Los políticos insisten en que es necesario un pacto nacional por la educación. De ahí saldrá una nueva ley. Todos esperarán que resuelva los problemas de la educación en España.
Mientras desde despachos se pretende negociar cuál es el futuro de los colegios y los informes internacionales siguen suspendiendo a España, hay docenas de profesores y miles de alumnos que ya viven en el futuro.
La Fundación Ashoka ha destacado varias de esas escuelas con el título de Changemaker. EL ESPAÑOL ha hablado con varias. Sus planteamientos están lejos de la educación tradicional y siguen siendo un experimento de prueba error. Las evaluaciones externas les dejan en buen lugar, pero a muchos padres aún les parece algo raro. Esto es lo que hacen y han dejado de hacer:
1. La memoria es solo un recurso
Hay un argumento definitivo para demostrar la ineficacia de la memoria como centro de la educación: los adultos apenas recuerdan qué aprendieron de niños. “¿Qué dirías a los padres que piden que sus hijos aprendan los ríos y las capitales del mundo?”, pregunto a Iolanda Arboleas, directora del Institut de Sils (Girona). “Les preguntaría: ¿tú te los sabes?”, responde Arboleas.
La educación hoy se centra en empollar. Un profesor y un libro cuentan unos datos, el niño debe estudiarlos y repetirlos en un examen. Quien ha pasado por ese proceso, sabe que el día después del examen quedan pocas cosas en la cabeza.
Estas escuelas innovadoras tratan de evitar esta pérdida de tiempo. “Los niños y niñas deben construir el conocimiento, no que se lo demos como algo enlatado”, dice María José Parages, de La Biznaga (Málaga). “Tienen ya toda la información del mundo al alcance de un dedo”, añade.
2. Más competencias, menos conocimientos
Internet no es el único motivo por el que la memorización de conocimientos ya no es esencial. La información en el siglo XXI es inabarcable: “A mediados del siglo XX, los conocimientos que había que tener cabían en una enciclopedia”, dice Karlos Garaialde, director de Amara Berri (Guipúzcoa). Ya no: “Hoy el conocimiento es otra cosa y tiene que ver con conocimientos que interactúan”, añade.
Todas estas escuelas insisten en que el futuro de estos niños no es saber dónde desemboca el Danubio, sino entender por qué un río es básico para el medio ambiente. Se enseña por tanto algo que la mayoría de especialistas llama competencias. Es capacidad de buscar información, jerarquizarla y ofrecerla. Es también capacidad de hacerlo solo o en grupo y de entregarlo el día que toca sin errores de expresión.
3. Las asignaturas y los exámenes se diluyen
Los conocimientos no son estancos, sino relacionados. El mejor modo de aprenderlos es aplicarlos a una realidad, no en abstracto. En La Biznaga los niños de primaria hacen proyectos. El último que han hecho es sobre el consumo de energía de su escuela: “Los niños han buscado qué es concepto de energía, cómo se produce el CO2, qué energía se usa al producir papel; han tenido que hacer sumas, restas, porcentajes”. El siguiente será sobre la industria alimentaria. Ellos mismos deciden qué quieren investigar cada tres semanas.
La planificación es un buen modo de aprender. En el Padre Piquer (Madrid), los jóvenes de ESO deben preparar un recorrido por el Renacimiento español para turistas ingleses. El objetivo no es aprender la lista de monumentos y obras renacentistas más importantes de España, sino valorar y decidir cuáles tienen más peso de cara a un viaje de una semana y explicar por qué. Al ser en inglés, tienen que hacer los folletos en inglés. Así es cómo las asignaturas y el modo de evaluarlas quedan obsoletas.
4. Los deberes no son prioritarios
Los deberes son los padres. En colegios en barrios difíciles, los deberes son una losa más en la vida de niños que tienen familias donde nadie les ayuda. Si además otros padres están dispuestos a dedicar horas de su jornada a ayudar a los niños, la distancia entre alumnos crece y su labor definitiva no es real: “Con las más de 30 horas que están en el colegio, ya es suficiente”, dice Gregorio Casado, del Padre Piquer.
