Me piden que escriba una columna sobre el nuevo escándalo destapado por la oenegé Earthsight y lo primero que se me viene a la cabeza es el documental de la cadena francesa Cash investigation liderado por Elise Lucet que llamaron L’envers de nos tee-shirts —en español El reverso de nuestras camisetas— refiriéndose a lo que pasa en la cadena textil. En él, Elise tenía un tête-à-tête con la Directora de BCI, y le demostraba cómo el aumento de cultivos con este tipo de certificación era impresionante, mientras que, al mismo tiempo, el descenso de la producción de algodón orgánico era alarmante en la misma proporción.
Corría el 2017 y, conscientes de todos los problemas medioambientales y sociales del cultivo de algodón convencional, las pioneras y pioneros de este movimiento de la moda sostenible llevábamos años siguiendo de cerca el progreso de la producción de algodón orgánico. Porque, entre otras cosas, este crecimiento era fundamental para ir mejorando la cadena de valor textil. Y, aunque lentamente según nuestros deseos, íbamos viendo como poco a poco esta producción iba creciendo.
Hay gente que opina que hacer un poquito mejor las cosas equivale a un paso hacia adelante. Esta era la promesa de BCI (Better Cotton Initiave, ahora solo Better Cotton). Como resalta el informe de Greenpeace Greenwash: Danger Zone, el BCI, comparado con el algodón orgánico, es un esquema poco exigente. Entre otros, permite el uso de semillas de algodón transgénico, limita muy pocos pesticidas, algunos prohibidos ya en otras partes del mundo, y también se cultiva en la región de Xinjiang en China donde desde hace tiempo se tiene conocimiento del trabajo forzoso.
La oenegé Changing Markets en su informe Synthetics Anonymous también la señala como una etiqueta de criterios bajos, y resalta que el algodón BCI se obtiene a través de un sistema conocido como "balance de masa", donde se mezcla con algodón ordinario en toda la cadena de suministro. Es decir, el algodón BCI no puede garantizar que alguna de las fibras en el producto final provenga realmente de prácticas de producción supuestamente "mejores".
El BCI no está completamente rastreado en toda la cadena de suministro. Changing Markets termina el informe afirmando que debido a la debilidad de esta certificación y las preocupaciones ampliamente publicitadas sobre sus deficiencias, no consideran que el algodón BCI sea suficiente para respaldar afirmaciones ambientales. Estos informes han sido claves para ir identificando las malas prácticas de BCI. Seguramente la diferencia de estos informes, y el por qué no captaron tanto la atención comparados con el nuevo informe de Earthsight, es la trazabilidad.
El informe Fashion Crimes de Earthsight se ha realizado llevando a cabo una exhaustiva recopilación y análisis de miles de registros de envíos, así como de información proporcionada por fabricantes de textiles asiáticos, listas de proveedores publicadas por reconocidos minoristas y marcas de moda occidentales, entre otros. Para llegar a datos más concluyentes, los investigadores incluso se hicieron pasar por inversores extranjeros en la segunda feria agroindustrial más grande de Brasil y en ferias textiles en Europa.
Esta rigurosa investigación ha permitido dar con la cadena textil completa. Por un lado, están los productores de algodón, SLC Agrícola y el Grupo Horita, en el oeste del estado de Bahía, una parte del precioso bioma del Cerrado, que ha sido fuertemente deforestado en las últimas décadas para dar paso a la agricultura a escala industrial, a base de coacciones y violencia contra las comunidades tradicionales.
Por otro lado, están los intermediarios. En el caso de este informe se centran en ocho: Interloop Limited, Masood Textiles, Nishat Mills, Sapphire Group, Yunus Brothers Group, PT Kahatex, Jamuna Group and Noman Group. Y para terminar el recorrido de BCI se llega a las cadenas de suministro de dos de los mayores minoristas de moda del mundo: Zara y H&M, siendo Inditex (propietario de Zara) el primero en reaccionar y pedir una investigación.
La gran pregunta es: con tantas personas implicadas, ¿nadie había visto nada hasta ahora? La sostenibilidad pasa por la ética y es fundamental que los profesionales pongamos en el centro de nuestro trabajo los valores si queremos trabajar por un mundo más ético, justo y limpio y no normalizar lo que no es normal: deforestar no es normal, la violencia y el trabajo forzoso no son normales.
Estamos en la semana de Fashion Revolution, la campaña global que nació a raíz del hundimiento del edificio Rana Plaza en Bangladesh. No me puedo quitar de la cabeza pensar que unas semanas antes una certificación social (TÜV Rheinland recibió el encargo de realizar la auditoría por parte de un miembro de la Business Social Compliance Initiative (BSCI)) había marcado el tic de “todo va bien” a este edificio y a las actividades que allí se desarrollaban.
Solo un par de semanas más tarde, el edificio se desplomó arrasando con la vida de 1138 personas, dejando heridas a otras 2500 y muchos huérfanos y vacíos en los corazones de los seres queridos de las víctimas.
Las certificaciones sociales y ambientales pueden y deben de ser una ayuda, pero las ambiciones tienen que ser mayores y el cumplimiento más estricto. Aunque la vida no todo es blanco o negro, tenemos aprender a ver los grises y diferenciar los grises claros y los grises oscuros, evolucionando hacia los más claros y dejando detrás los oscuros porque el ser humano en su evolución tiene que mejorar, es clave para su supervivencia.
El caso de BCI es el ejemplo de por qué las etiquetas son herramientas que nos pueden ayudar a definir nuestro camino como empresa, pero por sí solas nunca deberían de ser sinónimo de sostenibilidad. Las empresas deben asegurar por sí mismas lo que afirman de sus productos desde el origen de la materia hasta que el consumidor lo compra, e incluso después proporcionando información para su correcta gestión al final de su ciclo de vida. Esta información debería incluir criterios ambientales al igual que criterios sociales, y estos deberían estar basados en la ciencia, reflejar mejoras regulatorias y prevenir retrocesos.
Ya existen empresas que son ejemplos inspiradores de cómo se pueden hacer bien las cosas. La empresa española Organic Cotton Colours, que también produce algodón en Brasil, nos cuenta los pasos que ellos han dado para asegurar el bienestar de todos, agricultores y ecosistemas, como son los contratos anuales indefinidos con agricultores, las semillas gratuitas, el pago por adelantado de la cosecha y el apoyo a la comunidad mientras cultivan algodón regenerativo ¡todo un ejemplo de buenas prácticas!
Las empresas y marcas deben también obtener los conocimientos necesarios para ser capaces de identificar por sí mismas tanto sus aciertos, para sentirse satisfechos de su buen hacer, como sus errores para poder subsanarlos. Una buena manera de aprender es acercarse a eventos que buscan dar forma a esta cadena de valor de una manera responsable y positiva.
Uno de ellos lo encontramos en la próxima Jornada de Moda Sostenible de Slow Fashion Next, donde tendremos la oportunidad de escuchar a muchos de estos profesionales y sus avances hacia esa visión positiva del sector, porque si trabajamos juntos y juntas por el cambio, seremos mucho más fuertes y podremos conseguir convertir la moda en una herramienta de cambio positivo.
*** Gema Gómez es directora de Slow Fashion Next.