"El ruido del tiempo", de Julian Barnes es el libro de campaña de Fernando Savater. En un par de semanas, sólo ha podido bucear en sus treinta primeras páginas. "Narra las andanzas de Dmitri Shostakóvich, músico en tiempos de Stalin". ¿Treinta páginas? ¿No le convence? "¡No es eso! Es que me están todo el día llamando y no puedo leer".
El compositor soviético tuvo que renunciar a su dignidad para sobrevivir al régimen comunista. A Savater estos días le ocurre lo mismo, pero sin la vida o la muerte en juego: renuncia a largas tardes de lectura, a una copita de whisky en el escritorio, a imaginar a través de la ventana, a La Concha de San Sebastián... Y todo por política. "No queda otra, a veces hay que hacerlo. En tiempos de Franco, muchos se quejaban y luego se iban al bar a pedir una de gambas", relata con sorna. Savater se ha convertido en un filósofo de caminar lento en una campaña frenética. Sabe que sólo sus apuntes pueden salvar a UPyD de un epitafio que no quiere escribir.
Savater, un arma de doble filo
Fernando Savater entra en una librería del barrio Salamanca. Le recibe un cartel enorme, capaz de tapar cualquiera de las estanterías que cubren de libros las paredes a modo de enredadera. "Piense lo que quiera, pero piénselo". Una libertad demasiado amplia para un anuncio electoral. Pedir el voto sin pedir. Y luego sus anteojos en grande, secundando su firma.
Es su particular campaña y los magenta se agarran a ella como a un clavo ardiendo. Savater es su número cinco al Congreso por Madrid. "Se empeñaron, me pusieron de uno en el Senado, luego en el Congreso, insistieron y subí hasta el quinto, pero dije que el ascensor no podía pasar de ahí. No hay más electricidad", se ríe.
Es un filósofo en campaña, un pulpo en un garaje. Pero en un garaje que conoce de sobra gracias a su filosofía política. No hay atril, sólo libros y sillas. No brillan las siglas, UPyD ha quedado reducido a unos centímetros en la parte inferior del cartel. No es un mitin, son preguntas con afiliados. Y todo ello con un riesgo: si a Savater no le gusta algo del partido, lo dirá. Con todo lo que ello conlleva. Un arma de doble filo. "Bueno, ellos lo saben. Es mi papel. Estoy para eso", dirá después entre bambalinas. Ni siquiera aparece el nombre del partido en el sobre propagandístico que entregan a los periodistas, aunque uno se lo imagina por aquello del color rosa que un día lanzó a las portadas la Rosa que ya no está.
Las notas del debate: Rivera, el mejor
Las respuestas de Savater le llevan inevitablemente al debate a cuatro, resaca de esta mañana. Sentado en una silla blanca, de un plástico moderno, divaga y reflexiona. De vez en cuando, algún silencio. Se cruza de brazos y mira al techo a través de sus anteojos de un naranja Ciudadanos. "¿Qué nota les pondría, profesor?", le preguntan. "Rajoy es como un elefante. Es muy difícil gobernar. Y es verdad, pero lo repite cuatro veces por minuto. De ahí lo de pesado. Rivera es el que más ideas mete por palabras, el que mejor domina el arte de la expresión. Iglesias no estuvo tan bien como otras veces. Sánchez salió peor parado. Estaba agarrado a una tabla en medio del mar y cayó a los tiburones".
De repente, un poquito de campaña, por lo de su compromiso con UPyD: "Nosotros fuimos quienes propusimos romper el bipartidismo y no se nos quiso. Ahora, en cambio, el bipartidismo casi se contempla peor que el canibalismo. Conseguimos más de un millón de votos a pesar de que los bancos no nos prestaban dinero y las televisiones no nos sacaban. Cómo han cambiado las cosas. Cuando enciendo la tele y no está Iglesias, me preocupo y pienso en llamar a la cadena para preguntar si se ha puesto enfermo".
"Iglesias piensa que los catalanes están alquilados"
El nacionalismo es uno de las mayores preocupaciones de Savater. Lo menciona de pasada, en una respuesta a una pregunta que no tiene mucho que ver, pero el mero hecho de aludir a Cataluña, le empuja a una argumentación más larga: "Apenas se tocó este tema en el debate. Lo solucionaron en tres minutos. Fue un absurdo. Iglesias les suele decir a los catalanes que no quiere que se vayan, como si estuvieran alquilados en España y estuviera a punto de vencer el contrato. Qué tontería. Los catalanes no existen políticamente, sino culturalmente. Que no nos roben nuestra ciudadanía".
Savater lanza titulares y poco a poco se ha acostumbrado a la campaña, a pesar de sus libros pendientes y sus líneas por escribir. Incluso ha paseado por la tele, participando en un debate. "Es una pena que Fernando, por ejemplo, no estuviera en el plató ayer", dice el candidato a la presidencia de UPyD, Gorka Maneiro. Con la frase sin terminar, Savater le interrumpe: "¡Ni loco! Con lo a gusto que estaba yo con mi vasito de Whisky". ¿Fue capaz de verlo entero? "Bueno... sí, sí, aunque con alguna cabezadita de por medio". Suficiente tiene con esta mañana de cámaras y preguntas: "Los únicos que saben menos política que los políticos son los tertulianos", azota con ironía y acento norteño.
Savater, este martes camisa de cuadros y manga corta, es el último romántico de los Boadella y Vargas Llosa que inauguraron UPyD. Ha sobrevivido incluso a Díez, que le metió en el lío. Acariciando su barba poblada, inevitablemente canosa, reflexiona: "Los personalismos hicieron que se perdiera de vista el partido".
Leer con el teléfono a mano
El acto termina tras una hora. Savater se levanta y recibe los elogios de afiliados nostálgicos de UPyD y seguidores de sus libros a partes iguales. Se hace fotos con los asistentes y el cartel detrás, la prueba irrefutable de que sin quererlo ni beberlo se ha convertido en un candidato al Congreso.
¿Cómo lo lleva? "Bien, hombre, con ganas de irme a mi casa y leer un rato", bromea. ¿Sienta la presión? Es SU campaña. "Sí, sí. No lo voy a negar", sonríe. ¿Se imagina otra? ¿Unas terceras elecciones? "¡No, por favor! ¡Quiero que esto se acabe ya!".
Savater se despide con una petición casi tímida a los asistentes: "Venga, ahora, id y contadlo. A todos vuestros amigos. ¡Por favor!", grita con sorna. Sale de la librería y no hay ningún coche esperándole. Es el momento. Nadie a la izquierda. Nadie a la derecha. Consigue huir. "¡Adiós, adiós!", se despide.
Stalin y Shostakóvich le esperan en la mesilla. Qué duro esto. Leer con el teléfono a mano. Díganselo a Savater.