Los cuatro políticos en el plató de Atresmedia.

Los cuatro políticos en el plató de Atresmedia. Dani Pozo

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Notas de EL ESPAÑOL: Iglesias (7) gana y Sánchez (5,3) queda cuarto

Este diario examina a los cuatro políticos según la preparación, el nerviosismo, la claridad, la energía y los gestos. 

8 diciembre, 2015 02:23
Alberto Lardiés Jordi Pérez Colomé Ana I. Gracia Daniel Basteiro

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Las lecturas sobre el debate a cuatro son tantas que resulta casi imposible resumirlas. EL ESPAÑOL pone notas a los contendientes con seis criterios: la preparación, el control de sus nervios, la claridad de sus mensajes, la energía, la comunicación no verbal y las últimas intervenciones. 

Pablo Iglesias. (7)

Preparación (7). El líder de Podemos ha presentado menos propuestas que en debates precedentes, sí, pero tenía más que estudiado por dónde atacar a sus rivales. En especial, a Pedro Sánchez. Ha leído menos que en otros debates.

Control de los nervios (8). Durante toda la discusión, Pablo Iglesias se ha mostrado tranquilo. No ha perdido los estribos en ningún momento pese a todos los ataques recibidos. Y, sobre todo, ha pedido “tranquilidad” o “calma” en varias ocasiones a los oponentes y les ha repetido “no os pongáis nerviosos”.

Claridad (5). Gracias a la templanza mencionada, el candidato de Podemos se ha explicado con bastante facilidad y ha vendido bien sus mensajes. Por otra parte, ha cometido algunos errores como la frase sobre la conocida empresa PricewaterhouseCoopers, a la que ha rebautizado como “House Water Watch Cooper”.

Energía (7). En las últimas semanas Iglesias ha conseguido combatir su peor enemigo: su propia agresividad. Y en este debate emitido en Atresmedia ha estado incisivo, pero sin caer en violencia verbal en momento alguno.

Comunicación no verbal (6). El aspirante de Podemos controla el lenguaje televisivo y, por ello, sus movimientos han sido adecuados. Le ha ayudado, sin duda, el bolígrafo que tenía en la mano. Eso sí, tanto los surcos de sudor en sus axilas como algunas muecas que ha hecho le han perjudicado.

Intervención final (9). El cierre del debate ha sido la clave de su victoria. A Iglesias le han sobrado unos cuantos segundos y su mensaje ha sido el más emotivo de todos. Su gesto final de tocarse el pecho ha llamado la atención pero no ha sido tan decisivo como sus palabras.

El mejor momento: el último minuto, sin duda alguna, por los motivos ya descritos.

El peor momento: su intervención sobre Cataluña, cuando ha hablado del Estatuto de Andalucía equiparándolo al derecho de autodeterminación. Ha estado confuso.

Soraya Sáenz de Santamaría (6)

Preparación (8,5). Soraya Sáenz de Santamaría es portavoz del Gobierno y lo fue en la oposición y se nota. Como buena abogada del Estado, tiene los datos en la cabeza y no ha recurrido ni una sola vez a los papeles.

Control de los nervios (8). Solo los ha perdido, mínimamente, cuando la han acorralado hablando de corrupción. Sin embargo, la posición de las manos y los gestos de la cara denotaban tranquilidad y control sobre sí misma

Claridad (4). Estuvo falta de reflejos en el tema estrella, la corrupción, de la que dijo estar avergonzada pero no fue contundente. Los moderadores quisieron una postura firme contra el terrorismo yihadista, pero Sáenz de Santamaría volvió a escudarse en que Francia “no ha pedido aún nada”. No se movió ni un ápice de la doctrina marcada desde Génova.

Energía (5). Empezó fuerte, pero el formato televisado, extremadamente largo, terminó por agotarla. Era la única candidata que iba en tacones, el peor complemento para aguantar delante de los focos dos horas de pie.

Comunicación no verbal (7). La vicepresidenta transmitía estabilidad al no cruzar los brazos ni enlazar las manos en ningún momento. Cuando explicaba los logros de su Gobierno, denotaba serenidad y confianza en un proyecto de futuro. Quizá no dejó entrever ni un atisbo de espontaneidad, aunque parecía tranquila.

Intervención final (4). Tiró de tópicos y apeló a la experiencia de su gestión para pedir el voto. El fallo: pedía el voto por alguien que estaba sentado en su casa viendo el debate.

