Juan Antonio, megáfono en mano y banderita rojigualda al hombro, buscaba, al son de Manolo Escobar, un lugar privilegiado. Había viajado desde Barcelona, un día antes, para participar en la manifestación. Este domingo, a las 10.30 horas, estaba en Colón. A quien madruga, en fin, Dios le ayuda. “¡La unidad de España bien lo merecía!”. No quería perderse nada. Él vota a Vox, pero quería escuchar (y ver) a todos. Por ejemplo, a Yolanda Ibáñez, líder de Unión del Pueblo Navarro, de las primeras en llegar, en comparecer y en pedir elecciones. “Nosotros no vamos contra nadie, estamos por la convivencia”, esgrimía en conversación con EL ESPAÑOL. Abría el turno para que otros muchos pasaran por el mismo micrófono. Todos, delante del escenario principal, el lugar donde se leería el manifiesto; charlando, riendo, comentando y atendiendo a quien lo pedía. Una zona vip sin canapés, pero con reparto de banderas instantáneo, más rápido que un Domino’s pizza.
Allí, en ese ‘reservado’ a políticos, Santiago Abascal, líder de Vox, aguardaba su momento. Lo envolvían, como sol de domingo, deseos de futuro: “¡Presidente, presidente!”, proponía una buena parte de la multitud. A su regazo, dos de los suyos, Javier Ortega-Smith, secretario general de la formación, e Iván Espinosa, vicesecretario de relaciones internacionales. Y, en un segundo plano, la mujer, en mayúsculas, del partido, Rocío Monasterio. Cada uno, con su discurso preparado, acercándose, como una suerte de estrellas del rock, a saludar entre vítores y aplausos. Viendo, en definitiva, cómo pasaban por allí, ininterrumpidamente, los líderes de los otros dos partidos convocantes de la manifestación ‘Por una España unida’.
Esa particular pasarela la recorrió, tras el paso de Abascal, Albert Rivera. El líder de Ciudadanos, ante los medios, pidió elecciones auscultado de cerca por Manuel Valls, candidato a la alcaldía de Barcelona, y por Mario Vargas Llosa –se barajó que fuera el que leyera el manifiesto–. Y, una vez hechos sus reclamos, buscó un refugio entre la vasta representación de su partido. Entre ellos, Toni Cantó, Marta Rivera de la Cruz o Begoña Villacís, concejal en el Ayuntamiento de Madrid.
¿El último en comparecer ante los medios? Pablo Casado, el más aplaudido, el más señalado y el más aclamado. Y qué decir, junto él, el resto de barones (y candidatos) del Partido Popular: Teodoro García Egea, secretario general; Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida, candidatos a la alcaldía y la Comunidad de Madrid; o Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Junta de Galicia. Los tres (Abascal, Rivera y Casado) calcaron la misma rutina: comparecieron ante los medios y escucharon, juntos, el manifiesto, leído por los periodistas Carlos Cuesta, Albert Castillón y María Claver. Ellos, erigidos en portavoces, alzaron la voz para hablar de las “cesiones del Gobierno a los separatistas”; para pedir el “rechazo a la traición del Gobierno en Cataluña”; y para escuchar, desde su particular estrado, el deseo de gran parte de la multitud: “¡Puigdemont a prisión!”.
Al otro lado, tras las vallas, entre la multitud, apoyaron la convocatoria ‘famosos’ –aunque pocos– ajenos a la política (como la periodista del corazón Isabel Rábago, Carmen Lomana o Toño Sanchís, exrepresentante de Belén Esteban) y otros vinculados anteriormente (como María San Gil y Jaime Mayor Oreja). En total, 45.000 según la delegación del Gobierno; 200.000 contabilizados por Ciudadanos y el Partido Popular. Todos arropados, en una fría mañana, con la calidez de la rojigualda; y todos, definitivamente, congregados por la unidad de España y para pedir elecciones.
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