Frutos acaricia con dedos frágiles una carpeta marrón. En ella guarda todas las cartas que se escribió con su mujer, una por día, mientras estaba destinado en el Sáhara. "Se quedó en España con nuestros cuatro hijos: el mayor no tenía ni diez años. Se hizo cargo de ellos, de la casa y de todo. Fue… una valiente", suspira este hombre, de 75 años, viudo desde hace uno y medio. "Hay cosas que nos contamos que son demasiado personales -sonríe, rodeado de fotos familiares en su casa de Madrid-. Pero mire, aquí me cuenta que está preocupada por la Marcha Verde. Lo vivió con mucha inquietud. Y no era para menos, teníamos la sensación de que la situación podía estallar en cualquier momento".
Cuarenta años después de aquel acontecimiento, el general Frutos Heredero todavía se duele de cómo se gestionó la cesión del Sáhara -por entonces, provincia española- a los Gobiernos marroquí y mauritano. Recuerda la amistad que entabló con un intérprete, cuyo nombre ha diluido el paso del tiempo, del que se despidió amargamente en 1975. "Su mujer me dijo: '¿Y qué va a ser de nosotros ahora?'. Eso me pregunto yo, qué habrá sido de ellos".
Este viernes se celebran cuarenta años desde que Hassan II, monarca de Marruecos, activara la Marcha Verde, una estrategia para anexionarse los territorios del Sáhara. Aprovechando la debilidad política con la agonía de Francisco Franco, más de 300.000 ciudadanos de su país traspasaron la frontera y se adentraron, a pie, en lo que era suelo español. En sus manos llevaban el Corán, impreso en tapas verdes. De ahí derivó el nombre que se le ha dado al episodio.
También portaban banderas saharauis e incluso de Estados Unidos, a quien consideraban un aliado en sus intenciones. Alrededor de 25.000 soldados marroquíes los acompañaban con la misión de tomar las bases del Ejército nacional, había instalado -y anunciado- minas sobre el terreno para evitar el avance del enemigo. Durante varios días, los ojos del mundo estuvieron puestos sobre el Sáhara.
"Una sensación que acobardaba"
En la memoria del general Heredero están grabados a fuego los recuerdos de su desembarco en este territorio, en 1974. "Íbamos a bordo de unos barcos que, en su interior, transportaban vehículos y carros de combate -rememora-. Habíamos leído mucho sobre la situación del Sáhara y no sabíamos qué nos íbamos a encontrar. Íbamos casi con el cuchillo entre los dientes. En el desembarco de Normandía, al menos, tenían la certeza de lo que iban a ver. Después no fue nada, pero nunca olvidaré aquella tensión".
Juan Antonio Molero, de 61 años, tampoco olvida la primera impresión que le provocó "aquel espacio infinito" donde iba a hacer la mili: "Me impactó la luz y el polvo. Fue una sensación extraña y dura; era una sensación que acobardaba". "Que fuésemos destinados a El Aaiún fue una bonita sorpresa -prosigue, con ironía y riendo-. Yo había tenido algunos líos políticos durante la Universidad y creo que ahí nos mandaban a los problemáticos".
Molero, que ahora es psicólogo y enfermero en el Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, señala con añoranza las novatadas que les hicieron la noche en la que llegaron al cuartel de El Aaiún: "Algunos soldados se hicieron pasar por nuestros superiores, nos ordenaron dar varias vueltas y nos pidieron veinte duros. Con lo que recaudaron, compraron botellas de alcohol y nos invitaron a varios cubatas. ¡Los muy…!", exclama entre carcajadas. Aquellas bromas, considera Molero, propiciaban el buen ambiente entre compañeros; algo "imprescindible" en un lugar en el que la tensión se podía cortar con un cuchillo.
La moral del grupo, minada
Miguel Martínez, que hizo la mili con la Legión, habla de una patrulla a la que él no asistió por tener ampollas en el pie. Los efectivos que sí la hicieron se toparon, cuando viajaban a bordo de un vehículo, con una mina oculta en la arena del desierto. "A un chico le amputaron una pierna. Me libré por un pelo", reconoce Martínez, que ahora vive en la localidad navarra de Villava.
