La relación entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias solo entiende de altibajos. Desde las elecciones generales del pasado 20 de diciembre, los líderes de PSOE y Podemos pasan una y otra vez de los ataques más furibundos a los arrumacos (políticos) sin solución de continuidad, como si fueran una de esas parejas atadas por una enfermiza y pasional dependencia.
Su última reunión ha sido, en teoría, la más fructífera en su particular romance político. En la sala de prensa del Congreso de los Diputados ambos dirigentes destacaban el cálido ambiente y las agradables sensaciones de su encuentro. Y enviaban a la opinión pública mensajes esperanzadores sobre un posible acuerdo para alumbrar por fin un gobierno. Aunque, justo es decirlo, cada uno destacaba aspectos diferentes de la cita.
Del 'matrimonio' imposible al gobierno conjunto
Una vez conocido el resultado de las elecciones generales, la aritmética apuntaba que un pacto entre PSOE y Podemos no sería suficiente para lograr una investidura. Acaso influenciados por esa realidad innegable, Sánchez e Iglesias empezaron a alejarse con declaraciones altisonantes. El desdén y la desconfianza eran mutuos. El matrimonio de izquierdas parecía imposible.
En ese contexto de relación peor que mala, Iglesias sorprendió a Sánchez el 22 de enero con una oferta de gobierno de coalición. El líder de Podemos se ofrecía como vicepresidente de un ejecutivo de izquierdas que debería presidir el secretario general del PSOE. Sánchez conocía la propuesta por los medios. Y comparecía con cara de circunstancias, descolocado por semejante declaración de amor.
Sánchez coquetea con dos parejas
Tras ese primer intento de seducción, acaso envenenado, por parte de Iglesias, el líder de los socialistas mostraba su rechazo para coaligarse, pero se dejaba querer para sumar fuerzas que le permitieran ser investido como presidente del Gobierno. En esas circunstancias, ambos se reunieron en el Congreso el 5 de febrero. El tono y los gestos eran cordiales, pero sus mensajes discrepaban sobremanera. Podemos pedía al PSOE que rompiera su cortejo a Ciudadanos y los socialistas se negaban en rotundo.
En los días previos a la primera sesión de investidura, el panorama parecía un juego amoroso a tres bandas. Pedro Sánchez coqueteaba con dos potenciales parejas al mismo tiempo. Por un lado, su equipo negociador y él mismo se reunían con los negociadores de Ciudadanos y con Albert Rivera, respectivamente. Por otro, los encargados socialistas del diálogo también se veían con las comisiones negociadoras de Podemos, IU y Compromís, en una "mesa a cuatro" de izquierdas.
Entretanto, Iglesias y sus correligionarios no paraban de repetir públicamente que Sánchez "tiene que elegir entre Podemos o Ciudadanos". Y el aspirante socialista a La Moncloa eligió a Rivera. No tardó en llegar el preceptivo berrinche de Iglesias, como si hubiera descubierto in fraganti un engaño de su pareja. Otra vez las perspectivas apuntaban a un hondo desamor.
De la "cal viva" al "acuerdo del beso"
"A veces las discusiones más agrias preceden a los momentos más dulces, ojalá el acuerdo al que lleguemos pueda llamarse el acuerdo del beso". Con estas palabras definía el propio Iglesias su relación con Sánchez durante el segundo debate de la investidura fallida del líder del PSOE. Aquel día el secretario general de Podemos mostraba su lado más afable para conciliarse con su homólogo socialista.
Iglesias aprovechaba la anécdota de su célebre beso en los labios con Xavi Domènech, que se produjo en la primera sesión de investidura, para rebajar el tono. Según su propia explicación, "a partir de ese beso la política se está calentando". "Fluye el amor y la pasión en la política española; Pedro, solo quedamos tú y yo". Estas palabras de Iglesias retumbaban en el hemiciclo, para escándalo de los más mojigatos, solo un par de días después de que él mismo arremetiera sin piedad y con palabras gruesas contra el PSOE, incluido el recuerdo sobre "el pasado de cal viva de Felipe González".
Dos negaciones...y resurge el romance
Las dos sonoras negativas de Podemos a investir a Pedro Sánchez deterioraron más, si cabía, la accidentada relación entre ambos partidos y, sobre todo, entre ambos dirigentes. Llegaron días de silencio y enfado. Sin mensajes privados ni públicos. El uno y el otro se despreciaban. Pero los dos sabían (y saben) que se necesitan, si no para casarse en un gobierno, al menos para que Podemos permita al PSOE llegar al poder con su abstención.
Irremediablemente tenían que romper el hielo y volver a hablar. Y en los días previos a la Semana Santa volvieron a cortejarse mutuamente con la intención de citarse otra vez. Lo intentaron antes de los días festivos, pero al final no pudieron "cuadrar sus agendas", en lo que pareció una excusa torpe para eludir la cita de estos dos políticos que un día parecen quererse y otro muestran odiarse. Por fin, los líderes de PSOE y Podemos volvieron a sentarse (y a pasear cual enamorados) juntos. Incluso, ha trascendido que hablaron de cesiones ocultadas a las cámaras. Después de la reunión, llegaron las palabras afectuosas pero discordantes.
Las imágenes de cercanía y las palabras calurosas que Sánchez e Iglesias escenificaron el miércoles son, por tanto, solo un altibajo más en una relación tormentosa, difícil e ilusoria que tal vez llegue a buen puerto o tal vez acabe en ruptura abrupta. Nunca se sabe en este tipo de batallas sentimentales porque, como esculpió Lope de Vega, "creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe".
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