Al regresar a casa, quince días después de que le ingresaran en el hospital, Manuel se percató del modo en que le estaba afectando la enfermedad. Había perdido 18 kilos de los 92 que pesaba.
"Es una locura, un kilo y medio al día. No me entraba nada, no era capaz de comer. Y a eso le tienes que sumar la diarrea, la fiebre, las pulsaciones altas y el no poder respirar. Te va consumiendo". Es el precio de haber estado al borde de la muerte.
Planta 17, habitación 1703. Dos de las cifras que nunca podrá olvidar. Fue el refugio donde este agente permaneció ingresado durante dos semanas, aislado del resto de enfermos del Hospital Gómez Ulla. Sin ver a nadie más que a lo sanitarios que le atendieron. Es donde plantó cara y venció al coronavirus.
Manuel Roque Mora tiene 47 años, y es guardia civil. Es también una de las más 34.000 personas que han logrado curarse y sobrevivir a la pandemia en España. Entró en 1991 en el Cuerpo. Su primer destino fue tras la academia, para las Olimpiadas, en el grupo de Antidisturbios de Barcelona. Lleva ocho años en Madrid, después de pasar por Valladolid y Mallorca. Tras su ascenso en Baleares, lo mandaron a la capital. Es cabo primero, del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) que está situado en la localidad madrileña de Valdemoro.
Su trabajo es muchas veces comprometedor. Los GEAS, sumergidos muchas veces entre fango y aguas turbias, desempeñan uno de los trabajos menos agradecidos de todas las esferas de la Benemérita. Zambullirse en el agua para encontrar vehículos, armas o cadáveres.
Su dilatada experiencia como buzo y submarinista le ha hecho, precisamente, acostumbrarse a situaciones de presión extrema. En ellas el aire escasea, y muchos como él se entrenan para ello durante muchos años. Hay que aprender a sobrevivir con lo justo. Eso -cuenta a EL ESPAÑOL- es lo que le ha hecho aguantar estos días, cuando la Covid-19 iba menguando la fortaleza de su sistema respiratorio, doblegándolo una jornada tras otra.
El día del contagio
Manuel resistió. "Tengo todos los títulos, todos los cursos de buceo. He estado en rescates a 90 metros de profundidad, incursiones de espeleología a 700 metros. Entonces te puedo decir 300.000 cosas que son para poner los pelos de punta. Yo me considero una persona estable, jamás he perdido la calma. De hecho, creo que estoy aquí por eso, porque fui capaz de controlar el pánico, que ha habido momentos así, que sentía que me ahogaba. Sobre todo durante tres días seguidos. Ahí llegué a pensar lo peor. Pero fui capaz de controlarlo".
Ahora, desde su casa, todavía tiene rota la voz, la tos no le da tregua, y respira profundo para mantener una larga conversación. Pero va estando mejor. Quiere contar su historia porque quiere que cunda su ejemplo, y para que se sepa que hay esperanza: "Casi me cuesta la vida, pero aquí estoy".
Roque todavía no sabe cómo se contagió "Llegué al Gómez Ulla el 10, con síntomas. Me ingresaron esa noche". Lo llevaron al hospital hacia las 20:15 horas. Antes de ingresarle pasan varias horas haciéndole unas placas en los pulmones. Es cuando le detectan una potente neumonía. A las tres de la mañana ya estaba internado, aislado en una habitación. Aún no se había decretado el estado de alarma.
-¿Cómo se encontraba?
-Malísimo, claro. Dolor de pecho, sobre todo. Sensación de asfixia. Me costaba respirar. Cuando la gente se note así, que llame rápidamente al hospital para que les atiendan cuanto antes.
Para entonces su condición era lamentable. Era dar diez o quince pasos seguidos y comenzar a fatigarse. "Después de las primeras pruebas ya me dijeron que mi estado era grave. Tenía una neumonía en estado muy avanzado".
Lo aislaron en una habitación. Solo los sanitarios iban para suministrarle el tratamiento necesario en cada momento. Durante días estuvo con fiebre de más de 39 grados. Llegó el cansancio en las piernas. La pérdida del olfato y del gusto. Las cosas que normalmente hacía con facilidad le empezaron a costar horrores.
Durante esas primeras jornadas, Manuel iba empeorando. Las únicas noticias que le llegaban de lo que sucedía le llegaban a través de las paredes, por las que se colaban los quejidos de los pacientes moribundos, confinados en la misma planta. "Murieron muchas personas allá arriba, a mi lado. Había una misma frase siempre que se iba repitiendo: 'No puedo respirar, no puedo respirar'".
