Nadie se movía dentro del cayuco cuando los soldados descendieron desde el helicóptero. Tampoco horas antes, al avistar la embarcación desde el aire, percibieron un movimiento excesivo. Solo dos personas daban señales de vida a popa.
Los hombres del 802 escuadrón, Grupo 82, Ala 46 del Ejército del Aire están acostumbrados a estas duras misiones de rescate en las aguas de Canarias. Por eso saben que al localizar esta clase de embarcaciones la alegría suele desbordar a los tripulantes. El jolgorio es máximo entre quienes han arriesgado su vida para llegar a un lugar mejor cuando aparece una de las aeronaves en el cielo, tras varias semanas a la deriva. No recordaban eso días después de los hechos. Lo que se les quedó marcado, por el contrario, fue el silencio.
Esta vez la patera -y esto es algo que se supo después- llevaba 22 días perdida en las aguas del Atlántico. Se cree que buena parte de sus tripulantes fallecieron durante una larga travesía, de casi un mes, que habría comenzado en Mauritania.
Acostumbrados por tanto a ser recibidos como ángeles de la guardia, al advertir a lo lejos la embarcación lo normal en sus pasajeros era erguirse para señalar la posición. "Para los soldados la sensación fue extraña -recuerda José María Cambero, comandante jefe del Centro Coordinador del Salvamento Aéreo (RCC) del Ejército del Aire -. Al verles nadie reaccionó".
El hallazgo se realiza durante una de las misiones de instrucción rutinaria, a unos 500 kilómetros de la costa de la isla de El Hierro (Santa Cruz de Tenerife). Apenas hay viento esa mañana. El cielo está despejado. No ha llegado todavía el mediodía cuando desde la aeronave se advierte, a lo lejos, un punto lejano en el mar.
Quienes viajan en ella vagaban sin rumbo en la peligrosa ruta atlántica hacia las Islas Canarias. Tendrían que pasar dos días desde su localización para que, este pasado miércoles, el cayuco arribase a la playa de Los Cristianos (Tenerife) convertido en el cadalso de la mayor tragedia humana conocida en el archipiélago. Un total de 24 migrantes fallecieron. Solo al acercarse los soldados descubrieron el horror.
Pero en el interior del bote quedaban aún tres supervivientes. En ese momento eso era lo importante. Había que rescatarlos como fuera. Así se los encontraron los soldados de las Fuerzas Armadas que ahora relatan a EL ESPAÑOL esa mañana en la que salieron al mar como otro lunes cualquiera en sesión de adiestramiento. Nada más dar con ellos activaron rápidamente todos los recursos disponibles para transportarles a tierra.
No se recordaba nada igual en las islas -tampoco en el Ejército del Aire- desde el naufragio de una patera ocurrido en 2009, cuando orilló en la costa de Lanzarote con 21 fallecidos en su interior. Las cifras son apabullantes, aunque quizás más impresionante resulte un dato del cual a día de hoy no se dispone: cuántas personas salieron desde Marruecos, Mauritania, Gambia o Senegal en esa embarcación.
Fuentes del Ministerio de Defensa y expertos en inmigración consideran que esta ruta migratoria es, en estos momentos, la más peligrosa del mundo. Un cementerio marítimo cuyos vaivenes, tormentas y arriesgadas corrientes no se presentan como un impedimento para que miles de inmigrantes la sigan escogiendo. A veces esa arriesgada opción es la única salida y escapatoria del hambre y de la guerra que asola desde hace años África.
"Nos preparamos para estas situaciones"
Varios días después, lo primero que recuerdan los soldados del Servicio de Búsqueda y Rescate (SAR) de las Fuerzas Armadas es el olor de los cuerpos, en estado de descomposición al descender a la embarcación.
Fueron dos, el sargento primero Fernando Rodriguez y el cabo primero Juan Carlos Serrano, los que bajaron por el cable desde el helicóptero hasta el cayuco. Ya habían pasado tres horas desde la localización de la patera.
Dice el teniente coronel Carlos Martínez Pagán, Jefe del Grupo 82 (SAR) del Ala 46 que llevan unas 20 misiones similares a lo largo del año proporcionando apoyo a Salvamento Marítimo y el resto de autoridades que se hacen cargo del problema de la inmigración en Canarias. Ninguna tan dura como esta para sus hombres.
Una vez bajan de las alturas se percatan de que en medio de la tragedia hay tres personas vivas. Pero con escasas energías, apenas suficientes para hacerles señales con las manos. Son dos hombres y una mujer "deshidratados" e "incapaces de levantarse" según recuerdan los dos militares.
Se convierten desde ese momento en su máxima prioridad. "Nos preparamos para estas situaciones. Intentamos centrarnos en aspectos meramente operativos, apartamos los sentimientos", explica el teniente coronel.
