Oxford y el reality
Me llamó la atención el dato pero no me extrañó en absoluto. Los periódicos han recogido estos días un estudio realizado por la Frontier Economics según el cual trabajar en un reality show es más rentable que estudiar en Oxford o Cambridge. Conceptos como el esfuerzo, el talento, la formación, la constancia, el estudio o la inteligencia han dejado paso a otros mucho más mundanos y banales como la falta de pudor para dejar explosionar los más bajos sentimientos y convertir tu vida en algo mediático, en una especie de Gran Hermano donde todo el mundo entra normalmente a modo de insulto empezando por uno mismo y el poco respeto por los asuntos privados.
“Un graduado en una reconocida universidad de Reino Unido probablemente ganará cerca de las 815.000 libras (725.000 euros) más durante su vida que alguien que haya dejado la escuela a los 18 años", asegura el documento. No obstante, los concursantes del reality británico Love Island ganan, en caso llegar al final, hasta 2,3 millones de libras (dos millones de euros) durante los cinco años después de dejar el concurso, se afirma en el estudio. Este dato me ha hecho recordar una anécdota que me sucedió hace años. Una amiga mía me llamó muy apurada pidiéndome que echara una mano a una hija suya que acababa de terminar periodismo y necesitaba con urgencia buscar un trabajo. En ese momento yo era jefe de Nacional en Antena 3 y estábamos buscando gente joven para renovar, en parte, la redacción porque la empresa estaba emprendiendo nuevas líneas de negocio. Me reuní con la chica en el despacho y cuando empezamos hablar y le pregunté qué tipo de información le gustaba hacer y por donde veía enfocada su carrera profesional me respondió, con total desparpajo, que le daba igual que ella lo que quería salir en la tele y “ser famosa,” y que eso de de hacer información era lo de menos, porque el futuro estaba en otra cosa. Su respuesta me descolocó y le chirrió muchísimo. Era un momento de cambios en el que la información política estaba en plena ebullición y yo disfrutaba plenamente de mi profesión hasta el punto de que me parecía casi ofensivo que alguien que había estudiado periodismo minusvalorara la información a esos extremos. Al final no la contratamos y creo, por lo que sabido a lo largo del tiempo, que nunca ejerció de periodista, ni tampoco se vinculó a nada que tuviera que ver con la televisión, ni ha conseguido “ser famosa” como era su sueño.
Con la perspectiva del tiempo estoy comprobando que al final la chica -a la que yo tome por una persona inmadura y poco profesional- había tenido en ese momento una gran visión de futuro, en el sentido que ahora muchos jóvenes prefieren ser famosos o lo que es lo mismo, participar en un reality y ganar dinero rápido, aunque sea algo efímero, que formarse académicamente.
De hecho según el estudio en cuestión durante este verano, el número de jóvenes británicos inscritos en este reality haya sido mayor que en Oxford y Cambridge juntos. "¿Es dinero fácil?" se preguntaban los periódicos que han recogido la noticia y se añadía: “Los ingresos de estos 'ídolos juveniles' provienen de diferentes partidas. La principal es Instagram. Su número de seguidores se multiplica en el momento en el que ponen un pie en la isla. Mientras que toman el sol y buscan su propia historia de amor televisiva, las redes sociales se convierten en un hervidero de comentarios sobre ellos. De este modo, cuando llegan a la civilización, los 'isleños' sólo tienen que hacer publicaciones patrocinadas. De la noche a la mañana, se convierten en verdaderos influencers. Un exisleño común que pasa por la vida respaldando polvo de proteína en Instagram puede producir cerca de un millón de libras al año", se desprende del estudio. "A esto hay que sumarle los bolos en discotecas y si consiguen aparecer de vez en cuando en televisión, su caché aumentará como la espuma. Los más exitosos pueden incluso obtener ofertas para escribir un libro o un spin-off en televisión," se concluía.
El otro día, una vez más como suele ocurrir en estas fechas, salieron los datos de las universidades españolas más prestigiosas y solamente tres figuran entre las 100 más importantes del mundo. Cada vez que esto ocurre surgen las críticas sobre nuestro sistema educativo y todos nos lamentamos por la falta de consenso político a la hora de diseñar un modelo de calidad, en vez de optar por el aumento descontrolado de grados de dudosa utilidad en el mundo laboral. Claro que si al final el mensaje que se lanza es que la formación, la preparación o la excelencia no es el camino el horizonte... es oscuro. ¡Vivir para ver!