En su piso todo recuerda a su estancia en el Sáhara: pegatinas, pins, fotos descargadas en el ordenador y algunas insignias que ha ido coleccionando con el paso del tiempo. "Eran tiempos duros, aunque intentábamos vivirlo lo mejor que podíamos -apunta este hombre, que hizo la mili en la Legión-. Nos iban llegando noticias de que pasaban cosas en algunos lugares fronterizos, que el Frente Polisario hacía estragos en un lugar u otro".
Estos acontecimientos iban minando la moral del grupo. Los soldados españoles vivían en una calma tensa, conscientes de que la situación podía detonar en cualquier momento. "Era difícil inyectarles algo de ánimo", admite el general Frutos Heredero, que tenía a un centenar de hombres a su cargo. "Yo les decía que el Sáhara era provincia española y que debíamos defenderla como si se tratase de cualquier otra; Cuenca, por ejemplo -continúa Heredero-. Teníamos la sensación de que habíamos ido con una misión y que no estábamos haciendo nada. ¡No digo que quisiera la guerra! Pero no dejábamos de ser soldados y ya habíamos asimilado que podíamos entrar en combate en cualquier momento. Cualquier cosa, lo más mínimo, podría haber desencadenado el conflicto".
Los efectivos que estaban desplegados reconocen que la moral estaba por los suelos cuando, el 2 de noviembre de 1975, recibieron la visita de Juan Carlos I, jefe de Estado en funciones ante la debilidad física de Francisco Franco. "Se hará cuanto sea necesario para que nuestro Ejército conserve intacto su prestigio y su honor", aseguró el que era príncipe de España en un discurso pronunciado desde El Aaiún. Apenas dos semanas después, el 14 de noviembre, España, Marruecos y Mauritania firmaban el Acuerdo Tripartito de Madrid, que estipulaba la transferencia de la administración del Sáhara Occidental a estos países. La firma se alcanzó después de que la ONU recomendase la cesión del territorio, que culminaría en buena medida el proceso de descolonización vivido en África.
La Operación Golondrina
"Qué poco quedó de las palabras del Príncipe", lamenta ahora el general Heredero. "Lo que Juan Carlos I dijo nos inspiró mucho, lo necesitábamos -asegura-. Pero pocos días después me invitaron a participar en un vuelo de reconocimiento a bordo de un helicóptero. Vimos las hileras de personas recorriendo el desierto y pregunté si eso podía ser una maniobra de distracción para que sus tropas nos atacasen por otro flanco, donde estábamos desplegados. El piloto me miró perplejo y dijo: '¿En qué mundo vives? ¿No te das cuenta que todo está apalabrado?'. Fue entonces cuando me di cuenta que ya teníamos poco que hacer en el Sáhara. Me negué a comentárselo a mis hombres para que no se hundiesen".
Muchos de los efectivos no se dieron cuenta de esta situación hasta semanas más tarde, cuando se puso en marcha la Operación Golondrina, de evacuación de unidades y de material. "Así nos enteramos de la salida, por lo menos a los soldados", cuenta Justo Muñoz, destinado en el regimiento mixto de artillería. "Después de un par de meses guardando todo en cajas, nos marchamos de El Aaiún".
El último recuerdo de Justo Muñoz en aquellas tierras tiene algo de histórico: "Volví la vista hacia atrás desde el camión y en las colinas que circundaban el cuartel se veían camiones marroquíes que esa misma noche dormían en el cuartel", suele contar a otros compañeros, miembros, como él, de la Asociación de Veteranos de la Mili del Sáhara.
Muñoz fue, con toda probabilidad, uno de los últimos en abandonar el territorio que dejaba de ser español. El último en hacerlo fue el general Federico Gómez de Salazar, que, el 12 de enero de 1976, enviaba una carta en la que reconocía la "fuerte tensión" que habían vivido sus hombres: "Sabíamos que la guerra podía producirse en cualquier momento, pero conservamos la serenidad por el convencimiento de que habríamos obtenido una brillante victoria".