Revisionar Dejad paso al mañana es una experiencia demoledora. Pocas películas son tan diestras a la hora de visibilizar y denunciar la vulnerabilidad de los más débiles, en este caso, la de nuestros mayores. Leo McCarey conmovió al público en 1937 al presentar esta obra sobre una pareja de abuelos cuya casa es embargada por un banco (tema que no se explota pero que subyace a toda la trama) y deben marcharse del que fuera su hogar durante 50 años. Como los hijos no tienen espacio para acogerlos a los dos, se distribuyen al padre y a la madre en sus respectivos hogares, por lo que cada uno va a parar a una ciudad distinta dentro de los gigantescos Estados Unidos.
Ahí comienza el drama: dos personas que han convivido juntas toda la vida son forzadas a separarse. A ninguno de sus vástagos, todos ellos egoístas, parece importarles el sufrimiento psicológico de los ancianos. Además, sus manías, quejas, fisgonerías y otros achaques de la edad acaban irritando a toda la familia, lo que retroalimenta la idea de que están estorbando. "¿Qué hacer con la abuela cuando está de más?", parecen preguntarse todo el rato. "¿Cómo quitarse de enmedio a ese padre cabezota que no se fía de los médicos jóvenes y sólo da consejos a unos hijos bien maduros?".
La residencia se erige como una solución universal, con todo lo que eso conlleva. No siempre supone un trauma (ahí está el "es lo mejor para mí" de Concha Velasco cuando sus hijos la ingresaron en una residencia de Las Rozas por problemas de salud), pero muy pocos ancianos ven con buenos ojos acabar en un geriátrico.
Al fin y al cabo, parecen preguntarse McCarey y su guionista, Viña Delmar, ¿qué hay mejor que pasar los últimos días de vida rodeado de las personas a las que quieres? Probablemente, nada. ¿Pero qué pasa si el sistema conformado por una sociedad materialista no se lo permite? Aislamiento, desencanto y desapego emocional. Otro ejemplo traumático de lo que supone el miedo a los fríos pasillos del asilo lo retrató Florian Zeller de forma magistral en El padre. Ambas películas inciden sobre la necesidad de impulsar dos ODS esenciales: la salud y el bienestar de los ciudadanos (ODS 3) y la reducción de las desigualdades (ODS 10), entre ellas las derivadas de la edad.
Soledad en la vejez
El caso de Dejad paso al mañana recuerda que miles de ancianos llegan a etapas tardías de su vida rodeados de soledad física y emocional. Algunos "se dejan ir" porque no tienen a nadie a su lado, algo que también retrató con admirable lucidez Yasujiro Ozu en Cuentos de Tokio: hijos e hijas egoístas que ya tienen sus vidas hechas creen que no deben nada a quienes les cuidaron cuando aún llevaban pañales. Los ancianos, resignados, deben sobrevivir solos en un mundo que les es cada vez más extraño, en parte debido a los avances tecnológicos, en parte como consecuencia de una globalización que diluye progresivamente las costumbres y tradiciones.
Eso se suma a una situación de falta de recursos del estado de bienestar que impide a muchas familiar hacerse cargo de la manutención diaria de una boca más. El desentendimiento del mayor se erige entonces como una de las principales excusas para "librarse" del abuelo o de la abuela.
Dejad paso al mañana es una dolorosa radiografía del egoísmo. La tristeza de los protagonistas, dos ancianos que no pueden seguir juntos porque a nadie se le ocurre pagarles un apartamento en vez de separarlos, es sólo equiparable al dolor de aceptar, hacia el final de la película, que sus hijos no les quieren. Sólo si se tienen el uno al otro son capaces de vislumbrar la felicidad.
Una de las frases más acertadas de la película, de una sinceridad pasmosa, se la suelta la abuela Lucy a su nieta: "Cuando tienes diecisiete años el mundo es precioso, afrontas los hechos con diversión y esperanza, vas a bailar o sales de fiesta. Pero cuando tienes setenta ya no te importa bailar, ya no piensas más en fiestas y la única diversión que te queda es fingir que no te importa enfrentarte a los hechos. ¿Te importaría que siguiera fingiendo?". Esa es la filosofía de la película: es una historia de almas que se resignan a combatir o a quejarse, que simplemente se dejan llevar.
"Esta película le haría llorar a una piedra", decía Orson Welles, quien probablemente se sintiese tentado a emular el sentimiento de aislamiento en la vejez de Ciudadano Kane tomando como inspiración Dejad paso al mañana. Cuenta la leyenda que la esposa de Bertrand Tavernier, Colo Tavernier, al preparar los subtítulos para la versión francesa de la cinta, no podía parar de llorar.
El germen de Dejad paso al mañana
Parte de la grandeza de Dejad paso al mañana reside en la interpretación de sus dos estrellas protagonistas, Victor Moore y Beulah Bondi, ambos muchos más jóvenes en la vida real. El excelente maquillaje consigue que Bondi, de tan sólo 48 años, parezca una anciana; Moore, de 61, era poco más de diez años mayor que Thomas Mitchell, su hijo en la ficción.
La película se inspiró en una novela de Josephine Lawrence y, a su vez, en una adaptación teatral de Helen y Nolan Leary. Un director como Alexander MacKendrick habría editado la trama y solucionado el problema del "estorbo" de los ancianos con un asesinato rodeado de tintes de comedia negra; Fritz Lang quizás hubiera preferido divagar en una perturbadora y despiadada historia de confabulaciones para envenenar a los abuelos.
Sin embargo, en manos de Leo McCarey, un director que hasta la fecha había dirigido comedias protagonizadas por los hermanos Marx como Sopa de ganso y que había trabajado con Harold Lloyd en La vía láctea, no era proclive a rodar algo tan truculento, y menos para un estudio como Paramount Pictures, que en un principio quiso obligar al director a firmar un final mucho más esperanzador, algo a lo que McCarey, que tampoco quería a grandes estrellas en el reparto, se negó en rotundo.
Por eso lo apostó todo al dramatismo y construyó, sobre un guion de la dramaturga Viña Delmar, una historia sencilla y sensible, algo simple y efectista en el retrato psicológico de los hijos pero firme a la hora de condenar la dejadez con la que muchos jóvenes tratan a sus mayores.
Dejad paso al mañana presenta un mundo materialista que, bajo su aparente pulcritud (el escaparate del falso American Dream brilla por todos lados, aunque su interior está podrido por la hipocresía) se esconde una sociedad que ha dejado de lado a sus mayores. Es una película sobre dos seres llenos de luz indefensos en un mundo de tinieblas. Casi 90 años después de su estreno, su mensaje sigue vigente.
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