Así entró el 'narco' en Galicia
Contrabandistas de tabaco como Laureano Oubiña o 'Sito Miñanco' empezaron a transportar hachís y cocaína en los años 80. Este fragmento del libro 'Fariña' explica por qué.
11 octubre, 2015 01:51Noticias relacionadas
Manuel Charlín Gama porta el honor de ser el primer contrabandista de Galicia que coló un alijo de droga en la ría. No hay datos concretos: ni fechas ni testigos ni pruebas que corroboren este dato. Y sin embargo en el saber popular de las Rías Baixas esto es un hecho indiscutible.
Los veteranos de la Guardia Civil y la Policía confirman que El Viejo fue el primero. Lo que jóvenes como Chis, Chema y los demás consideraban un pasatiempo que como máximo les obligaba a viajar un día a Sevilla y esconder un par de kilos en el maletero se convirtió en un negocio insaciable para los contrabandistas. ¿Para qué ir a Andalucía a trapichear porros cuando puedes traer un pesquero cargado de fardos directamente desde Marruecos? Los capos entraron en juego.
Cómo consiguieron los contactos para pasar del tabaco a la droga es un asunto que nunca ha estado claro. Se sabe que no les fue difícil. "Ellos ya tenían montada una infraestructura muy grande con el tabaco", explica el juez Taín. "Eso les facilitó todo y les dio mucha confianza a los proveedores. Socialmente encontraron el camino despejado: había impunidad y permisividad, aceptación social. Los primeros años la gente no sabía bien lo que era la droga y no se veían mal del todo las actividades de los capos".
Las lagunas legales y el poco interés en rellenarlas fueron el tercer factor que propició el salto. La Xunta de Galicia no tenía competencia ni medios para luchar contra unas organizaciones que poco le tenían que envidiar a la mafia y que, además, llevaban años aportando generosas donaciones.
El Gobierno central tenía cosas más importantes en las que pensar. Por ejemplo, la carnicería que estaba llevando a cabo ETA y que dejó 99 asesinados en 1980, o los 1000 nuevos parados al día que sumó España de media durante ese año. La legislación también estaba de parte de los clanes. A principios de la década el contrabando de sustancias estupefacientes no estaba regulado y se castigaba con la misma pena que el tabaco. Menos trabajo, mucho más dinero y el mismo riesgo. ¿Cómo desaprovechar la ocasión?
Los canales de lavado de dinero se revelan como la teoría más fiable para explicar el contacto entre los jefes gallegos y las mafias internacionales del narcotráfico.
Cuando Los Charlines quisieron entrar en el negocio, contactaron con alguna de las organizaciones marroquíes que utilizaban para enviar el dinero a Suiza. Félix García, actual jefe en Galicia de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado de la Policía Nacional (UDYCO), explica que estos socios de blanqueo aceptaron hacer algunas descargas no demasiado abundantes: "Hicieron dos o tres pequeñas pruebas. Funcionaron muy bien. Debieron que- darse acojonados de lo fácil que resultó. La red que los gallegos tenían montada aquí era única en Europa".
Después de las pruebas llegarían los alijos y a partir de ahí ningún chaval de Galicia volvió a necesitar coger el coche para conseguir unos porros.
Un examen ético
Detrás de Manuel Charlín vino Laureano Oubiña. A Oubiña le llevaba las cuentas Dris Taija, un marroquí que acabaría asesinado en Fuengirola en 1990. Taija fue el que le propuso a Oubiña probar con el hachís usando el mantra ya conocido: menos trabajo, mismo riesgo y mucho más dinero.
Dicen que Don Laureano no lo tuvo nada claro. Oubiña, hombre de una pieza curtido en el contrabando de chatarra, gasoil y tabaco, no parecía convencido. Lo consultó con su mujer, que también puso pegas. Terminado su profundo examen ético, Don Laureano, que nunca ha sido condenado por tráfico de cocaína, decidió dar el salto y ayudar a una organización marroquí a introducir la mercancía por las rías.
Como en el caso de Los Charlines, el asunto salió redondo. Tanto que enseguida entabló relación con una potente red de Pakistán que traficaba con hachís a gran escala y con la que empezaría a trabajar en serio. Los narcos del mundo sonreían satisfechos con la efectividad de aquellos señores gallegos.
