A la derecha, Robert Oppenheimer. A la izquierda, el 'hongo' nuclear consecuencia de la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki en 1945.

A la derecha, Robert Oppenheimer. A la izquierda, el 'hongo' nuclear consecuencia de la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki en 1945.

Referentes

Quién fue Oppenheimer, el "destructor de mundos": la historia real del creador de la bomba atómica

Christopher Nolan lleva a la gran pantalla al físico que aseguró haberse convertido en "la muerte" tras el éxito de su invento en Nagasaki e Hiroshima. 

20 julio, 2023 01:50

"Me he convertido en la muerte, soy un destructor de mundos". Así de tajante se mostró Robert Oppenheimer (1904-1967) en una entrevista realizada en 1965. Visiblemente compungido, con lágrimas amenazando sus ojos, el padre de la bomba atómica mostraba en televisión su arrepentimiento por un invento que causó, al menos, 180.000 muertos.

Su Trinity, la primera bomba atómica que se testeó, acabaría engendrando, en menos de un mes, dos hijas: las destructivas Little Boy y Fat Boy, arrojadas sobre Nagasaki e Hiroshima en agosto de 1945. Algo que le perseguiría durante el resto de su vida. 

Ahora, la historia del creador del arma más letal creada por el ser humano llega a las pantallas de la mano de Christopher Nolan. Pero, ¿cómo vivió el verdadero Oppenheimer su creación? ¿Dónde está la línea que separa la realidad de la ficción?

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El nacimiento de un arma de destrucción masiva

Eran las 5:29 horas de la mañana de un caluroso sábado de julio de 1945, el día 16 para ser más exactos. Aunque amanecía como un día más en Alamogordo, Nuevo México (EEUU), lo que estaba a punto de suceder en ese desierto cambiaría la vida de Oppenheimer y el curso de la historia.

El director del Proyecto Manhattan, creado por el gobierno estadounidense para desarrollar armas atómicas, presenció, en ese preciso instante, una bola de fuego que rápidamente se transformó en uno de esos ya famosos hongos nucleares. La prueba de Trinity había sido un éxito. El mundo ya nunca volvería a ser lo mismo. 

Sin saberlo, durante el testeo de esa primera bomba atómica, se sellaba el destino de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, de los habitantes de Hiroshima y Nagasaki. 

El propio Oppenheimer narraría la sensación que le produjo la explosión de Trinity. Lo haría dos décadas después y ante las cámaras: "Un par de personas rieron, otras lloraron, la mayoría se quedó en silencio", aseguró. Con ese silencio, el mundo entero entró en una nueva era cuyo grito mudo ensordeció el planeta en agosto con los bombardeos en las ciudades niponas que precipitaría el fin de la guerra.  

En su libro Prometeo americano (Debate, 2023), publicado originalmente en 2005 –y que inspira la película de Nolan–, los historiadores Kai Bird y Martin J. Sherwin recogen las impresiones de quienes presenciaron, dicen, "una explosión más brillante que el sol". Uno de los generales del ejército que se encontraba en el lugar de las pruebas nucleares, cuentan, dijo que "Oppenheimer estaba cada vez más tenso". 

La explosión inicial –la detonación más potente vivida hasta entonces– pudo sentirse a 160 kilómetros de distancia. Tras ese momento inicial, apareció en el lugar del impacto ese champiñón tan característico de una bomba atómica. La cara de Oppenheimer cambió por completo: había pasado la prueba más importante de su vida. 

En ese momento no era consciente de que ya se había convertido en ese "destructor de mundos" como él mismo se bautizó décadas después. Pero la euforia inicial acabó pronto. En los días que siguieron a la prueba de Trinity, según cuentan Bird y Sherwin, sus amigos empezaron a notarle "depresivo". Uno de ellos le contó a los historiadores que "Robert sabía lo que vendría después".

Por ello, durante dos semanas, describen, "estuvo inquieto, como rumiando algo". Incluso, cuentan, se llegó a preocupar por el destino de los japoneses. Sin embargo, poco después, durante una reunión militar, empezó a mostrarse más preocupado de que la bomba cayese correctamente sobre Hiroshima que por el sino de su población. 

Bird y Sherwin relatan que durante el anuncio de este primer bombardeo, Oppenheimer se llegó a mostrar incluso emocionado. Y es que las luces y sombras han perseguido siempre a la figura de este científico, líder del Proyecto Manhattan.

El "enigma" de Oppenheimer

Oppenheimer era, sin lugar a dudas, el corazón del proyecto, el padre de la bomba atómica. Ya lo escribió su colega Jeremy Bernstein en su biografía, publicada en 2004, A Portrait of an Enigma (el retrato de un enigma): sin él, no hubiera sido posible. "Para bien o para mal, la Segunda Guerra Mundial hubiera acabado sin armas nucleares", confesó el físico teórico estadounidense. 

Pero son Bird y Sherwin los que definieron a Oppenheimer como un enigma: "Era un físico teórico que mostraba las cualidades carismáticas de un gran líder, un esteta que cultivaba ambigüedades". Incluso recogieron las declaraciones de un amigo del físico que lo describió como "un manipulador de la imaginación de primera". 

