David Lizoain, economista: "La 'huella de carbono' sirve para desviar la atención y culpar al ciudadano"
El economista y exasesor de la Moncloa y de la Presidencia de la Generalitat de Catalunya alerta de un genocidio climático.
9 julio, 2023 01:59El pasado lunes 3 julio fue el día más caluroso de la Tierra desde que se tienen registros. Y, según los datos del Reanalizador Climático de la Universidad de Maine, se habría experimentado también la semana más calurosa. Esto es un reflejo de que nadie es ajeno a las consecuencias de la emergencia climática. Una situación que, según el economista David Lizoain (Toronto, 1982) describe como un verdadero "genocidio climático".
En su libro Crimen Climático: Cómo el calentamiento global está produciendo un genocidio (Debate, 2023), Lizoain toma prestado este término del jurista polaco Raphael Lemkin, para que "la muerte de los millones de pobres del mundo debido a las consecuencias de la emergencia climática" no continúe siendo un problema sin nombre.
"Las emisiones son, ante todo, una cuestión de clase", anuncia en el ensayo. Y, responsabiliza a un centenar de "titanes empresariales individuales". Durante la entrevista, esta fue una de las cuestiones en las que más se incidió. "Por muy rico que seas no vas a poder estar ajeno a las consecuencias de emergencia climática", sentencia Lizoain.
Pregunta: Una de las cuestiones transversales del libro es el impacto medioambiental de los ultrarricos. ¿Por qué crees que contaminan más?
Respuesta: Hay una relación casi lineal entre el consumo y la contaminación. Es casi automático. Es muy difícil que una persona media que vive sola y que se desplaza de casa al trabajo y del trabajo a casa y que se va de vacaciones una vez al año, tenga una huella de carbono superior a la de un ultrarrico que coge su jet privado una vez por semana.
Por muy rico que seas no vas a poder estar ajeno a las consecuencias de emergencia climática. Y por eso. Cuantos más recursos tienes, más interés tienes en conservar esa calidad de vida.
No tiene el mismo impacto medioambiental que tú recicles una bolsa de plástico a que el jefe de una multinacional decida abrir un pozo petrolero en medio del océano. La diferencia es abismal. Pero ojo, reconozco que es positivo que tomemos conciencia sobre nuestras decisiones de consumo.
Empleas el término genocidio para describir los efectos de la emergencia climática y también hablas de crimen climático. ¿Cuál de ellos se ajusta más a lo que está sucediendo?
Cuando utilizo la palabra genocidio en el libro es un intento de aproximarme a este hecho: cuantas más emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, más calentamiento global. Y cuanto más calentamiento global, más frecuentes serán las sequías, las hambrunas y otras consecuencias que se traducen en las muertes indirectas y directas.
Lo describo como un genocidio porque me parece lo más apto para caracterizar lo que está ocurriendo moralmente. Y si se reconoce que es un genocidio, se consideraría, por tanto, un crimen. Se admitiría que esto no es un accidente y que el cambio climático y sus consecuencias son fruto de acciones y decisiones humanas. Hay algunas decisiones que se están tomando desde determinados lugares del poder económico y político que son criminales y tienen unas consecuencias nefastas.
¿Crees que existe inacción por parte de los gobiernos para atajar este problema?
Yo no lo describiría como una situación de inacción, porque creo que se están haciendo muchas cosas y cada vez más rápido. Lo que sí estamos viviendo es una emergencia y las actuaciones necesarias que se están llevando a cabo son insuficientes.
El Acuerdo de París fue un punto de inflexión. Y esto se puede comprobar en nuestro país, donde se está apostando por las renovables para conseguir la descarbonización. Por eso creo que si bien la emergencia climática es patente, hay motivos para ser optimistas y hay que seguir empujando para descarbonizar cuanto antes.
Hay todavía quienes se resignan o se niegan a ver la realidad y siguen pensando que esto es un problema de la gente del futuro. ¿Qué consejo les darías?
No es un problema del futuro ni es un problema de países lejanos: está aquí y es inmediato. Y lo vivimos el año pasado con las olas de calor, en las sequías, en las muertes en condiciones excesivas, en la dificultad de las familias para mantener el aire acondicionado o en las cosechas que no rinden tanto como hacían antes. Incluso en el turismo: el turismo de sol y playa ya no es tan competitivo.
Ya no se puede mirar hacia otro lado. Hay que entender que esta crisis tiene muchas manifestaciones, pero ya está aquí y nos irá afectando más en el futuro. Por eso es necesario seguir tomando medidas para minimizar las consecuencias más terribles.
¿Hay volutad política para atajar la crisis climática?
Existe una voluntad política latente. Hay mayorías ciudadanas muy amplias que han tomado conciencia del problema y tienen un interés por solucionarlo. El tema verde no solo para verdes, es transversal. Existe en las instituciones y existe en las empresas. Existe esta gran coalición. Pero el gran desafío es la polarización. Hay que activar estas mayorías para que los reclamos se hagan más fuertes.
Por ejemplo, en Estados Unidos, un estado que asociamos normalmente con los combustibles fósiles y prácticas como el fracking es Texas. Pero en los últimos años han dado un salto muy potente en energías renovables. Ahora, su interés económico está en descarbonizar. Su caso, el de un estado con una impronta ideológica conservadora y con una economía muy ligada al petróleo que transiciona a la economía verde, arroja algo de optimismo sobre el futuro.
Otra analogía es la de la asimilación del Estado del Bienestar. En la posguerra, los conservadores, liberales y demócratas se pusieron de acuerdo para definirlo. Las disputas ideológicas se dejaron a un lado para impulsarlo. Es cuestión de tiempo que ocurra lo mismo con la transición verde.