Años después, el propio Oubiña se justificaría: "Si he traficado en alguna ocasión con hachís es porque nunca se me pasó por la cabeza que llegásemos a estas fechas sin que estuviese legalizado tanto en España como en el resto del mundo. La diferencia entre el hachís y otras sustancias es que es una droga blanda y que yo sepa nadie se ha muerto por consumirlo".
Tan en serio se tomaron los Oubiña esta línea argumental que recurrieron incluso al famoso ensayista Antonio Escohotado, autor de Historia general de las drogas. Lo recuerda el propio escritor: "Cuando [Laureano] estaba siendo procesado, sus familiares me pidieron un escrito sobre la historia, efectos y uso actual del hachís, que con gusto hice. Incluso comparecí como testigo de la defensa en una de las vistas, pero Oubiña rechazó entonces a su abogado [Ruiz Giménez] y no llegué a ser preguntado por nadie, si bien recuerdo".
El bigote cuidado
Al otro lado del Atlántico, en Panamá, se completaba la ingeniería financiera de los clanes gallegos. En el país centroamericano, entonces paraíso fiscal y segunda casa de los carteles colombianos, los amos del contrabando calcetaban sus enredaderas de empresas para invertir el reluciente dinero suizo.
Como se revelaría más tarde, casi todo el patrimonio de los capos estaba a nombre de sociedades panameñas que se rizaban hasta el agobio en espirales burocráticas y financieras. Uno de los fijos en el país del canal era el jefe de la organización criminal ROS, cuyo apodo era Sito Miñanco.
Durante años Sito fue el jefe tabaquero de Cambados. Siempre impecable, con camisas caras y bigote cuidado, el Pablo Escobar de la ría era un enamorado del Caribe y de sus mujeres.
Por entonces, todavía estaba casado con Rosa Pouso, su primera mujer, con la que tuvo dos hijas. Pero las idas y venidas a Panamá acabaron con Sito en los brazos de la que sería su segunda mujer, Odalys Rivera [apellido gallego], sobrina del ministro de Justicia del Gobierno del general Noriega, que subiría al poder en 1984.
"Fue esa mujer la que le introdujo en la cocaína", asegura un veterano agente de la Guardia Civil. "Ella conocía los carteles colombianos que estaban instalados en Panamá y los puso en contacto. Y ahí comenzó su carrera".
Con Sito trabajaba entonces José Manuel Padín Gestoso, más conocido como Manolo el Catalán, cuya presencia aquellos días en Panamá revelaría años después la justicia. Manolo el Catalán llegó a reunirse en estos primeros contactos con el cartel de Medellín, dirigido por Pablo Escobar, aunque a la cita acudió uno de sus hombres, el capo Ramón Matta Ballesteros. Ambos se reunieron en Panamá y viajaron juntos a Costa Rica, donde acordaron hacer algunos envíos de prueba.
Los colombianos descubrieron en Galicia la entrada perfecta para ampliar su negocio a Europa: infraestructura, gente con experiencia, autoridades y legislación casi ausentes y el mismo idioma. Los carteles colombianos vivían en crisis desde hacía varios meses, asfixiados en América por la DEA, la agencia antidroga estadounidense. Por eso buscaban con urgencia una conexión con garantías en Europa.
Esa conexión fue Arousa.
Un contratiempo
Los exitosos envíos de prueba se frenaron momentáneamente en abril de 1984. Ese mes el cartel de Pablo Escobar asesinó al ministro de Justicia colombiano, Rodrigo Lara Bonilla, que ocho meses atrás había puesto en marcha una agresiva campaña para terminar con la impunidad de los carteles.
A Lara Bonilla lo balearon en su Mercedes desde una moto en el norte de Bogotá. Los escoltas salieron tras los sicarios de Escobar, que en la persecución perdieron el control de la moto. Uno de ellos murió en la caída y el otro fue capturado y condenado a 11 años de cárcel.