El enigma de Oppenheimer, eso sí, viene de cuna para sus biógrafos: hijo de unos acaudalados migrantes judíos de origen alemán de primera generación en Estados Unidos, creció rodeado de lujos. Sin embargo, sus amigos de la infancia decían que tenía poco de malcriado o consentido. Eso sí, todos coincidían en que era "brillante". 

A los 9 años, el joven Oppenheimer leía filosofía en griego y latín, y despreciaba los deportes. Como escriben Bird y Sherwin, "se burlaban de él por no ser como los otros niños". Sus padres, en cambio, estaban convencidos de que era un genio. Cuando se fue a la Universidad de Harvard a estudiar química, su fragilidad brotó. En una carta confesó que, a pesar de todo, de su vida social y estudiantil, deseaba "estar muerto". 

Sus problemas de salud mental continuaron cuando se mudó a Cambridge, Reino Unido, para realizar estudios de posgrado. Un psiquiatra llegó a diagnosticarle psicosis, aunque nunca se llegó a medicar. Según Bird y Sherwin, si la psiquiatría falló a Oppenheimer, la literatura lo salvó. En particular, fue En busca del tiempo perdido de Marcel Proust el libro que cambió su percepción del mundo. 

Fue en la Universidad de Göttingen (Alemania), allá por 1926, donde Oppenheimer descubrió que su destino estaba sellado con la física teórica. En los años 30 del siglo pasado volvió a Estados Unidos y continuó su carrera académica. Fue en esa época en la que descubrió a Bhagavad Gita, a quien leyó en sánscrito y de donde sacó su famosa cita "me he convertido en la muerte". 

La amenaza nuclear y el comunismo

Hasta que Albert Einstein enviase una carta al gobierno de Estados Unidos alertando del peligro nuclear en 1939, no se empezó a tomar como una posible amenaza. Cuando por fin el presidente Franklin Delano Roosevelt se decidió a tomar medidas, Oppenheimer fue el primero a quien llamó. En septiembre de 1942, gracias a su investigación, el país tenía la certeza de que era posible desarrollar un arma atómica. 

Imagen de archivo de Einstein y Oppenheimer.

Imagen de archivo de Einstein y Oppenheimer. US Govt. Defense Threat Reduction Agency Wikimedia Commons

Fue en ese momento cuando, según los biógrafos del físico estadounidense, Oppenheimer empezó a prepararse para asumir el liderazgo del Proyecto Manhattan. "Voy a romper todas las conexiones comunistas que tengo", le dijo a un amigo, como recogen Bird y Sherwin. Y es que tenía claro que, de no ser así, no podría "serle de valor" al gobierno. Para él, no había nada más importante que su nación. 

Einstein llegó a decir, incluso, que el "problema" de Oppenheimer era el de un "amor" no correspondido: él amaba su país, pero su país no lo amaba a él. Por eso, su liderazgo levantó muchos resquemores. Sin embargo, el general Leslie Groves, jefe de seguridad del Proyecto Manhattan, confió en su valía. 

Los dolores de cabeza llegaron cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, Oppenheimer empezó a renegar de su invento. Tras ver el lado más oscuro de las bombas atómicas, las definió como "instrumentos de agresión, sorpresa y terror". Incluso llego a hablar de la industria armamentística como "el trabajo del diablo". 

"Sangre en las manos"

Es más, en una reunión con el presidente Harry S. Truman, en octubre de 1945, Oppenheimer llegó a confesar que sentía que tenía "sangre en las manos". El presidente reconoció que, en todo caso, sería él el que tuviese la sangre en sus manos. 

Robert Oppenheimer en 1946.

Robert Oppenheimer en 1946. Ed Westcott (U.S. Government photographer) Wikimedia Commons

Durante el periodo de posguerra, Bird y Sherwin relatan cómo Oppenheimer, como miembro de la Comisión de la Energía Atómica, se mostró abiertamente en contra de la carrera armamentística nuclear. Su oposición hizo que en 1954 el gobierno de Estados Unidos abriese una investigación en su contra que llevó a que le retirasen las credenciales de seguridad. Acababa así su carrera gubernamental. 

En un texto publicado un año más tarde en The New Republic, el filósofo Bertrand Russell intercedía en su favor: "La investigación demostró que se cometieron errores graves, pero en ningún momento se han encontrado pruebas de deslealtad o vestigios de traición". 

En 1963, el gobierno de EEUU entregó a Oppenheimer el premio Enrico Fermi a modo de reparación. Sin embargo, no fue hasta el año pasado, 2022, cuando el Ejecutivo del país reconoció, oficialmente, la lealtad del físico anulando la decisión tomada en 1954. Tuvieron que pasar 55 años desde su muerte para que su nombre quedase limpio de cualquier duda de traición. 

El orgullo por su invento y el arrepentimiento por las consecuencias que tuvo persiguieron, sea como fuere, a Oppenheimer hasta la tumba.