"Una jornada laboral típica española empieza a las diez de la mañana y se parte en dos por una pausa para comer de dos a tres horas conocida como 'la siesta'. Los españoles hacen típicamente la pausa a las dos de la tarde y vuelven a trabajar sobre las cuatro o las cinco. La jornada laboral acaba típicamente a las ocho".
Esta visión de los horarios españoles, propia del esperpento deformante de Valle-Inclán, no pertenece a una página de humor ni a una cuestionable guía turística. Es la definición que ofrece un medio de prestigio, el Washington Post, incluyendo el triplete del término "típico" para dar más color local.
Y no es el único: la prensa internacional está malinterpretando la propuesta lanzada por Mariano Rajoy de terminar la jornada laboral a las seis de la tarde como una prohibición de la siesta que, presuntamente, nos estaríamos tomando los trabajadores entre semana.
"El primer ministro de España quiere acabar con la siesta", publican de esta manera medios como el mencionado Post o Mashable. "España quiere acabar con la siesta en una apuesta por entrar en el siglo XXI", titulaba por su parte The Independent, aprovechando para perpetuar el mito de que nuestro país no alcanza a desarrollarse por la vaguería de sus ciudadanos.
Incluso el canal internacional ruso RT Actualidad recogía la noticia como un envite de Rajoy para acabar con la siesta en los días laborables.
Es una realidad que el trabajador español pasa más horas en la oficina que el europeo medio, y su productividad es menor. El índice Eurostat revelaba que salimos de la oficina dos horas más tarde que nuestros colegas. Los expertos citan varios factores como la cultura empresarial presencialista en la que nadie se marcha hasta que lo hace el jefe, la anomalía de nuestro huso horario que hace que tengamos hábitos más tardíos que en el resto de Europa, o que, efectivamente, en otros países se toman apenas unos minutos para comer.
Pero la idea de una cultura de "siesta" diaria en la que los trabajadores desaparecen dos o tres horas a su gusto debería rechinar en cualquiera que conozca la realidad de España. La confusión sobre la propuesta de Rajoy parece haber surgido, lamentablemente, de la cobertura realizada por otro decano de la prensa, The Times.
"Las pausas para comer de tres horas y las siestas han sido desde hace tiempo la envidia de los europeos del norte pero están condenadas a pasar a la historia después de que el primer ministro español haya propuesto recortar la jornada laboral para llevar al país al siglo XXI", recogía la crónica.
No decía explícitamente que esas comidas de tres horas incluyen siesta a mitad de la jornada laboral, pero incluía un apunte antropológico sobre esta práctica, entroncándola con el descanso de los trabajadores del campo a mediodía.
La propuesta de Rajoy, con el ojo puesto en la más que probable repetición de las elecciones, es en realidad de una ley de conciliación que haga más llevadera la existencia de los trabajadores potenciando el teletrabajo, creando un “banco de horas” y promoviendo que la jornada laboral acabe a las 18:00 horas con incentivos fiscales a las empresas.
Esta norma también contemplaría la ampliación del permiso de paternidad por diez días para padres discapacitados o con hijos discapacitados, y el cambio de huso horario para que España tenga el del meridiano de Greenwich como Portugal y Reino Unido.
Así, la medida para lograr que los españoles trabajen menos horas ha sido malinterpretada como un latigazo del presidente contra la molicie de sus ciudadanos. La prensa anglosajona ha demostrado que disfruta con las historias que encajan con el guión estereotipado de los españoles vagos que desangran a su economía. El funcionario gaditano que cobró seis años sin ir ir a trabajar ya ocupó algunas de estas mismas portadas. Pero, desafortunadamente para la Marca España, en este caso era una historia completamente cierta.
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