La Unión Europea (UE) está trabajando intensamente en intentar alcanzar la neutralidad climática para 2050. Un reto sin precedentes que, en virtud del Pacto Verde, pretende promover un cambio de paradigma desde la ya tradicional economía lineal a una circular

Todas estas medidas recogidas en un plan de acción de economía circular pretenden que en la industria comencemos a operar de forma sostenible, seamos autosuficientes, energéticamente hablando y comencemos a ver los residuos como materias primas. Y todo ello manteniendo la rentabilidad de los procesos industriales y la competitividad con países terceros. 

Existe un viejo dicho que dice que el papel lo aguanta todo, y es que legisladores y asesores científicos proponen responder a retos profundamente ambiciosos a los que la industria y la sociedad debe de hacer frente. 

Las grandes y medianas empresas han mostrado recientemente su preocupación ante esta tesitura, ya que cumplir con esta nueva legislación exige cambios en sus modelos productivos, en muchos casos a nivel estructural, que requieren de profesionales cualificados que les permitan cumplir un compendio de normas, y a su vez, mantener su productividad, eficiencia y competitividad. En ese punto surgen las preguntas: ¿Cómo hacerlo realidad? ¿Quién puede llevarlo a cabo?

[La científica Cristina Linares explica cómo afectan a la salud el cambio climático y la contaminación]

Y es que transformar los actuales modelos productivos hacia modelos sostenibles basados en la ingeniería verde, la implementación de las energías limpias o el desarrollo de productos circulares requiere de profesionales con conocimientos científico-técnicos, es decir, ingenieros.

Pero el problema va un poco más allá, ya que las universidades han formado ingenieros teniendo en cuenta el modelo económico lineal. A pesar de que se introducen pequeños cambios formativos, no podemos olvidar que el esqueleto estructural de todos los programas no se basa en el modelo circular que persigue toda la sociedad europea.

Ahora más que nunca se necesita de un trabajo conjunto entre la administración, la academia y la industria analizando conjuntamente las necesidades a las que se enfrentan, para formar a una nueva generación de ingenieros y profesionales con los conocimientos necesarios que permitan hacer realidad la transición ecológica. 

Desgraciadamente, en algunos casos nos hemos dejado embriagar por la novedad y por la facilidad de vender títulos atractivos que impiden trabajar de forma específica los casos prácticos a los que se enfrenta la industria, ya sea por miedo, desconocimiento o pereza. Y la evidencia es que las empresas necesitan contratar a profesionales con estas bases, y a su vez poder ofrecer formación muy específica a sus ingenieros para que puedan cumplimentar su experiencia con conocimientos en ecodiseño.

Aceptar el reto de la circularidad en nuestras vidas supone una renovación de nuestra propia concepción del mundo, un gran esfuerzo, y una preciosa oportunidad para que podamos abrir nuestras mentes a la creatividad, a la innovación y a la transversalidad inteligente. Esta última es la que, sin perder la especificidad de nuestra formación, nos permite enriquecernos por otras disciplinas, porque nos pueden conducir a la apertura de nuestra mente hacia soluciones revolucionarias y eficientes.

[La propuesta de los arquitectos del Acuerdo de París para frenar la pérdida acelerada de biodiversidad]

Tenemos la oportunidad y la responsabilidad de transformar la universidad de raíz, y ello no implica renunciar a todo el conocimiento hasta ahora impartido en las diferentes materias, sino más bien aprovecharlo para orientar a las nuevas generaciones al futuro. La economía circular no pretende en ningún caso limitar el progreso, al contrario, significa que podamos seguir evolucionando, avanzando y mejorando como sociedad, aprovechando y haciendo un uso más eficiente y responsable de los recursos. 

La transición puede ser una oportunidad para que el conjunto de países europeos, aparentemente ahora relegados a un segundo plano por la efervescencia de otras economías, emerjan de nuevo con un modelo económico más eficiente y competitivo en el que otros países se fijen y tomen como modelo.

Pero, si realmente no creemos que la economía circular va a mejorar nuestro modo de vida, será imposible hacerla realidad y fracasará estrepitosamente, ya que estará regido por duras leyes que condicionen nuestro modo de vida, y con ello se definirá la caída definitiva de la economía europea.  

La universidad puede ser el lugar donde surja un diálogo abierto donde acoger todos estos retos, donde hablemos con la industria y la sociedad, y donde con conocimiento y creatividad formemos a la nueva Europa. Sólo si Europa quiere ser realmente circular, el mundo querrá volver a serlo.

*** Alberto García-Peñas es coordinador del Máster en Ingeniería Circular de la Universidad Carlos III de Madrid