Y desde la posición del ciudadano medio, ¿qué puede hacer?
Cuando el ciudadano percibe que sus gobernantes no están haciendo lo suficiente para eso, para mitigar o adaptarse al cambio climático o simplemente para facilitar esas acciones a otros. En esa situación, el ciudadano tiene que ser político —be political—. No se trata de que se convierta en un político, sino en cierto modo hacer política. Y el primer paso para ser político es votar.
Después, como seres sociales que somos, hay que intentar persuadir a tus gobernantes, pero también a tus vecinos, a tu familia o a tus compañeros de trabajo. En ocasiones, las cosas pueden cambiar a partir de un gran sentido social, sobre todo si se empuja desde todas partes.
En el libro también criticas que el sector privado, y en concreto el de las grandes multinaciones, no está haciendo lo suficiente para atajar la crisis climática. ¿Qué se puede hacer para remediarlo?
Mi argumento es que la forma 'perimetrar' al sector privado pasa por el poder público. Puede legislar, aplicar regulaciones y en última instancia sancionar. Es cierto que no votamos a los suministradores de gasolina, por ejemplo, pero en cierta medida están sometidos a unas reglas colectivas y estas reglas sí se pueden cambiar.
Hay una analogía posrecurrente con la industria tabaquera estadounidense. El gobierno federal pudo obligar a acabar con una serie de malas prácticas publicitarias y pagar compensaciones cuatiosas por todas las muertes que se habían causado, y a sabiendas. Algo similar se podría hacer con el sector de los combustibles fósiles.
Cuando hablas en el libro del concepto de huella de carbono, atribuyes su creación y difusión a la British Petroleum (BP), ¿cómo nace inicialmente este concepto y con qué intención?
El concepto de huella de carbono se idea como una forma de desviar la atención y generar un sentimiento de culpa e impotencia en el ciudadano, cuando no es él quien tiene la culpa. Fue la empresa de energía British Petroleum (BP) la que encargó a una firma de publicidad que generase el concepto de 'huella de carbono'.
Por mucho que el ciudadano de a pie quiera tener un coche eléctrico y sostenible, no puede acceder a ello. Y si el transporte público no es de calidad, tampoco puede hacer nada más. Los consumidores individuales son prisioneros de su entorno. Sería maravilloso que cada persona tuviera acceso a productos sostenibles, pero son más caros y es lo que hay.
Además de la riqueza, ¿crees que la ideología es otro factor determinante a la hora de distribuir la responsabilidad de la emergencia climática?
La gente que tome decisiones consicientes sobre su consumo, independientemente de su nivel de riqueza, va a emitir menos. Pero lo que es cierto es que un ultrarrico muy concienciado va a emitir más que el pobre negacionista o que sea hostil al cambio. El factor económico probablemente pesa más que el ideológico. Es una cuestión en la que habría que profundizar.
Un dato muy sonado es que el 1% más rico es el grupo que más contamina, ¿es así?
Una cosa es hablar de la huella de carbono en consumo, que en producción o en propiedad. Por ejemplo, yo puedo calcular la huella de carbono del iPad que me acabo de comprar. Pero lo puedo hacer computando las emisiones como privadas, o puedo contrarlas como emisiones de la fábrica de China.
De la misma manera, se puede calcular la huella de carbono de los ultrarrico como consumidores y dejar de lado el hecho de que son los propietarios de las empresas que más contaminan. No hay que perder de vista que los dueños de las petroleras tienen una mayor responsabilidad por las emisiones de las petroleras que un ciudadano cualquiera que quiere llenar su depósito de gasolina.
En línea con esto de atribuir responsabilidades climáticas a los más adinerados, se ha planteado gravar su riqueza con un nuevo impuesto global para ayudar a los países más pobres a afrontar la crisis climática. ¿Es viable?
Como política pública sí, pero primero se tiene que lograr una coalición para hacerlo. Esa es la parte más difícil. Cualquier alteración de la distribución de la riqueza genera muchos conflictos y cualquier intento de redistribuir, evidentemente, se encuentra con muchos adversarios.
Ha habido momentos en la historia donde una ciudadanía organizada y unas capas ilustradas han empujado para aprobar reformas fiscales que mejoraron la paz social y el crecimiento. Veremos si ocurre lo mismo.
También se ha hablado de la reforma del sistema de financiación mundial y se han planteado algunas iniciativas, como la de Bridgetown o la creación de un fondo de pérdidas y daños (loss and damage). ¿En qué medida contribuirían a paliar la crisis climática?
Yo creo que iniciativas como esta de Bridgetown, de Mia Mottley, primera ministra de Barbados, son muy necesarias. Los países caribeños están en un círculo vicioso: tienen una gran deuda acumulada y dependen del FMI. Para reducirla, ponen en marcha políticas de desarrollo austeras que les lastran. No pueden invertir en eduación ni en capital humano y tampoco para hacer frente a los desastres climáticos que se ciernen sobre ellos. Es desastroso, tanto para ellos como para los países de su entorno.
No conviene a nadie que vayan colapsando los estados y que no tengan capacidad suficiente como para garantizar unos mínimos. La prosperidad debe ser compartida, estén donde estén las personas.
¿Serían suficientes estas medidas?
Sería un paso positivo, pero creo que no solo hay que cambiar las reglas del juego de la economía mundial, sino complementarlo con la implantación de un buen fondo de compensación como se planteó en la pasada COP. Otra medida positiva es facilitar la transferencia de tecnología, ya se vio el problema de la escasez de vacunas en el Sur Global.
Nos interesa acelerar el desarrollo de renovables, pero también compartir estas teconologías y el acceso a este sector a los países menos desarrollados. Son miles de millones de personas que también tienen derecho a buenas condiciones materiales.