No recuerdo muchas conversaciones con mi padre, una generación de pocas palabras. Aquí una.

Tendría yo 15 o 16 años, Franco ya andaba bien muerto, soy del 70, calcula. Recuerdo que estábamos hablando de sobre política y le comentaba que me gustaba mucho hablar sobre este tema con mis amigos y gente del instituto. Su respuesta fue que de política mejor no hablar, esas cosas se quedan para uno. Nunca sabes.

La memoria es caprichosa y ahí se quedaron grabadas en mi disco duro, aunque no era el caso. Cosas de la edad supongo.

Llevo tiempo pensando en qué papel pueden y deben tomar las empresas en temas relacionados con posicionamientos políticos, ideológicos o modelos de Estado. Charco.

¿Puede una empresa posicionarse en favor de la igualdad y la diversidad sin rechazar políticas y partidos denominados de ultraderecha? ¿Puede una empresa luchar con todas sus fuerzas contra el cambio climático sin posicionarse abiertamente contra ideologías e ideólogos que cuestionan o frenan políticas contra el cambio climático?

En estos tiempos donde el activismo de marca y activismo corporativo algunas veces se confunde con dar un donativo, me volvía a resonar algo que en su día denominé desobediencia corporativa.

¿Puede una empresa situarse de manera puntual fuera de la ley para defender una causa? ¿Puede una empresa dejar de pagar impuestos como respuesta a una o no decisión de país? ¿Puede un sector hacer huelga durante un periodo de tiempo para bloquear una política de país?

Visto el resultado de las últimas elecciones europeas, no solo se constata que los llamados partidos de ultraderecha adquieren mayor peso en las políticas europeas, sino que ha obligado a los partidos de la derecha tradicional a “endurecer” sus propuestas. ¿Pintan algo aquí las empresas? Hemos podido observar como empresas alemanas de primera línea han alzado la voz frente a la deriva política de su país, especialmente sensible con este tema. De momento parece que no ha servido de mucho.

Recuerdo el inicio de la guerra en Ucrania y cómo diferentes empresas a nivel global, alguna española, salían de Rusia como señal de rechazo y algunas, Zara, por ejemplo, han decidido volver a Ucrania recientemente como gesto de apoyo a este país. Para mí, ejemplar.

En esta misma línea se me viene a la cabeza el genocidio que estamos viviendo en directo con el pueblo palestino. Supercharco.

Cómo no respetar y reconocer un pueblo, el judío, que ha sufrido tanto a lo largo de la historia. Una diáspora constante con espeluznantes recuerdos en la historia reciente de Europa. Pero por esa misma razón no puedo dejar de solidarizarme con el pueblo palestino y condenar lo que está pasando hoy en la franja de Gaza.

Sabemos del uso y la utilidad de lobby empresarial para incidir en las políticas de las Administraciones, a veces para acelerar, otras para ralentizar, algunas para incorporar o incluso quitar. ¿Pinta algo el lobby empresarial en todo esto?

Siempre se ha dicho que al apartheid no lo venció Mandela, sino los fondos de pensiones de los jubilados californianos. ¿Puede una empresa reconocer el Estado palestino? ¿Serviría de algo?

Pienso en nuestra estimada Quiero, soy su fundador y principal accionista. ¿Tiene algo que decir o hacer en todo esto?

En las empresas se habla mucho de cocreación, pero eso no significa democracia. Por suerte, la transparencia, el diálogo, en definitiva, el buen gobierno protege las empresas de las convicciones, ideologías, arrebatos o patologías varias.

Sí tengo claro que en Quiero necesitamos abrir formalmente esta conversación. Se lo merece nuestra empresa y se lo merece mi padre.

***José Illana es fundador de Quiero.