Un cartel a la entrada de la oficina de Correos del Palacio de Cibeles dice que un cartero no puede convertirse en recuerdo. Porque el cartero camina en el alambre que une el 'siempre' con el 'siempre'. Por lo menos desde 1716 hasta hoy, y parece que estará ahí hasta que deje de haber un mañana. Correos cumple trescientos años.
El cartero es una postal de lo cotidiano, una visita tan frecuente como la del café de las ocho. La imagen de aquel chaval que lanza el periódico desde la bicicleta y que todos sentimos nuestra aunque no hayamos vivido en un chalet o a las afueras de la ciudad. España se escribe en cartas desde hace tres siglos. Con todo lo que eso significa. En la frontera entre reír o llorar, un sobre puede salvar, comprar, besar o matar. Lo decía Miguel Hernández, las cartas son "tarjetas postales, sueños, fragmentos de la ternura proyectados en el cielo, lanzados de sangre a sangre y de deseo a deseo".
Correos se ha desnudado en Cibeles para mostrar sus secretos a quien le interesen. Lo hace gratis y hasta el 4 de septiembre.
El 8 de julio de 1716, Felipe V nombró a Juan Tomás de Goyeneche administrador general de las estafetas. Así el servicio postal quedó canalizado a través del Estado desde entonces. Han pasado trescientos años, pero sólo un Felipe, del V al VI.
La bicicleta como cebo
Justo al franquear la puerta, una bicicleta llama la atención del que sólo pasaba por allí para enviar su carta. Podría ser la tatarabuela de la que ahora montan Shakira y Carlos Vives.
Es el anzuelo de la exposición. Negra, ruedas finas y sillín de cuero marrón. Lleva timbre en el manillar y aunque no se mueva de ahí tiene la capacidad de viajar al pasado. Es una DAL de 1930. Sus dos barras más gruesas sostienen una bandera de España que reza: Correos. Así se repartían la mayoría de sobres en aquel Madrid.
Qué tarde llegó la intimidad
Acostumbrados a abrir una carta en el salón sin que nadie nos vea, la instalación de los primeros buzones individuales y domiciliarios es casi un puñetazo. Fue en 1963.
Hasta entonces, hubo que ir a recoger la carta del amante o el contrabandista a la plaza del pueblo, la estación de tren o la Oficina.
El Código Postal es otra de aquellas herramientas que, casi en desuso, consideramos originadas en el paleolítico. Pero no se organizaron así las casas y portales hasta 1981. Esta delimitación fue un hito en la Historia de Correos porque el servicio se tornó mil veces más eficaz y se evitaron muchas pérdidas y fallos en los envíos.
Las cartas trampa o jeroglíficas
Es 1950. Un cartero cualquiera se para a la sombra de un árbol. No consigue averiguar la dirección a la que tiene que llevar el sobre. En vez de un nombre y un apellido, aparecen una flor, una iglesia y un pentagrama.
La destinataria se llama María de la Flor y vive en Sevilla, pero el remitente ha decidido dibujarlo en lugar de escribirlo. Y como este, muchos más. Las cartas jeroglíficas estuvieron permitidas en España hasta 1960. Muchas se extraviaban. Un día, para fortuna de los carteros, Correos prohibió la imaginación desbordante de los usuarios.
¿Por qué un león?
El primer buzón en España fue una rendija abierta en un muro de la localidad vallisoletana de Mayorga. Corría 1762 y los tragacartas pasaron de ser última tecnología a algo simplemente raro, todavía fuera de lo cotidiano. Muchos de aquellos buzones eran la boca de un león. Simbolizaban el poder del Estado y la seguridad en el envío.
Ahora parece lógico fiarse de que una carta llegue a su destino, pero ¿por qué hacerlo entonces? Poner en manos de aquel invento lo más íntimo de cada uno era un desafío.
El cartero secreto
Para finales del siglo XIX, millones de cartas viajaban por España cada día. Muchas de ellas se transportaban en vagones. Dentro de ellos y para ganar tiempo, se instauró la figura del ambulante.
Escondidos en el interior, buceaban en un mar de cartas y las clasificaban para que al llegar a la parada en cuestión pudieran entregarse las correspondientes.
Huérfanos durante dos siglos
En 1920, Correos ya era un eje imprescindible en el palpitar del país. Termómetro diario, conectaba provincias por tierra, mar y aire. Pero a pesar de sus doscientos años de Historia, se le podía considerar huérfano.
La posta se instalaba donde podía. Con todo lo que ello significaba. Hasta la llegada del siglo XX no se construyeron edificios ad hoc -que cumplieran los requisitos materiales-. Con la excepción del de la Puerta del Sol. En aquel momento, se estipularon tres condiciones. Las nuevas casas postales serían céntricas, monumentales y diferentes. De ahí que la mayoría de capitales de provincia puedan presumir hoy de sus edificios de Correos. Destaca la construcción neomudejar de Zaragoza o el homenaje al modernismo de Barcelona.
Los sellos, como internet
1850. Los sellos entrañan el apartado más previsible de una exposición de correos. Se pusieron en marcha a mediados del siglo XIX y la filatelia -el coleccionismo- nació casi a la vez que el propio sello.
Daban la oportunidad de pagar el envío al propio remitente, lo que supuso un aumento masivo de usuarios. El comisionado de la exposición compara el poder catalizador de los sellos con el nacimiento de internet.
Correos se abre a las mujeres
1882. La mujer trabajadora era un mito en aquel tiempo. Casi una figura de otra galaxia. Correos fue una empresa pionera y creó cuarenta puestos femeninos. Casualidad o no, Clara Campoamor, adalid del feminismo, fue auxiliar años más tarde y allí desempeñó parte de los inicios de su carrera profesional.