El martes pasado, como cada año, me sometí a una tortura. Como tantísimas mujeres cada día. Me hice una mamografía. Y más allá de cierto temor, ese que te hace preguntarte si la mala varita del cáncer se posará sobre ti, como cada año, pensé que si los hombres tuvieran que someter sus huevecillos a un estrujamiento similar, arriba, abajo, de un lado, del otro, y por dos... ya habrían inventado otro método de detección igualmente infalible pero menos molesto.
No sé por qué, pero al mismo tiempo pensé en los algoritmos, aunque sin tortura. Porque si el 99% de la inteligencia artificial (IA) depende de la programación masculina, las mujeres podemos darnos fuera de la ecuación, o casi. Porque al algoritmo se le enseña; se le incluyen datos. Y si dependen de ellos, van a incluir sus macro, micro sesgos o sesgos de género sin más. Sin malas intenciones… De la misma manera que no pueden evitar ese “estás muy guapa”, antes, durante o después de una comida de trabajo…, aunque no busquen nada. Sin malas o dobles intenciones…
Hay que tener en cuenta que esta, nuestra nueva era, va a ser una generadora de oportunidades que se perderán quienes den la espalda a la tecnología. Como también es fundamental, por cierto, en el crecimiento del otro polo de innovación y desarrollo que es la sostenibilidad. Es innegable que una inmensa mayoría de sus logros están ligados a los tecnos.
Por cierto, y hablando de sostenibilidad, leí hace unos días en el libro Futur·es: Comment el feminisme peut sauver le monde (Big Book, 2022), de la periodista Lauren Bastide, unas frases que me afectaron; y mucho. Hablaba sobre el cambio climático y especificaba cómo está afectando y va a afectar mucho más negativamente a las mujeres que a los hombres. Porque ellas constituyen la mayor parte de la población pobre y en peligro de precariedad. Tanto como que el 70% de las personas que viven bajo el umbral de la pobreza son mujeres.
Me confesaba Laura Urquizu, CEO y presidenta de la tecnológica Red Points, que en España su empresa es la única tecno presidida por una mujer, y que en Europa hay muy pocas. Me contó que recientemente, en un foro de empresas tecnológicas europeas, de 27 personas ella era la única.
Cuando le pregunté cómo animar a las chicas jóvenes no lo dudó dos veces: mostrar más referentes para que entiendan que ellas también pueden. Pero la realidad se impone: hay menos emprendedoras digitales que emprendedores digitales. De hecho, según el estudio Women in the Digital Age, apenas constituyen el 17% de las creadoras de startups.
Todo concuerda: las jóvenes significan solo el 27,8% de los nuevos ingresos en carreras técnicas, según el STEM Women Congress Annual Report. No hay que reflexionar mucho para encontrar la repercusión de este dato en el desarrollo del mercado laboral. Evidentemente, mujeres que no estudian carreras tecnológicas difícilmente accederán a trabajos relacionados con ellas.
En el informe The Changing Nature of Work, elaborado por la Unión Europea en 2019, se estimaba que la demanda de empleos en el sector de las tecnologías digitales, ciencia e ingeniería, crecerá un 16% para 2030. Y estos trabajos son y serán los mejor pagados. Por lo tanto, las mujeres van a seguir ganando menos que los hombres si no se espabilan.
Es paradójico que la escasa presencia femenina en los estudios y el mercado laboral tecnológico contraste con el papel fundamental que jugaron algunas mujeres en los inicios y el desarrollo de la programación. Como Ada Lovelace, pionera del lenguaje de programación en 1843. O Margaret Hamilton, responsable del equipo del MIT que desarrolló el lenguaje de navegación de Apolo 11. O las programadoras del primer gran ordenador ENIAC en la Segunda Guerra Mundial. O Grace Hopper, fundamental en el desarrollo del lenguaje COBOL y del segundo gran ordenador UNIVAC en los años 50.
No hay duda. Se requieren nuevos role models. Y otro lenguaje que no solo está en los medios de comunicación, sino en la calle. Por ejemplo, en los mensajes de las ofertas de empleo. Porque no es lo mismo anunciar “se buscan técnicos”, que “se busca personal técnico”. Son pequeños detalles. Pero influyen. Negativamente. Si se buscan técnicos, yo, mujer, daré por hecho que se buscan hombres y no a mí.
Me gusta decir que es fundamental utilizar unas nuevas gafas: las de la perspectiva de género. Ello hace que encontremos en cada faceta de nuestra existencia el wally de las desigualdades, a veces no percibidas o no tan percibidas porque responden a sesgos culturales sutiles.
Aplicando estas lentes tenemos una nueva visión también de la digitalización o del fenómeno digital, mejor dicho, una visión que nos hace descubrir realidades que tampoco son beneficiosas para las mujeres. Por ejemplo, en las redes sociales. ¿Cuántos chicos usan filtros para mejorar su imagen? Haberlos los habrá, pero nada que ver con lo que ocurre en el universo femenino y con la perpetuación de los estereotipos de la belleza y la juventud como atributos esenciales permanentes.
Y, por cierto, ¿también es una casualidad que cuando le pedimos algo a Amazon, es decir le ordenamos algo, llamemos a Alexa, con voz de mujer? Lo mismo se puede decir en el caso de Apple con Siri, también con voz de mujer. No es por ponerme tiquismiquis, pero ya dejó claro Freud que las casualidades no existen.