Los problemas más graves aparecieron a principios de 2013. No bien comenzaba aquel año y el cuartel de la Guardia Civil de Galapagar lo recibía con la noticia de que una plaga de termitas estaba devorando la madera de las dependencias.
Dos años después, en 2015, las cosas seguían sin arreglarse. El 90 % de las viviendas ocupadas por una decena de familias, que vivían en las casas adosadas del puesto, permanecían afectadas por los insectos.
Aquelló pasó, pero el puesto de la Guardia Civil en Galapagar lleva mucho tiempo soportando toda clase de penurias. Hace un par de años que ese destacamento adquirió una relevancia mayor, a raíz de que Pablo Iglesias, secretario general de Podemos y ahora vicepresidente del Gobierno, e Irene Montero, hoy ministra de Igualdad, se trasladaran a vivir a uno de los chalés de la zona de La Navata.
Desde entonces los agentes son los encargados de velar 24 horas al día en la garita junto a la casa. El lugar vuelve a estar de actualidad debido a las protestas por la gestión del gobierno en la crisis del coronavirus.
El devenir de los acontecimientos ha querido que sea ahora Iglesias -quien hace años criticaba a quienes custodiaban las casas de responsables políticos durante los escraches- el que tenga que ser protegido por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Ese cometido, a la vista de los desperfectos en las infraestructuras del cuartel, es el más apacible que los agentes pueden llevar a cabo allí.
"Llegan tarde"
Humedades, moho, tuberías rotas, paredes desconchadas... A lo largo de la última década el estado de los inmuebles de la Guardia Civil en Galapagar ha sido motivo de polémica. Hasta esta misma semana, según ha podido saber EL ESPAÑOL, no habían comenzado las obras para restaurar los desperfectos de algunos edificios cuyo estado era impracticable.
"Los arreglos llegan mal y tarde. Mientras tanto, los agentes trabajan en un edificio auxiliar con apenas 40 metros cuadrados útiles y sin vestuario femenino", asegura uno de los destinados en la zona.
Aunque todo se está reestructurando, en el cuartel pueden coincidir por turno unas diez personas o más. Son algo más de 40 en el puesto.
Por el momento les han suministrado una pantalla de metacrilato para atender al público y para recoger denuncias. "En el edificio están súper apretados, y no pueden guardar las medidas ni las distancias de seguridad", dicen desde la asociación Independientes de la Guardia Civil (IGC).
Desde octubre
Las filtraciones fueron el quebradero de cabeza el pasado otoño. En una de las dependencias del cuartel, varias tuberías que discurrían por el interior de las paredes se rompieron. Se originó una balsa debajo. Desde aquel momento empezaron a surgir humedades en las paredes, moho y desconchones.
La humedad era tan extrema que el ambiente se convirtió en irrespirable. Algunos de los agentes, según la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) empezaron a ir a trabajar con mascarillas para protegerse del hedor y de posibles bacterias en el recinto.
En las imágenes de aquel entonces, a las que ha tenido acceso este diario, se puede observar el yeso deslavazado de las paredes, llenas de moho, uno de los muros abiertos, dejando al aire las cañerías averiadas, y manchas y filtraciones de agua por doquier.
Las insalubridades perduraron las siguientes semanas. Varios ciudadanos, así como uno de los Grupos Municipales del Ayuntamiento, expresaron sus quejas por redes sociales y ante el Ministerio del Interior.
Las dependencias se clausuraron a finales del mes de enero. Desde entonces los guardias civiles tienen que compartir las oficinas y las estancias del otro edificio. Hasta esta misma semana, a finales del mes de mayo, no han comenzado las obras para arreglar por completo las estancias dañadas por los hongos y las filtraciones.
"Arreglar la parte afectada y no aprovechar la parte superior para hacer oficinas es un error que aboca a quienes trabajan allí a seguir con graves problemas de espacio y trabajar entre expedientes amontonados", explica uno de los destinados destinado en Galapagar. "Por el momento no hay una sala de espera para los vecinos que acuden a denunciar. No hay espacio, no hay armero, tampoco sala de descanso ni archivo".Hay tan solo dos baños: uno para los agentes y otro para los ciudadanos.
Baja psicológica
El problema de las humedades parece una broma comparado con lo que soportaron durante años allí con la plaga de termitas que devoró el mobiliario asolando el acuartelamiento.
Era el año 2015. Para aquel entonces la AUGC llevaba meses denunciando la deplorable situación. Los insectos se habían extendido de tal forma que habían colonizado las puertas y las ventanas. También las paredes estaban podridas y llenas de carcoma. Las puertas de algunas casas estaban tan degradadas que cuando llovía el agua inundaba sus habitaciones.
El asunto alcanzó tal dimensión que algunos de los efectivos del cuartel se llegaron a dar de baja psicológica para el servicio, pidiendo el traslado, al no lograr soportar la situación con los insectos y alguna que otra rata que se les colaba.
Ante la inacción de los mandos -según manifestaron entonces las asociaciones- un grupo de agentes denunció lo que estaba pasando. Después todo siguió igual.
La Comandancia pidió un presupuesto para erradicar la plaga. Su respuesta, según la AUGC, fue: "Nos dijeron que eran necesarios 30.000 euros para acabar con la plaga. A día de hoy sigue persistiendo el problema".
Afortunadamente aquellos tiempos dieron paso a problemas de menor calibre, pero las dificultades continuaron. Se trata de un destino nada apetecible al que se puede enviar a un agente de la Guardia Civil. Ya entonces, y todavía años después, muchos tomaban la decisión de pedir el traslado para vivir en otro lugar.