El asesinato provocó la ira del Gobierno colombiano, entonces dirigido por Belisario Betancur, que declaró la guerra a los narcos. Los capos de Medellín huyeron: Pablo Escobar se fue a Nicaragua y sus lugartenientes Jorge Luis Ochoa Vásquez y José Nelson Matta Ballesteros, decidieron aterrizar en Madrid. Con ellos llegaría también el jefe del cartel de Cali, Gilberto Rodríguez Orejuela.
A España no llegaron por casualidad. Las reuniones mantenidas durante meses con los gallegos despejaron cualquier duda sobre el destino óptimo. Hasta qué punto debió de fluir el entendimiento que Matta Ballesteros se instaló a los pocos meses en A Coruña, en un enorme piso en el paseo marítimo con vistas a la playa del Orzán.
Desde allí Matta Ballesteros inauguró una oficina del cartel de Medellín para lavar el dinero de la organización y reanudó el trabajo con los clanes gallegos. En la distancia, todo lo dirigía por teléfono su hermano Ramón. Una de esas llamadas la escuchó el inspector de policía Enrique León. El cartel colombiano estaba ya instalado en Galicia y la policía seguía persiguiendo cajetillas de tabaco.
Bufetes de prestigio
Ochoa Vásquez y Rodríguez Orejuela se quedaron en Madrid, donde montaron más oficinas para consolidar el narcopuente entre España y Colombia y para blanquear la descomunal pasta que traían en los bolsillos.
Nada más llegar a España, Ochoa se cambió el nombre y la cara mediante una operación de cirugía estética. La DEA lo buscaba con desesperación. Orejuela mantuvo el rostro pero se agenció unos papeles falsos. Ambos comenzaron a buscar negocios en los que invertir.
Utilizaban como base un chalé de lujo que compraron en Pozuelo de Alarcón. En su rastreo contaron con el asesoramiento de importantes y prestigiosos abogados españoles pero fue demasiado escandaloso. El movimiento de tantos millones en tan poco tiempo resultó chirriante y el 15 de noviembre de 1984 la policía asaltó el chalé y los detuvo.
A Orejuela le pillaron una libreta de contabilidad en la que se especificaban transacciones millonarias derivadas del tráfico de cocaína. Desde Estados Unidos llamaron a Felipe González: querían a los dos narcos extraditados con urgencia.
Al decir urgencia es probable que el Gobierno del entonces presidente Ronald Reagan no se refiriese a los dos años que pasaron los capos colombianos encarcelados en España.
Ochoa y Orejuela, dirigentes de los carteles de Medellín y Cali, conocieron la prisión del Puerto de Santa María y la de Carabanchel mientras se negociaba su extradición. Adivinen quiénes cumplían condena esos mismos meses debido a la gran redada contra el tabaco de 1984. Así es, los contrabandistas gallegos, entre ellos Sito Miñanco, que tuvo tiempo de sobra para compartir confidencias con los colombianos y consolidar la relación iniciada en Panamá.
Otros capos arousanos siguieron su estela y en los pasillos y celdas de la prisión alumbraron nuevos vínculos que apuntalaron los lazos entre Galicia y Colombia. En Arousa se dice —no sin razón— que el narcotráfico gallego se gestó en Carabanchel.
¿Millones para Felipe?
Los gallegos fueron saliendo de la cárcel enseguida gracias al buen hacer de sus abogados. Los colombianos estuvieron hasta 1986 y al final consiguieron que el Gobierno español no los extraditase a Estados Unidos, donde les esperaban entre 10 y 15 años de cárcel.
Para sorpresa de Washington, los capos fueron devueltos a Colombia, donde meses después de su llegada quedaron en libertad.
Sobre esta negociación que evitó la extradición se habla largo y tendido en el libro El ajedrecista, escrito por Fernando Rodríguez Mondragón, el hijo mayor de Orejuela.
En la obra se recogen las memorias del capo colombiano y hay una parte en la que afirma: "Salir de España nos costó 20 millones de dólares y Felipe González se quedó con cinco. (...) Los emisarios de Felipe González insistieron en que las elecciones estaban cerca y necesitaban el dinero, y por eso autorizaron la entrega". El libro cuenta que la entrega del dinero se llevó a cabo con el jet privado de Pablo Escobar y que también hubo una partida de 10 millones con destino a la Audiencia Nacional.
