España tiene recursos hídricos suficientes, pero hay que reorientar las prioridades. Entre ellas, depurar más y mejor las aguas residuales, aumentar la reutilización y desalación y modular los usos agrarios para anticipar y mitigar las sequías. Tener los ríos y acuíferos sanos y limpios garantiza el futuro. Además, contaremos con menos recursos y más variabilidad climática.
La sequía es la palabra y el argumento en boca de todos cuando hablamos del agua. Pero ¿es la sequía o la escasez de agua de lo que deberíamos preocuparnos?, ¿nos vamos a quedar sin agua? La respuesta es un “no” con matices, pues hay regiones en España que están demasiado tensionadas. Además, tenemos que estar alerta, invertir más en el cuidado y la gestión del agua y los ecosistemas, y ser más prudentes al repartirla entre todos los usuarios, incluido el medio ambiente.
¿Y las Cuencas Internas de Cataluña?, ¿van a sufrir los catalanes y sus visitantes restricciones de uso? Actualmente, sus reservas están al 15,2% del volumen almacenable, lejos del nivel medio de los últimos 10 años situado en el 72%, lo que ha motivado una cascada de medidas, entre las que se incluye llevar agua en barcos. Otro tanto ocurre en las Cuencas Mediterráneas Andaluzas, con un 22% de reservas. En estas, el regadío (con 170.000 hectáreas regables) es el principal usuario, muy por encima de los usos urbanos, turísticos e industriales. Algunos municipios deben abastecerse mediante cisternas, pero no es lo común y un verdadero fracaso.
En las demarcaciones hidrográficas internas de Cataluña y mediterráneas andaluzas, el balance hídrico está tan tensionado que resulta muy difícil, si no imposible, enfrentar un periodo prolongado de bajas precipitaciones. Los sistemas se han forzado tanto que no hay soluciones efectivas a corto plazo, salvo mitigar los daños y exprimir los recursos al máximo, exigiendo de todos los consumidores grandes esfuerzos.
Tal vez ha faltado previsión. Como ocurrió en la mitad sur de España durante la gran sequía de 1990-95, que provocó cortes de agua en muchas ciudades andaluzas en durante varios veranos. Aprendimos la lección de esa experiencia tan traumática, pero hemos vuelto a tropezar en la misma piedra.
Sin embargo, a fecha de hoy, en el conjunto de España contamos con unas reservas del 56,8%, superando ya 2022 y 2023 y aproximándonos a la media de los últimos 10 años. La demarcación del Guadalquivir se ha recuperado bien, aunque es probable que en su gran superficie de riego (900.000 ha) las demandas agrarias no puedan cubrirse ni siquiera al 50%. La ley establece que los abastecimientos urbanos tienen prioridad.
En muchos medios de información, el propio Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico y muchos especialistas han señalado al sector agrario como el principal culpable de los desequilibrios, sugiriendo que se elimine superficie de riego. Sobre este punto, conviene aclarar que la superficie agrícola de regadío ya ha disminuido de manera tendencial en la Comunidad Valenciana, fruto del abandono agrícola y otros cambios en el uso del suelo. Además, en los años 2022 y 2023, hemos regado 100.000 ha menos que en 2021, generando un ahorro equivalente al consumo de la Comunidad de Madrid en un año.
El ajuste de las superficies regadas, de las dosis de riego y de las especies que se siembran nos proporciona cada año una gigantesca capacidad de adaptación a los ciclos de sequía en las grandes cuencas hidrográficas ibéricas (Duero, Tajo, Ebro, Guadiana, Júcar y Guadalquivir).
Adicionalmente, en los planes de cuenca aprobados por el Gobierno en enero 2023 se contempla que el regadío va a usar menos agua en conjunto que cuando se hizo el libro blanco del agua en 1999, aun cuando la superficie regable ha aumentado en 500.000 hectáreas. La mayor eficiencia del riego, con más de 2,2 millones de hectáreas regadas con riego localizado, y la adaptación de los cultivos sembrados, han dado lugar a cifras récord de producción vegetal, productividad de la tierra y exportaciones agroalimentarias. California, Australia, Francia, Chile o Marruecos no plantean reducir su regadío.
La armonización de los usos del agua con las disponibilidades en cada año debe aumentar la resiliencia a los ciclos secos y disminuir sus impactos. De esto no hay duda, porque además cada año el ciclo hidrológico va a proporcionar menos recursos. La reducción registrada de las aportaciones hídricas oscila entre un 0,15% anual en el Cantábrico Oriental y el 0,6% en el Guadiana; poco en un año, muchísimo en décadas. Son datos pretéritos, el futuro no será diferente.
Siendo la cantidad de agua disponible una variable esencial, no es la única. La calidad del agua en los ríos y el estado ecológico de las masas de agua son igual de importantes. El 44% de las masas de agua superficiales (ríos y lagos) tiene mal estado, y otro tanto se puede decir del estado químico y cuantitativo de las subterráneas.
En este Día Mundial del Agua de 2024, debemos ser optimistas, porque nuestro país nunca ha contado con tantos recursos económicos y claridad sobre las prioridades. El plan para Digitalización del Ciclo del Agua, la modernización de regadíos y los presupuestos para la planificación hidrológica, sumado a la futura Directiva Europea de Tratamiento de Aguas Residuales, conforman un horizonte de profundas reformas en la buena orientación.
Las políticas que deben acompañar estos planes tienen que incorporar más flexibilidad para adecuar los usos de agua en el riego a cada situación (sin necesidad de disminuir la superficie regable, adaptando la que se riega cada año), aumentar la capacidad de desalación y reutilización de aguas residuales urbanas, mejorar la eficiencia de las redes urbanas y los usos del agua, implementar el Plan de Depuración de aguas residuales con la nueva directiva y disminuir las presiones en las cuencas tensionadas.
Los ciudadanos podemos poner nuestro granito de arena: reducir la duración de las duchas, arreglar los grifos que gotean, lavar un poco menos la ropa, poner la lavadora y el lavavajillas siempre llenos, no arrojar aceites, residuos o toallitas al inodoro, adaptar nuestras plantas y jardines a nuestro clima, educar a nuestros hijos e hijas, no tirar la comida y exigir de nuestros políticos una administración del agua viable, equilibrada y con perspectiva de largo plazo.
*** Alberto Garrido es director del Observatorio del Agua de la Fundación Botín y Catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid.