El rugido de Beiras, melena y barba blanca al viento, dejará de escucharse en la cámara del Parlamento Gallego. Su última aventura política, la enésima reinvención del nacionalismo gallego en forma de “rebelión cívica”, ha sido la coda de una carrera política dedicada a la reivindicación de la nación gallega. El barco de la confluencia prosigue su rumbo de la mano de Luis Villares, el magistrado que aspirará a la Xunta de Galicia como candidato de unas mareas que llevan meses errantes y divididas. Pero a sus ochenta años, Beiras se baja por tercera vez, y parece que ya es la última, tras una vida intentando, muchas veces sin éxito, encauzar el impulso del galleguismo.
El hombre que se construyó a sí mismo como el contrapunto de Fraga, el reverso en la izquierda del líder popular, vuelve a sus libros, a su casa de Brión y a su piano. Ese que podría describir, según sus más allegados, tan bien como disecciona y analiza la sociedad en la que vive.
Se va con el carisma intacto, cuando ya se habían producido avisos de que la situación podía tomar esta deriva. Desde hace meses, todas las miradas apuntaban a Villares, avalado por los alcaldes de las mareas. Martiño Noriega, Xulio Ferreiro y Jorge Suárez llevan tiempo allanando el terreno para este candidato de consenso. Solo faltaba la bendición del catedrático y economista que creó Anova de la nada para constituirla como el germen de lo que él bautizó como la “rebelión cívica”.
Beiras se marchó obligado en 2005. Pero el estímulo de un nuevo proyecto político le hizo regresar. En su afán de regenerar el nacionalismo gallego, empezó de cero con la creación del llamado Encontro Irmandiño. El partido que acababa de crear, Anova, se unió a Esquerda Unida para las elecciones de 2012. Se hicieron con 9 escaños, el 14% de los votos y desplazaron al histórico Bloque Nacionalista Galego (BNG) hasta la cuarta posición.
Anova era, ante todo, el primer proyecto político que triunfaba canalizando la indignación ciudadana hacia las urnas. Allí estaba Pablo Iglesias para verlo, como asesor del partido nacionalista.El 29 de noviembre del 2012, el día que Feijóo iba a ser investido como presidente de la Xunta, hubo de hacer frente al duro alegato del líder nacionalista. En su discurso Beiras, calificaba de la siguiente forma al recién investido PP gallego. “Parecen ustedes de la casta política de los últimos Austrias”.
Un intelectual al servicio de la política
Xosé Manuel Beiras Torrado nació en Brión (A Coruña) en abril del 36, pocos meses antes del estallido de la Guerra Civil española. La Segunda República daba sus últimos coletazos y su padre, Manuel Beiras García, marcó los pasos del hijo unos cuantos años antes fundando el Partido Galeguista junto a intelectuales como Vicente Risco, Ramón Otero Pedrayo o Álvaro Cunqueiro, a quienes el hijo luego citaba de forma recurrente en sus discursos parlamentarios.
Su vida le llevó a París, a Albert Camus, y a los libros de economía, en los que se sumergió para emerger años después como catedrático de Estructura Económica. Sus tesis históricas acerca de la Galicia rural le valieron la Cátedra de la Universidad de Santiago de Compostela. Pero su carácter de activista le llevarían no solo a las aulas y a la calle, si no también a la política. Su primer embrión político, El Partido Socialista Galego (PSG),
Beiras ha sido protagonista de dos escenas ya míticas en el imaginario parlamentario. La primera, en el año 1992. El “zapatazo” en su escaño ante Fraga, emulando a Nikita Kruschev, dio la vuelta al mundo. La segunda, hace cuatro años, con el puñetazo sobre el escaño de Feijóo en el pleno que se exigió para aclarar su amistad con el narcotraficante Marcial Dorado.
Son dos escenas icónicas, pero no le definen. “Su lugar natural no es ese mundo parlamentario. Allí todo es demasiado formal para Beiras”, aseguran sus más cercanos colaboradores. Su palabrería agresiva, plagada de referencias a Castelao, los ensayos de Camus, los poemas de Rosalía de Castro o las historias de Charles Dickens le ha ganado la enemistad de buena parte de los parlamentarios. En el atril se movía como pez en el agua.
Su discurso era poco ortodoxo, furioso y alarmista, tal que si los nacionales estuvieran a las puertas de Madrid y él fuera una Dolores Ibárruri, una de sus referentes históricos, gritando “¡No pasarán!”. De ese modo, Beiras nunca ha dudado de asociar a Manuel Fraga como “La peste”, de tildar a Feijóo de “narcopresidente” o de acusar a Merkel y a Draghi de encabezar la nueva “gestapo imperial”.
Las sombras de una carrera agridulce
Martiño Noriega, el nuevo alcalde de Santiago de Compostela, decía de él que era como el último Rolling Stone. El hábitat de Beiras siempre ha estado en la calle, rodeado de la gente. Su entorno más cercano le bautizaba hace años como “el predicador”, por su estilo campechano y cercano a la hora de extender la idea de su nuevo proyecto nacionalista que acabó (de momento) con la hegemonía del BNG en el nacionalismo gallego. Sin embargo, ese carisma popular del que Beiras disfrutaba y que siempre su principal baza, ha sido, a la vez, la horma de su zapato. De hecho, el cisma interno en su propio partido, Anova, ha supuesto un epílogo agridulce a su carrera política. Sus diferencias con Yolanda Díaz, líder de Esquerda Unida, la segunda pata de las mareas, ha sido otro de los episodios que Beiras no ha sabido gestionar.
Muchos son los que coinciden en esa falta de fuerza interna en sus proyectos políticos. Beiras fue varias veces defenestrado por los suyos, como el Julio César de Shakespeare al que tanto le gusta citar. La más sonada de todas, en el año 2005, cuando se quedó fuera del BNG que entraba en el bipartito que iba a tomar la Xunta de Galicia por primera vez en la historia de la democracia. “Él foi un pouco desastre na política interna", explican desde su entorno. "Ahí nunca fue hábil. Nunca quiso rodearse de una guardia pretoriana de beiristas. Apostó por gente que después le pasó por encima”. Beiras nunca ha mandado en Galicia, y todavía menos en su propio partido. En ese sentido, un espíritu más teórico, alejado de las intrigas y de las conversaciones internas, siempre le ha podido.
Beiras no podía menos que volver a tocar el piano de la retórica parlamentaria. Como Sam, Beiras la tocaba una y otra vez, reinventando de todos los modos posibles el nacionalismo gallego. La mayoría de las veces el éxito no llegó: la pulsión social que sus partidos manejaban no se tradujo nunca en resultados ganadores en las urnas. Pero mientras otros se han ido quedando en el camino, Beiras siempre volvía, quién sabe si por narcisismo político o por sed de venganza. “O tempo fala. Eles están donde están e Beiras sigue ahí”.
Cuesta tanto imaginar a Beiras sin su camisa blanca de lino como fuera del hemiciclo, alejado del atril. Ese atril que agarraba estremeciendo con sus rugidos a los enemigos de la bancada popular. Termina una carrera parlamentaria agridulce, de punto álgidos y de sinsabores, sin haber llegado nunca a cristalizar sus ideas en hechos. Sin embargo, el PP no puede por menos que echarse a temblar. Cuando Beiras se marcha, es cuando está más cerca de volver.