Pandemia, guerra, inflación y olas de calor: los problemas del mundo que golpean la salud mental
Los expertos Miguel Lorente y Jerónimo Saiz recuerdan que existe una brecha entre quienes pueden pagarse un especialista privado y quienes no.
1 agosto, 2022 01:19Durante 2021, en España se recetaron 54 millones de cajas de ansiolíticos y 41 millones de antidepresivos. Los medicamentos relacionados con el sistema nervioso fueron los más prescritos por los médicos del Sistema Nacional de Salud. Estas cifras, publicadas por el Ministerio de Sanidad, suponen un crecimiento del 4% y el 6% con respecto al año anterior y reflejan una tendencia que no para de aumentar.
La pandemia de coronavirus provocó que aflorasen numerosos problemas relacionados con la salud mental, otra emergencia sanitaria que poco a poco ha ido colándose en la agenda política. Tal y como revelaron los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), durante 2020 en España se suicidaron casi 4.000 personas, la mayor cifra registrada desde que se recaba esta información, con una media de casi 11 casos al día.
“Hay un impacto directo de la pandemia que relacionamos con el suicidio, un asunto estructural que sigue una evolución ascendente”, asegura Miguel Lorente, profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada.
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Lorente hace hincapié en que el suicidio también tiene un análisis de género: “Los hombres se suicidan más que las mujeres, y esto también se explica porque piden menos ayuda médica, incluso cuando tienen problemas de depresión”.
Por su parte, la Encuesta Europea de Salud determinó que en los primeros meses de pandemia aumentó el porcentaje de personas que se sentían decaídas o deprimidas. En concreto, más de 2 millones fueron diagnosticadas con un cuadro depresivo, y 230.000 con una depresión grave.
Cada día en España se consumen casi 100 antidepresivos por cada 1.000 habitantes. Según los datos de Sanidad, desde 2012 la ingesta de este tipo de medicamento no ha dejado de crecer, experimentando un aumento de en torno al 40% y registrando su mayor incremento interanual el año pasado.
Lorente asegura que al comparar "el consumo de ansiolíticos en 2020 con el de los cinco años anteriores, se produce un incremento en todos los trimestres". Pero, reconoce, "llama la atención que se dispara en los últimos meses de ese año".
Para el último trimestre, el desgaste psicológico de la pandemia empezaba a pasar factura, y “los problemas que dieron lugar al aumento de ese consumo fueron acumulativos, no ocurrió que la gente de repente entró en crisis por algo puntual”, apunta.
Aunque lo peor hace tiempo que pasó, la pandemia todavía sigue coleando, y desde finales de febrero el planeta está encajando las consecuencias económicas de la invasión rusa de Ucrania, con el aumento de los precios de alimentos, combustible y energía. A eso, ahora en verano, hay que sumarle las recurrentes olas de calor producto de la emergencia climática.
“La pandemia fue un mazazo”, comenta el catedrático de Psiquiatría, Jerónimo Saiz. Y añade: “Aparte de todas las muertes, el confinamiento también fue muy duro a nivel psicológico; los psiquiatras lo hemos notado en un aumento de la demanda de atención. Ahora, cuando todos esperábamos que se acabara, viene una guerra [la de Ucrania] con todas las repercusiones económicas que eso tiene, y también está el cambio climático; tenemos muchos frentes abiertos”.
Cuestión de recursos
La visibilidad de los problemas de salud mental también ha dejado en evidencia la falta de recursos públicos destinados a la atención y la asistencia psicológica. En España, hay menos de 10 psicólogos por cada 100.000 habitantes, y de cada 100 euros que el Estado invierte en Sanidad, únicamente 5 van destinados a salud mental.
Estos números no son nada nuevo. Ya en 2019, antes de la pandemia, Eurostat señaló que el nuestro era uno de los países occidentales con la ratio más baja de psiquiatras (11, muy lejos de los 27 de Alemania o los 52 de Suiza).
Esto provoca que, quien puede permitírselo, busque a un especialista privado, algo que profundiza la desigualdad en el acceso a terapia. La primera ola de la pandemia tuvo un impacto psicológico significativamente mayor en personas con menos recursos económicos, a los que el miedo a contagiarse, perder el trabajo y quedarse sin ingresos afectó mucho más.
Según el CIS de marzo de 2021, las personas con ingresos más bajos reconocieron haber llorado más por la pandemia y padecieron más problemas físicos que aquellas de niveles socioeconómicos superiores.
“Cuando no hay facilidad de acceso a la ayuda psicológica para adaptarse a situaciones problemáticas, cuando el sistema no incluye, o incluye de manera deficitaria, hasta el punto que te da cita cuatro meses después, al final se ve que quien puede costearse un médico privado se recupera antes, y quien no puede, arrastra el problema”, sentencia Lorente.
Junto a Portugal, nuestro país lidera el consumo de psicofármacos en la OCDE. Por ejemplo, según el organismo, más de dos millones de españoles toman ansiolíticos diariamente. “Detrás hay una cuestión cultural. No hay diferencias tan marcadas entre los países, yo creo que hay más una razón contextual, de recurrir al fármaco como un remedio sencillo. La clave está en entender si es necesario o no”, apunta Lorente.
Saiz cree que el alto consumo de psicofármacos es "una conjunción de varios factores, y uno de ellos es nuestro sistema sanitario, que tiene muchas virtudes, pero tiene otros defectos". Y lo explica: "Favorece el que se hagan prescripciones de ansiolíticos y antidepresivos por médicos de atención primaria, y es un recurso al que se acude cuando se ve a personas agobiadas o con somatizaciones".
Ambos expertos alertan de la adicción que suele ocasionar este tipo de medicamentos, y Lorente propone intentar buscar alternativas: “Si no abordamos otro tipo de medidas, en muchas ocasiones el problema no se va a resolver con el fármaco”.
Saiz entiende que en el sistema sanitario a veces se tomen atajos. “El que pueda ir a un psicoanalista y pagar 200 euros por media hora, pues magnífico, pero eso no llega a toda la sociedad. El médico de cabecera abre la puerta y hay 20 personas esperando en su consulta, y los procedimientos son otros”, concluye.