"En ese estado, una persona es como si estuviera dormida o insconsciente", explica Martínez. Quienes estaban vivos no tenían energías para moverse. Los soldados se acercaron a ellos. Atravesaron de un lado al otro la nave abriéndose paso entre maderos, esquivando, en apenas 20 metros de eslora, los cuerpos inertes de los pasajeros de la embarcación fallecidos durante el viaje. Los cogieron a pulso y los subieron a la aeronave. Tardaron 40 minutos en consumar esa operación.
El rescate
La debilidad de los tres supervivientes era tal y llevaban tantos días sin comer que no había manera de moverlos.
"No sabíamos cuántas personas había con vida en ese momento. Lanzamos un primer helicóptero y a continuación, al constatar que al menos había 15 personas en la embarcación se activó un segundo posicionado en El Hierro, listo para salir", señala el teniente coronel.
La gran dificultad logística de la operación radicaba en consumar el rescate a casi 500 kilómetros de la costa, en una zona marítima alejada de las rutas de navegación. Ignacio Crespo, al mando del helicóptero de rescate, calculó que tenía por delante más de cinco horas de vuelo para el regreso.
Tras el aviso del avión que había avistado horas antes a la embarcación, la aeronave se cargó de combustible en la base aérea del Ejército del Aire en Gando y salió equipada incluso con los depósitos adicionales.
Regresó al lugar de los hechos e inició entonces las manionbras. Avisaron también a otro helicóptero para que estuviera alerta en caso de tener que salir hacia ese enclave perdido en el mar de manera inmediata.
La llegada a Tenerife
En total, unos 1.200 kilómetros, ida y vuelta, con el peso añadido de los supervivientes en la cabina de carga. Al subirles al helicóptero, las dos mujeres y el hombre que sobrevivieron a la tragedia recibieron zumo y agua por parte de la soldado sanitaria del helicóptero para que recobrasen las pocas fuerzas que les quedaban.
Uno de sus superiores, el teniente coronel Carlos Martínez, dice que no podían ni sostener la botella entre sus manos. Sus subordinados fueron los encargados de cuidarles desde que les subieron hasta que les dejaron a las puertas del hospital.
Varias horas después del hallazgo habían tardado unos 40 minutos en efectuar el rescate. Todavía les faltaba subir una persona al aparato. El helicóptero contaba con el combustible preciso para realizar el camino de ida y el de vuelta, y por eso algunos de los soldados se ofrecieron en ese momento a permanecer allí las horas que fuesen necesarias con el fin de garantizar el viaje de vuelta con los supervivientes.
No fue necesario. Los pilotos recalcularon la autonomía: habían ahorrado combustible de camino a la patera gracias a un vuelo con viento de cola. Solo tenían que transportar a tres personas más. Muchas menos, por desgracia, de las que esperaban encontrarse.
Así las cosas, los dos tanques de reserva que habían cargado eran suficientes para regresar a El Hierro e, incluso, para seguir a Tenerife si fuera necesario.
Fue en uno de los hospitales de esa isla donde finalizó el vuelo. A la llegada se les realizó una prueba PCR a todos los soldados y a los tres inmigrantes para acreditar que no estaban contagiados. El teniente coronel remarca la fortuna de quienes permanecían vivos en esa patera a la deriva alejada de tierra, de las principales rutas y de la vigilancia de los servicios de Salvamento Marítimo. "Fue una suerte que estuviéramos cerca. Es muy poco habitual encontrar embarcaciones por ahí".
El cayuco llegaría dos días después, el miércoles, al Puerto de Los Cristianos bajo una enorme expectación periodística, remolcado por la guardamar Talía. En su interior permanecían los 24 cadáveres que fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal. Allí mismo los examinaron los forenses, ante un gran cordón de seguridad formado por Policía Nacional, Guardia Civil, Cruz Roja, Frontex y bomberos.
22 eran mayores. Había también dos menores de edad. Distintas ONGs han destacado hasta el momento que en la embarcación, además de los 27 pasajeros detectados, viajaría una cifra aproximada al medio centenar de personas.
Antes de finalizar la conversación, ya con todos a salvo, el teniente coronel Carlos Martínez Pagán, recuerda al reportero que esta misión fue tan solo una jornada más de un trabajo para el que se preparan día tras día. Reconoce que a algunos de los suyos la situación le ha afectado, que ha sido "muy duro", pero dice también que el ala 46 posee un servicio de atención psicológica que les sirve para prepararse ante estas situaciones. Y que se siente tremendamente orgulloso de sus hombres.
El teniente coronel les ha ofrecido a todos los que participaron en el rescate poder ausentarse unos días para reponerse del shock de los acontecimientos. Orgulloso de la misión, recuerda al periodista cuál es el emblema del escuadrón 802: un ángel arrojando un salvavidas desde el cielo.