Es fácil trazar la quiniela de una hipotética Lliga catalana mediante un leve ejercicio de vasos comunicantes. La primera división la conformarían el Barça, el Girona y el Espanyol, unidos a los presentes en la categoría de plata y los pesos pesados del bronce hasta completar una terna de quince o veinte combinados. No habría más remedio que engrosar la Segunda con equipos actualmente ceñidos a la esfera regional.
Esta idea no convence siquiera al independentismo, más allá de un puñado de maximalistas que ansía la tierra prometida al completo. El Fútbol Club Barcelona, que ha demostrado ser mucho "más que un club" desde que Puigdemont lanzara su órdago, se ha puesto del lado de la ruptura, pero quiere seguir jugando la Liga. La hiena del hortelano: desea seguir comiendo a toda costa.
Josep María Bartomeu, presidente, abrió la asamblea de socios compromisarios del fin de semana con un paseo por la actualidad política. Abrazó las "instituciones catalanas democráticamente elegidas". Las mismas que antidemocráticamente se han emborrachado de patadas a la Constitución. Eso sí, zanjó: "Queremos seguir jugando la Liga".
Bartomeu sabe -y lo dijo- que tanto la viabilidad del club como la de la competición pasan por ese "futuro juntos, pero no revueltos" con el que sueñan quienes han convertido al Barça en poder fáctico del separatismo.
Ruedas de prensa estilo Trapero
Esa Lliga con ruedas de prensa en inglés y catalán, rollo Trapero, tampoco la quiere Albert Rivera, a pesar de que su Fútbol Club Barcelona podría ganar con la gorra casi todos los partidos. La semana pasada, en un corrillo, insistía en que no le gusta perder nunca, pero dejó claro que no ronda por su cabeza naranja ese remedio maquiavélico: romper para arrasar cada domingo.
Ni el líder de centro ni la mayoría de quienes conservan -contra el huracán de lo banal- dos dedos de frente cree a Gerard Esteva, presidente de la Unión de Federaciones Deportivas de Cataluña, que calculó alrededor de 90 millones de ingresos más gracias a la república independiente. "Catalonia, a sports country", titularon aquellos empeñados en fabricar gobiernos en el exilio dentro de su casa.
El "no" de Florentino
También habló Florentino Pérez en una entrevista con este diario. Sintetizó: "No concibo una España sin Cataluña ni una Liga sin el Barça". Detrás de eso está una rápida mirada al bolsillo: los 150 millones anuales de ganancia televisiva que disfruta su rival se irían al garete. También parte del beneficio blanco. Sin "clásico", el mercado se desplomaría. Díganselo a China.
Lo que el Barcelona ahorraría en gasolina -sus desplazamientos no rebasarían el Valle de Arán- no taparía el agujero socavado por el poco interés que granjearían los partidos contra el Olot, la Llagostera o el Badalona, siendo éstos los pesos pesados de la competición.
Amantes difíciles de compaginar
Como defender la independencia y la permanencia del Barça en la Liga son amantes difíciles de compaginar, hay quien se ha atrevido a atribuir al Camp Nou una cartera plenipotenciaria: "Decidiremos dónde jugamos". Como aquel vizcaíno que consideraba Madrid un barrio a las afueras de Bilbao.
Que no les engañen. La ley del deporte, en su 17º disposición, establece que sólo pueden jugar la Liga un tipo de combinado extranjero: los de Andorra. Ni rastro de Cataluña. En Esplugues de Llobregat, los aficionados podrán cumplir dos sueños: tocar a Piqué en pleno partido y volver a ver a Guardiola vestido de corto.