Albert Rivera (5,8)

Preparación (8). Rivera y Ciudadanos preparan bien sus debates. La tele es básica. Lo ha demostrado al principio. Su referencia a Rajoy estaba preparada: “Que no está aquí, pero como si lo estuviera”. El primer adjetivo para referirse a PP y PSOE, también: “Vieja izquierda y vieja derecha”. Aunque después de tantas intervenciones, Rivera añade pocas variantes a su discurso fijo de propuestas. 

Control de los nervios (3). Mal. Aunque de menos a más. Rivera ha empezado bailando. No cabía dentro del traje. Mientras hablaban los demás, gesticulaba. Cuando hablaba, las manos volaban. Rivera está acostumbrado a la presión. Pero las elecciones están muy cerca. 

Claridad (7). Como la preparación, Ciudadanos trabaja bien la explicación del programa, con puntos y detalles. Sobre economía, por ejemplo: “Contrato único, complemento salarial, reforma de autónomos”. Sobre las pensiones: “Empleo, natalidad y pactos de Toledo”. Toda esa claridad y concreción de propuestas -un punto fuerte de la nueva política de Ciudadanos- se ha perdido con algo de trabalenguas comesílabas por los nervios. 

Energía (6). La energía hay que controlarla. Rivera estaba excesivo, aunque algunas veces se sabe tan bien la lección que podría acercarse a la pasión en sus temas más cercanos: Cataluña, educación, corrupción. Un 6.

Comunicación no verbal (4). Los gestos denotaban nervios. Cuando hablaba se tocaba insistentemente el borde de la americana, junto los botones, como si se agarrara a algo. Parecía faltarle un atril que protegiera la tensión. 

Intervención final (7). Los nervios aún traicionaban a Rivera, pero se notaba la preparación y la facilidad de contar algo desde el punto de vista de alguien que no ha gobernado: hay que “cambiar de etapa, de ilusión y convicciones” y “la ilusión vencerá al miedo, la esperanza a la resignación”. Lo tenía más fácil. 

El mejor momento: la portada de El Mundo y su respuesta elegante a la corrupción.

El peor momento: sus primeras intervenciones llenas de confusión.

Pedro Sánchez (5,3)

Preparación (8). Sánchez acudió, como al debate del lunes 7, bastante preparado. Santamaría tuvo que escuchar una cascada de cargos que pesan sobre el PP y el candidato socialista hizo muchas propuestas, aunque algunas fueran vagas. Pero en un debate hay más cosas que la preparación.

Control de los nervios (7). Sánchez estaba serio, pero los nervios no asomaban más que en alguna risa exagerada con la que pretendía desestabilizar a sus rivales. No bailó claqué como Albert Rivera ni sudó excesivamente.

Claridad (6). El candidato socialista lo intentaba, pero no acabó de rematar. Aunque hizo muchas propuestas, no logró perfilar nítidamente un proyecto diferenciado y atractivo. Sus mensajes se entendían, pero poco más. 

Energía (4). El contraste con Iglesias fue muy evidente. A Sánchez le faltó improvisar, un golpe de efecto, una réplica ágil. Quizás para no cometer errores, el candidato socialista midió mucho su entusiasmo.

Comunicación no verbal (5). Ni fu ni fa. No es que los demás candidatos estuviesen muchísimo mejor, pero a Sánchez le faltó transmitir emociones y empatía. Su indumentaria era correcta y entrelazaba las manos a menudo mientras escuchaba.

Intervención final (2). Muy floja. La alusión a mensajes manidos como el pacto entre generaciones no es ya atractivo para casi nadie. Sánchez tuvo un minuto para hablar sin interrupciones y lo cierto es que nadie lo recordará.

El mejor momento. Venezuela. El instante de más agilidad del socialista fue cuando le devolvió la acusación a Iglesias, que lamentaba que Felipe González hubiera fichado por Gas Natural. Sánchez le recordó que fue 15 años después de dejar la presidencia y que ahora se dedica a defender a presos políticos en Venezuela. E Iglesias, no, le faltó decir.

El peor. Internet. Aludir a que en 1978 no existía la red de redes o a que en la Carta Magna no aparece mención alguna a la Unión Europea resultó de todo menos creíble como argumento de cambio constitucional.