Iban con una misión arriesgada, pero algo se truncó y tuvieron que planificar con urgencia un operativo de rescate. Era su compañero. Afgano y sin uniforme militar español, pero era uno de los suyos. Caído en una emboscada, tenían que recuperar su cuerpo, aunque para ello se adentraran en lo más profundo de aquella guerra que desangraba el país. Se ajustaron el equipamiento, comprobaron su armamento, y los miembros del Mando de Operaciones Especiales (MOE) saltaron a un escenario en el que cabían pocas certezas.
EL ESPAÑOL ha tenido acceso a fotografías inéditas de aquella misión. Ocurrió hace una década, el 5 de septiembre de 2009. Afganistán atravesaba los compases más duros de una guerra que se alargaba demasiado. Muchos militares españoles habían luchado y muerto allí. Quizá por eso, los miembros de la Unidad de Enlace y Observación (UEO) XIII, procedente del Mando de Operaciones Especiales, entendieron que aquel compañero afgano caído no podía quedar en un lugar olvidado y entregado a los insurgentes. Era imprescindible recuperarlo.
El teniente coronel Norberto Ruiz detalla el operativo en el blog Misión: recoger el cuerpo de un compañero caído, ilustrado por el dibujante José Manuel Esteban. A los miembros del MOE se les conoce por su alto grado de especialización: no sólo hace falta tener agilidad y fortaleza para ser uno de ellos, también se requiere cabeza fría en situaciones complicadas y mucha habilidad en el manejo de armas. A ellos se les encomiendan algunas de las misiones más complejas que afronta el Ejército español, las que requieren precisión quirúrgica en escenarios de riesgo.
Ese día, la UEO acompañaba a un convoy integrado por policías y militares afganos, reforzado con militares del Ejército español, tal y como se aprecia en la primera de las imágenes inéditas. En total, 25 vehículos que serpenteaban, a las 10.30 de la mañana, el camino que conducía a la localidad de Sang Atesh. El enemigo era especialmente activo en aquella región y, de acuerdo a los últimos informes, estaban colocando minas en la entrada del valle de Gueira Shuri, donde además estaban preparando una emboscada.
La explosión
Así las cosas, nos ubicamos en Sang Atesh en ese 5 de septiembre afgano. Calor y peligro se reconcentran en este rincón golpeado duramente por la guerra. Son las 12.15 y el sol cae a plomo. Se respira cierta quietud. Engañosa, porque todo puede cambiar de un momento para otro. Los militares españoles lo saben por experiencia propia: Afganistán ya se ha revuelto contra ellos en más de una ocasión.
Tienen los sentidos afilados. De pronto escuchan la explosión. Procede de la entrada del valle de Gueira Shuri, precisamente donde los insurgentes estaban preparando la emboscada. Les habían dicho que los policías afganos estaban allí inspeccionando el lugar. Pronto reciben la primera comunicación. Uno de ellos ha perdido la vida en medio de aquel estruendo. Es imprescindible cambiar la misión. No basta con inspeccionar la zona y evaluar la fuerza del enemigo; ahora ya saben que está ahí, fuertemente armado y dispuesto a matar.
No cabe dar marcha atrás. Su compañero -afgano- ha muerto. Los militares españoles saben que aquel escenario puede ser el último que vean, porque Afganistán ya se ha cobrado demasiadas vidas; pero ninguno de ellos se imagina morir y que sus restos queden repartidos en nadie sabe dónde. Tampoco lo quieren para su compañero afgano y, pese al peligro, van a recuperarlo.
Reconducir la misión
Hay que idear un plan. Lanzarse con todo al lugar de la emboscada es suicida: el enemigo, además de conocer mejor el terreno, está mejor posicionado. Pero el Ejército español también conoce la zona. Harán una maniobra de distracción y, junto a los militares y policías afganos recorrerán la vía Lithium, junto a Ludina. Este diario ya publicó las complicaciones a las que tuvo que hacer frente en este lugar la 13ª Compañía de la Bandera Ortiz de Zárate III de Paracaidistas.
Pero esa es una maniobra de distracción, así arrastrarán al enemigo hacia posiciones menos ventajosas. Finalmente tomarán el camino paralelo a la ruta Lithium y así se aproximarán hasta la posición en la que está el policía caído. Son las 13.45 y allí van los militares españoles y la policía afgana, rumbo a un destino incierto.
Ha pasado media hora desde que pusieran rumbo cuando estallan las primeras hostilidades. Los insurgentes abren fuego de fusilería y lanzagranadas contra los policías afganos. Son minutos de incertidumbre. Un policía afgano del convoy ha caído herido. Todos se mueven con rapidez. Tanto, que un vehículo con un cañón antiaéreo vuelca. Los militares españoles se meten de pleno en la refriega. Disparos y más disparos. Las ráfagas de los disparos rompen la quietud de aquel desierto. También los gritos dando órdenes... y alguna que otra maldición por aquella situación. Pero no valoran dar marcha atrás. La misión es clara y hay que cumplirla.
Son las 15.14 y el fuego enemigo cae sobre ellos desde tres posiciones diferentes. Las balas, que antes bailaban en torno a los militares españoles, ya impactan contra sus protecciones. Los cohetes caen uno tras otro en sus inmediaciones, levantando nubes de polvo y estruendo. El cerco es cada vez más estrecho. También la asfixia de aquella guerra. Una ametralladora 12.70 de uno de los vehículos se queda encasquillada. No hay más remedio que salir y exponerse para cambiarla por una de menor potencia, pero preparada para esas situaciones.
Abriéndose paso
Pese a todo, los militares españoles avanzan hacia el punto en el que se encuentra el policía afgano muerto. Abren paso en medio de aquella tormenta de balas y fuego, y permiten a los compañeros del fallecido alcanzar su posición. Siguen disparando, porque el enemigo no para de hacerlo. Protegen la zona, se cubren en los vehículos y disparan. Aprietan sus gatillos una y otra vez.
Entre las nubes de polvo se escucha un ruido inconfundible. Las hélices de los helicópteros resuenan en aquel valle. Uno logra aterrizar en la zona y el otro permanece en apoyo desde el aire. Por fin dejan de oírse los disparos enemigos, aunque los militares saben que siguen ahí. Los miembros del MOE están en posiciones estratégicas y permanecen atentos a cualquier movimiento. Por el rabillo del ojo ven que los restos del policía afgano, muerto en aquella explosión, son evacuados rumbo a Qala-i-Naw, como se ve en la segunda fotografía.
Los policías afganos se retiran de la zona acompañados de un nutrido grupo de militares españoles. Los miembros del MOE y otros efectivos permanecen en la zona, todavía abriendo fuego contra los insurgentes y protegiendo la evacuación. Aún les quedan varias horas de combate, pero con la certeza de que el muerto puede ser atendido por sus familiares.
Con el paso del tiempo, los efectivos del MOE recuerdan aquella misión como una más de entre las muchas que tuvieron que cumplir en Afganistán. Dos de ellos, el capitán Miguel Ángel Fresneda y el teniente Alberto Martín, fueron condecorados por estos hechos con la cruz militar con distintivo rojo. Se jugaron la vida junto al resto de sus compañeros en aquel lugar yermo, atosigado por la guerra, en medio de Afganistán. La tercera y última fotografía atestigua su paso por las inmediaciones de Gueira Shuri.
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