Los organizadores de Río, a estas alturas exhaustos y agobiados, entregan el relevo olímpico a Tokio. Los XXXI Juegos de la Era Moderna, primeros celebrados en Sudamérica, podrían ser recordados por el virus Zika, los estadios vacíos, los abucheos poco edificantes de un público más acostumbrado al fútbol, la ausencia por dopaje de estado de una parte de la selección rusa, el debate del hermafroditismo en los 800 metros femeninos, los dorsales con tipografía de manicomio, las piscinas colapsadas de PH o las protestas políticas. Incluso por las andanzas de tres nadadores norteamericanos que se inventaron una peli de vaqueros para esconder su juerga de niños malcriados. Pero la historia recordará también el alto nivel deportivo que, en lineas generales, hemos visto durante quince días.
Con permiso de los controles antidóping, esa calidad es a día de hoy indiscutible. En atletismo y natación -la columna vertebral olímpica- ha habido récords mundiales grandiosos (Almaz Ayana, Wayde van Niekerk, Anita Wlodarczyk, Katinka Hosszu, Sarah Sjostrom, Katie Ledeccky, Adam Peaty...) y, sobre todo, dos presencias imponentes, las de Usain Bolt y Michael Phelps. Ambos, iconos de los que oirán hablar nuestros hijos y nietos, han encontrado la suficiente motivación, quizá espoleada por algún mandato contractual, como para mantenerse en activo hasta aquí. Y además han ganado. No todos los JJOO pueden presumir de la coexistencia de dos colosos que atraen el interés internacional, se despiden llevándose otro porrón de medallas, y encima lo hacen bonito, sin aparente esfuerzo, como los héroes. Mucho le debe Río a estas figuras que han contribuido a tapar sus miserias.
En Brasil bulle un populismo que no comprende el maravilloso regalo que le hizo el COI a Río
Por lo demás, se nota que Brasil es una nación dividida y golpeada por una crisis existencial como sólo saben tenerlas en el Cono Sur, donde bulle el deseo de progresar y repartir riqueza, pero también la corrupción junto con ese populismo amargado del siglo XXI -lo tenemos igualmente en España- que ni entiende de deporte, ni comprende el maravilloso regalo que le hizo el COI a Río allá en octubre de 2009.
¿Cuáles son los síntomas finales de ese rechazo? Pues basta acordarse de los espontáneos molestando a las maratonistas, y de la orfandad de gradas y circuitos. Se calcula que hacen falta unos 300.000 de espectadores para cubrir las localidades en un día tipo de competición, que suben tranquilamente a 600.000 si hay finales de triatlón, o pruebas de ruta de ciclismo y atletismo; por eso, porque hace falta empuje autóctono, no se eligen ciudades de menos de 2 millones de habitantes como sede olímpica. Absurdo pensar que el público carioca iba a dejarse el sueldo de un mes animando en deportes que le traen al pairo.
El 63% de los brasileños cree que la celebración de los Juegos Olímpicos le ha perjudicado
Y encima está el descontento social. De hecho, el 51% de la población brasileña afirmaba en julio no tener ningún interés por el evento, y el 63% está seguro hoy de que le ha perjudicado, como si el COI tuviera la culpa de las desigualdades sociales de la región, y obviando los 350.000 visitantes que han venido esta quincena a ver deporte y gastar dinero, y el papel de los Juegos como motor económico al mover 7.100 millones de euros de inversión en los últimos 4 años, según la Agencia de Calificación Moody's. Y ya ni hablemos del impacto publicitario universal, que convierte cualquier edición de los Juegos Olímpicos en el acontecimiento más importante del planeta, incluso por delante -voy a pasarme cuatro pueblos, pero así nos entendemos mejor- de los estrenos de Star Wars.
España ha tenido un papel digno pero no brillante tras nuestra propia catarsis económica y política
Por lo que respecta a España, ha tenido un papel digno pero no brillante tras nuestra propia catarsis económica y política. La caída en las subvenciones federativas (de 62,2 millones de euros en 2011, se ha pasado a 44,3) y el descenso del Plan ADO (de 51 millones en 2011 a 31) nos ha llevado a 17 medallas, en la parte baja de la horquilla que va de la edición explosiva de Barcelona-92 (22 podios) a la edición light de Sydney-2000 (11).
Han fallado muchos deportes de equipo, no hubo suerte en ciclismo, el golf pasó sin pena ni gloria, la vela decepcionó, se nos lesionaron Eusebio Cáceres y Gómez Noya, y Miguel Ángel López cayó en la trampa de entrenarse para dos pruebas, los 20 y los 50 kilómetros marcha, en vez de centrarse en la más corta que ya dominaba. Pero a toro pasado, todos somos Manolete. Y por dar una lectura positiva, la mitad de las medallas son de oro, y España acaba más arriba en el medallero.
A destacar, la solidez de Carolina Marín, el rendimiento del piragüismo, el pundonor del baloncesto y de Nadal y la madurez de Ruth Beitia
Ha dejado muy buen sabor de boca la solidez de Carolina Marín, el rendimiento soberbio del piragüismo, el pundonor del baloncesto y de Rafa Nadal, y por supuesto, la gloriosa madurez de Ruth Beitia, seguramente la única diputada española que despierta simpatías a izquierda y derecha. Esta cántabra de 37 años ha sacado petróleo de la crisis que vive el salto de altura femenino para convertirse en la primera española en ganar un oro olímpico en el Deporte Rey de los Juegos, el atletismo. Ni la oficialmente sancionada por dopaje Marta Domínguez llegó a tanto. Que alguien lleve a Ruth a las subastas del Banco Central Europeo: hoy es el valor más seguro de España.
Ha surgido el primer velocista español sin miedo a nadie, Bruno Hortelano, un purasangre con carisma
Pero no sólo hay que fijarse en los primeros de la clase. También están los finalistas y semifinalistas; de hecho, de entre esos campeones sin premio ha surgido el primer velocista español sin miedo a nadie, Bruno Hortelano, un purasangre en pruebas molonas (100 y sobre todo 200 metros) con carisma suficiente como para trascender el atletismo y colarse en El Hormiguero o dar las campanadas de Fin de Año.
Adiós, pues, a los Juegos de Río. Se acaban los madrugones, la paranoia televisiva de una competición a otra, los debates sobre el estado de la nación (deportiva). Lo cual no es óbice para que los españoles nos preguntemos a solas, volviendo a las piscinas de agua estancada y a los abucheos impresentables, si a ese crupier de sedes y continentes que es el COI, le ha compensado cargarse a Madrid para esto.
*** Juan Manuel Botella es gerente de la SD Correcaminos y autor del libro 'Derecho a la fatiga'.