5. Pero sigue habiendo un ogro
Es la selectividad, pero también el paso de ciclo: de primaria a ESO y de ESO a bachillerato. La sociedad mira a estos centros innovadores y los juzga por la nota de corte. Pocos de estos centros se atreven aún a hacer hasta el final con métodos nuevos. Es en parte lógico: si la selectividad es vomitar conocimientos de memoria, ¿cómo va a hacerse otro tipo de preparación?
“En el bachillerato tienen que empollar, empollar y empollar. Lo hacen y ya. Tampoco hay que ser muy inteligente”, dice Iolanda Arboleas, del Institut de Sils, cuya enseñanza termina en 4ª de ESO. Los alumnos que acaban la ESO en Sils han dedicado solo un tercio de su tiempo a las tradicionales clases magistrales. En el bachillerato será todo así: “El bachillerato es lo que han hecho durante un tercio de su horario: escuchar, apuntar y empollar”.
6. Nadie debe quedar aparte
La Logse estableció que los niños con problemas de integración o de aprendizaje tendrían un grupo especial con un profesor específico. La intención es buena, pero es un modo obvio de iniciar su separación. Los chicos que van a esa clase es muy difícil que recuperen el ritmo del resto. Es más probable que acaben fuera del colegio.
Estos colegios nuevos no separan de clase, aunque sí separan por capacidad de aprendizaje: “Que un niño esté con los de su edad no significa que todos deban hacer lo mismo”, dice Arboleas. “Esa cosa homogénea es bastante ridícula”, añade. Este ritmo distinto permite otro tipo de evaluación: “El ritmo lo impone el esfuerzo y la autonomía que coja”. Si un niño no intenta salir adelante, llega el suspenso. Los conocimientos no son el estándar, sino que el esfuerzo de cada cual es su base: “Uno de nuestros lemas es ‘que aprendan tanto como puedan a partir de aquello que ya saben’”, dice Arboleas.
La moraleja que hay detrás de esta opción es que todos pueden aprender qué es un átomo en internet, pero en la vida adulta es casi imposible convivir con alguien con síndrome de Asperger o con un niño recién llegado de la guerra de Siria. Esa experiencia compartida es más rica que cualquier lista de reyes Godos.
7. Las aulas no son de los profesores
“No hay nada más distinto a la vida de un joven hoy que un profesor con una tiza y una pizarra”, dice Gregorio Casado del Padre Piquer. En su colegio los tres primeros años de ESO hay 60 alumnos por aula y 3 o 4 profesores. Es un modo de solucionar varios problemas a la vez: atender distintas necesidades, poder trabajar más en grupo -los alumnos no se ven los cogotes sino las caras- o estar más por cada uno de los alumnos -si hay tres profesores siempre en clase, uno podrá dedicar un rato a salir a charlar con alguno que parece tener un problema.
Ese tipo de distribución permite que las actividades sean más naturales: si un niño debe ir al ordenador a mirar una información, va y punto. El Padre Piquer habrá recibido este año la visita de 700 profesores de otras escuelas. Algo se mueve para buscar alternativas.
8. Los niños deciden
En estas escuelas, los niños presentan a sus compañeros lo que han aprendido. El resto les juzga. Las normas de comportamiento las ponen entre todos, con lo que todos se siente corresponsables. La disciplina no es por tanto un conjunto de reglas con sanciones.
Eso no implica que no vaya a haber conflictos. Es probable que la solución vaya caso por caso: “Detrás del comportamiento de críos hay aspectos emocionales. Hay que hacer análisis más ricos”, dice Karlos Garaialde.
Estas escuelas coinciden en dos aspectos poco vinculados con las escuela tradicional: los niños quieren ir a clase y no se aburren. Está por ver si el Pacto Nacional por la Educación de un hipotético futuro gobierno lo tendrá en cuenta: “Hemos tenido prácticamente siete leyes educativas en 30 años”, dice Jordi Musons, de la Escola Sadako (Barcelona). “Es imprescindible un consenso a largo plazo y solo es posible ofreciendo marcos generales que permitan que los centros decidan por sí mismos y diseñen proyectos singulares”.
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