno escucha sólo a una parte, los tres futbolista del Arandina acusados de violar a una menor de quince años, son “chicos extraordinarios, muy majos, fabulosos”, en palabras de unos de los padres de los jugadores del club. Si escucha los comentarios machistas de algunos que se prestan a hablar para cualquier televisión que aborda la víctima es inevitablemente la culpable. Siempre la misma historia, el repugnante “cuando el río suena", el “ella se lo ha buscado" y finalmente la sombra de la sospecha de que fueron relaciones consentidas porque ¡qué casualidad! resulta que todas las violadas son devorahombres que sienten placer en que varios tipejos las traten como a basura.
Si lees el auto del juez que ha enviado a prisión a Víctor Rodríguez, Raúl Calvo y Carlos Cuadrado, los hechos se produjeron en el piso que los futbolistas compartían y cuyo alquiler pagaba el club. La menor de quince años entabló relación con uno de los jugadores a través de las redes sociales y acudió a su vivienda invitada por él. Una vez allí, los otros dos compañeros aparecieron en el piso y partir de aquí empezó su pesadilla muy similar a lo que ocurrió con la víctima de La Manada: los tres la desnudan, es agarrada de las manos y de la nuca y hacen lo que quieren con ella.
Cada año se denuncian en España 1.500 violaciones, pero se producen muchas más que, casi siempre, dejan secuelas de por vida en las víctimas. “Demasiado miedo aún al estigma, a la falta de reconocimiento y a humillarse en el arquetipo vigente de que, mientras ellos son buenos chicos a los que se les fue la mano, ellas son unas busconas que se animaron, que consintieron y que si no estaban de acuerdo no lo supieron expresar", escribía el otro día un colega en el país, poniendo el foco en la doble vara de medir que sigue existiendo entre las víctimas y sus agresores y esa es la pura realidad.
Este nuevo caso de violación en grupo tiene muchas similitudes con el de La Manada y las reacciones son también las mismas: “Buenos chicos que se comportan como idiotas", es lo que suelen decir sus allegados. En esta misma columna recordé el otro día mi encuentro con uno de los abogados de los agresores de San Fermín -con quien coincidí casualmente en un programa de televisión-. Se lamentaba del daño que los periodistas le estábamos causando a su defendido, que había tenido "relaciones consentidas" con la chica y me instó a que investigara la conducta de la víctima. Se me revolvió el estómago y le repliqué que debía ser muy complicado un trabajo consistente en defender lo indefendible con argumentos que apestaban a machismo rancio y barato además de constituir ¡claro está! gravísimos delitos.
De hecho uno de los cinco detenidos por la violación de Pamplona envió mensajes de WhatsApp al grupo de sus amigos para relatarles lo que habían hecho. “Follándonos a una entre los cinco. Todo lo que cuente es poco. Puta pasada de viaje”, decía textualmente.
Desgraciadamente la violación en grupo no es algo que ocurre sólo en nuestro país y cada día sabemos de nuevos casos en distintos lugares del mundo, como si se tratara de una diabólica moda. Estos cobardes no sólo violan y abusan sino que además necesitan que otros, tan cobardes y miserables como ellos, vean el acto y así poder exhibir su trofeo. La cosa es de tal gravedad que se ha elaborado el concepto de "cultura de la violación" para definir un fenómeno vergonzante en una sociedad avanzada. Por eso aunque a las víctimas les duela el alma y sientan como un puñal la incomprensión de muchos, la única forma de combatir esa lacra es la denuncia. No son buenos chicos, ni majos ni extraordinarios... son abusadores y todo el peso de la ley debe caer sobre ellos por sus actos y sus consecuencias. La niña tiene 15 años y problemas psicológicos, ha vivido un infierno y su familia también. ¿Qué más queremos saber? ¿O es que somos todas unas putas y ellos pobres víctimas de nuestros oscuros deseos? ¡Basta ya!