Cada día a las cinco de la tarde una mujer de pelo rizado oscuro sale del portal de un edificio rojizo de tres plantas. Lleva con ella una niña de tres años. A veces la pequeña va en carrito, otras de la mano. Ambas pasean por las calles de su nuevo barrio del área metropolitana de Madrid, confundiéndose entre los vecinos y otros padres con niños que a esa hora salen de un colegio cercano. Así es la nueva vida de la etarra Sara Majarenas y su hija después de que la Justicia haya autorizado a la terrorista a salir dos veces al día del piso de acogida al que fue enviada para estar junto a la menor, brutalmente apuñalada en el pecho por su padre el pasado enero.
Tras su ingreso en el hospital y una vez que la niña cumplió tres años, madre e hija ya no podían seguir juntas en el módulo de la cárcel de Picassent (Valencia). La Audiencia Nacional aceptó que la terrorista fuese excarcelada y acogida en un centro de la Fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos, que depende de la cárcel de Aranjuez (Madrid). Antes que eso, Majarenas firmó un escrito al que tuvo acceso este periódico en el que admitía el daño causado y mostraba su "voluntad de desvinculación de ETA ". Pero quienes la conocen de sus años en prisión dudan de su verdadero arrepentimiento. En total, a la terrorista -que no tiene en su expediente delitos de sangre- le queda por cumplir un año de los casi 14 que le impuso la Justicia.
Pese a que su caso saltó a los medios de comunicación con imágenes tanto de ella como de la pequeña, su presencia pasa desapercibida para el resto de padres que juegan con sus hijos en un parque cercano. Es una estructura de toboganes y columpios distribuidos alrededor de una construcción que emula un barco pirata. En cuanto sale el sol, la pequeña prefiere ir allí. Majarenas, integrante de la banda terrorista que asesinó a 22 menores de edad a lo largo de medio siglo de terror, ayuda a su hija a sortear los obstáculos del barco para niños, le sube al tobogán y empuja en el columpio...
Varias horas de paseo diario
Hasta la semana pasada no había podido salir del piso que se le había asignado. Fue un auto de la Audiencia Nacional dictado el 17 de este mes al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL el que le ha abierto definitivamente la puerta de la calle."No debe obviarse que nos encontramos ante una pequeña de tres años que necesita luz, aire, sol, salida al parque a jugar y debe hacerlo con su madre en tanto que ha convivido siempre con ella y respecto a lo cual se ha acreditado en el expediente un fuerte vínculo afectivo", justifica el juez para dar el visto bueno a la propuesta de la cárcel de Aranjuez de la que depende Majarenas.
Y en virtud de ese permiso sale todos los días salvo alguno de mucho frío y lluvia, que se ha quedado en casa. A simple vista, nadie diría que es la misma mujer que hace diez años, el día de su juicio, se mostraba altanera y orgullosa por "haber luchado por los derechos de Euskal Herria".
Fue condenada junto a su entonces pareja Mikel Orbegozo con el que luego rompería en prisión al conocer a Sycianos Messinezis, un griego de orígenes etíope condenado en su día por tráfico de drogas. El mismo que años después aprovecharía un fin de semana con su hija para apuñalarla. Ahora, sentada en un banco del parque, Majarenas no parece la terrorista que manejaba información sobre objetivos para asesinar en nombre de ETA.
La familia de visita
Majarenas tiene permiso para salir del piso dos veces al día. La primera es para llevar a la pequeña al colegio y la segunda es por la tarde para pasear. Durante las cerca de dos horas que sale cada día después de comer no está sometida a ninguna vigilancia. En cualquier momento podría subirse en un coche, fugarse y no volver. De hecho, este mismo lunes aprovechó el paseo para subirse a bordo de un vehículo Skoda Fabia de color plateado.
Iba con su hija de la mano, juntas recorrieron unos cien metros hasta llegar a una vía más ancha concurrida de coches. Esperaron de pie unos segundos en la acera. Majarenas miraba en ambas direcciones hasta que, desde lejos, comenzó a saludar a alguien conocido que, al volante del coche, se detuvo a su altura y esperó a que ambas subieran. Era su padre, el abuelo de la niña, quien ha pasado unos días en Madrid para estar junto a las dos.
Cuando fue detenida en 2005 intentó hacerse pasar por una agente de la Guardia Civil. Majarenas cumple todavía hoy una condena de 13 años y 10 meses por pertenencia a ETA, falsificación de documentos y tenencia ilícita de armas. Terminará su condena el 9 de abril de 2018. En el momento de su arresto disponía de información elaborada sobre un guardia civil, un coronel médico y el jefe de la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía en Mislata (Valencia). También contaban con datos sobre edificios oficiales y listados de políticos y alcaldes de la Comunidad Valenciana, Murcia, Andalucía, Cataluña y Aragón, incluida la candidatura del PSC en Tarragona y la de ERC en Hospitalet.
"Quiero que me respete"
Ahora ya no proclama públicamente su orgullo de haber pertenecido a ETA. Más bien huye de su pasado. Tanto que niega ser ella cuando a la entrada del portal de su nueva casa se le pregunta por ello. "No, lo siento", contesta de forma entre sorprendida y huidiza al tiempo que se apresura a cerrar la puerta bruscamente. Sus compañeras del piso de acogida con las que convive desde el pasado 3 de marzo la protegen. Cuando se les pregunta por ella mienten y dicen que se halla en la cárcel de Aranjuez. A veces salen a pasear todas juntas.
Majarenas juega en un parque abarrotado de niños con su pequeña -aparentemente recuperada- y el “aitona”. Hacen cola para ocupar uno de los columpios. Hace sol, ella ríe, charla con otros padres y niños… Definitivamente prefiere no hablar ya de su orgullo por la lucha por los derechos de Euskal Herria. “Quiero que me respete, estamos en un momento duro, esto me está dificultando la vida, por mi y por mi hija le pido que me respete mi duelo y mi todo”.
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