No existen documentos que respalden estas afirmaciones. Como tampoco hay pruebas de lo que señala unas páginas más adelante: en Carabanchel, además de con los jefes gallegos, Orejuela hizo buenas migas con un miembro de ETA experto en explosivos al que se llevó a Colombia. Sea o no cierto, fue en 1986 cuando el cartel de Medellín comenzó su etapa de narcoterrorismo, con atentados constantes en el país.
Mientras Ochoa y Orejuela pasaban dos años en la cárcel, José Nelson Matta Ballesteros lograba escabullirse de la justicia en A Coruña. Así pudo dedicar su tiempo a preparar envíos y lavar el dinero del cartel.
Cuenta el periodista Perfecto Conde en su libro La conexión gallega que el clan colombiano regó de millones la ciudad y que los coruñeses, agradecidos, no le hicieron ascos a los narcomillones.
La primera empresa en la que invirtieron los capos fue en Automóviles Louzao, uno de los concesionarios más importantes de A Coruña, que estaba al borde de la ruina. Estos nuevos socios colombianos mosquearon a empresas como BMW, que acabaron desligándose de la firma coruñesa.
Aparcamientos Orzán SA, la constructora que ejecutó los aparcamientos de la plaza de Pontevedra y el del actual Hospital Universitario, también fue bendecida con la lluvia de narcodólares. En 1988 el periódico El País hizo público el escándalo. Un fotógrafo del diario pilló a Matta Ballesteros paseando a su perro por la plaza de Pontevedra y fue portada al día siguiente: La familia de un barón de la cocaína reali- za grandes inversiones en España.
La información detallaba empresas y políticos que formaban parte de los beneficiados por la llegada del clan. Figuraban en esta lista el ex alcalde Francisco Vázquez, eterno mandatario coruñés, que ganaba las municipales sin hacer campaña. Vázquez, que había expedido las licencias de los Aparcamientos Orzán, se encendió tras leer la información y anunció una querella contra El País.
"Todo se debe a un ataque al buen nombre de la ciudad de La Coruña en el momento en el que empieza a despegar. Cuando se empiezan a hacer cosas, inversiones, actuaciones urbanísticas, a conseguir que haya un empuje que permita aparcamientos, palacios de congresos, desarrollos urbanísticos, centros comerciales...".
De la querella que anunció, nunca más se supo.
Habló también el entonces gobernador civil de A Coruña, Ramón Berra, que llegó a decir en público que Matta Ballesteros figuraba entre "la gente limpia" y citó como respaldo un informe de la Jefatura Superior de Policía de Galicia. Antolín Presedo, secretario general del PSOE gallego, opinó por su parte que la noticia de El País "era una polémica de papel".
En resumen, El País destapaba todo un entramado proveniente del dinero del cartel de Medellín y allí nadie sabía nada.
Sólo nueve meses después John Lawn, director de la DEA estadounidense, dijo lo siguiente en una cumbre antidroga celebrada en Roma: "Creemos que el punto predominante de la entrada de cocaína en Europa es la Península Ibérica. También sabemos que el poderosísimo cartel de Medellín y la familia Ochoa tienen relaciones directas con España, relaciones culturales y una lengua en común. Sabemos que Ochoa vivió un tiempo en España. Por todo ello, creemos que la cocaína fue introducida en Europa a través de España y que lo hizo la familia Ochoa a través de Matta Ballesteros".
Lo que el director de la DEA explicó aquel día en Roma es sencillamente que la cocaína en grandes cantidades fue exportada por primera vez a Europa gracias a la asociación entre los carteles y los clanes gallegos. Mientras lo decía, autoridades, empresas y políticos patrios silbaban mirando al cielo.
Tan desesperada estaba la DEA con la pasividad ibérica que, según cuentan, fue ella quien filtró la información a El País para provocar una reacción. Mientras las autoridades abrían maletines para que el dinero cayese dentro, los capos gallegos vieron el camino libre de obstáculos. Comenzó su época dorada. La época de la fariña.
Extracto del libro 'Fariña', que acaba de publicar la editorial Libros del KO y que se puede adquirir aquí.