Sin comer ni dormir
Los peores días llegaron el fin de semana en que el Gobierno decretó el confinamiento general de la población. La tos ya era constante. El pecho, fatigado. Incluso a él, acostumbrado por su trabajo a situaciones de falta de oxígeno, empezó a faltarle el aire.
"Es lo más jodido de todo. Ese agobio de no poder respirar. Cada vez más, cada vez más... Fueron días de verdadera lucha. No hay muerte más agónica que la de morir ahogado, y es importante mantener la calma en esos momentos", recuerda.
Aquellos días apenas durmió más de dos horas seguidas. No era capaz. Tampoco lograba comer nada sólido. No le bajaba por la garganta. Y pese a todo, no dejaba de atacarle una importante diarrea. Eso lo agrababa todo.
No podía evitar tener que levantarse de la cama, para ir al baño, varias veces al día. Ello provocaba más cansancio, más tensión en los pulmones. Pese al tratamiento, el virus avanzó de tal forma aquellos días, que Manuel estuvo a punto de claudicar: "Pensaba que me moría".
Llama la directora
Fueron los días 13, 14 y 15 de marzo los más críticos de todos. No los olvidará nunca porque él sabía que tenía que preparase para lo peor. Pero cada vez le costaba más respirar, hacer el más mínimo esfuerzo para obtener algo de oxígeno. La sensación es agónica. Pero entonces puso en práctica las enseñanzas de más de 20 años como buzo especialista de la Benemérita.
El Grupo Especial de Actividades Subacuática de Valdemoro es la élite de España en la materia. Se recurre a ellos en operaciones de alto riesgo. Y Manuel es uno de los más destacados de la unidad.
Estuvieron en Mallorca en las dramáticas inundaciones del año pasado. También se desplazaron a principios de 2019 a Totalán, un pueblo perdido en las montañas malagueñas. Centenares de especialistas removieron la tierra para encontrar el cuerpo del pequeño Julen Roselló, que falleció al caerse en el interior de un pozo abierto en la superficie.
El día 16 salió adelante. Llegó una enfermera, le auscultó, comprobó su estado, le tomó la temperatura y sonrió: "Aquí ha habido un cambio brutal".
Fue precisamente en Totalán, un año antes, donde Manuel conoció a María Gámez, la que hoy es directora general de la Guardia Civil. Entonces era la delegada del gobierno. Ya más recuperado, una llamada entraba de forma insistente en su teléfono. Al fin, cogió el teléfono. Era ella. La directora le transmitió ánimos para superar el último escalón.
Vuelta a casa
Los días siguientes empezó a comer. Y a encontrarse mucho mejor. La sensación de pesadez extrema en los pulmones comenzó a desaparecer. "Me iban controlando a cada momento la saturación de oxígeno, la tensión y el pulso. También la temperatura. Ya no me asfixiaba. Ya tenía menos tos. Nosotros trabajamos mucho con la respiración. Y claro, he sido capaz de controlar esa parte. Yo suelo ser una persona con la cabeza muy fría, pero te digo que esos días fueron los peores que yo he pasado nunca. Nunca he tenido tanto miedo como en esos tres días".
El tratamiento había comenzado a funcionar. "Solo tengo buenas palabras para los médicos y los enfermeros. Un trato exquisito, con delicadeza, con cariño. Solo puedo agradecerle a Dios cómo se han portado conmigo". Fue aquella semana, la del 16 al 22 de marzo, cuando las cosas comenzaron a evolucionar de manera favorable.
Mientras tanto, en las estancias contiguas, la muerte visitaba a los pacientes. "He escuchado perfectamente, por la noche, ya que apenas podía dormir, cómo la gente se estaba muriendo. Por la forma de gritar, lo vas notando. A mí no me da vergüenza decir que lloré en aquella habitación lo que no había llorado en mi vida".
-¿Y qué pensaba en los peores momentos?
-Pensaba: 'Tengo que seguir luchando, joder, tengo que seguir luchando'. Sobre todo por mi mujer, mis niños y el resto de mi familia, mi madre y mis hermanos. Con ellos no podía hablar porque no tenía fuerza para ponerme al teléfono, pero por Whatsapp sí.
Manuel llegó al hospital en coche. El jueves 26 dejaron que su mujer se lo llevara en el suyo bajo mil y una precauciones. Ambos cubiertos y protegidos por completo.
Ha transcurrido una semana desde que salió del hospital. Está contento porque ha podido dormir, por fin, tras muchas madrugadas. Ahora está confinado en una habitación, y al otro lado de la pared está su mujer. A veces abren la puerta y hablan, a cinco o seis metros de distancia. Su hijo estudia en Barcelona. Está deseando ir a verle. "Mucho mejor aquí que en el hospital". La pesadilla ya ha quedado atrás.
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