Una lluvia de piedras, adoquines, bengalas y cócteles molotov caían aquella tarde en Barcelona sobre los antidisturbios, que lograban guarecerse una y otra vez bajo sus escudos reglamentarios.
Faltaban aproximadamente veinte minutos para las ocho de la tarde de aquel viernes 18 de octubre de 2019. En una esquina de la plaza de Urquinaona, muy juntos, para protegerse entre sí, varios grupos de agentes de la Policía Nacional soportaban esa lluvia de objetos. Ángel estaba entre ellos, pertrechado con el casco y toda clase de protecciones.
Fue en la confluencia de la calle Les Jonqueres con Trafalgar donde recibió el fuerte impacto de uno de esos proyectiles que les arrojaban los miembros más radicales de los CDR. Le dieron en la cara anterior de su brazo derecho. Sintió como si le hubiera caído un rayo.
El adoquín de gran tamaño que le destrozó el antebrazo, se precipitó sobre él con una trayectoria vertical. Uno de los manifestantes se lo había arrojado desde una azotea. La mala suerte quiso que Ángel, justo en ese instante, se encontraba recargando la escopeta Franchi con munición de pelotas de goma para repeler a los manifestantes que incendiaban la ciudad.
La piedra le dejó el brazo inutilizado. No sentía nada. Sus compañeros se lo llevaron a los pocos minutos de allí en dirección a la ambulancia más cercana, que a su vez le trasladó al hospital. No ha llegado a recuperarse desde entonces.
Ahora Ángel tiene 45 años y el miércoles de esta semana la División de Personal le comunicó mediante una nota su jubilación porque ya no reúne las condiciones físicas necesarias para poder seguir ejerciendo como agente de Policía.
Su batalla no parece terminar aquí, dado que el Ministerio del Interior, a través de la Dirección General de la Policía, ha tramitado su baja como producto de una "enfermedad común", y no como víctima de un ataque acaecido en acto de servicio.
"Al parecer, luego tienes que reclamar tú que te la reconozcan como tal", dice a EL ESPAÑOL, por lo que previsiblemente tendrá que acudir a los tribunales para pelear por su pensión.
Interior, apuntan diversas fuentes, lleva años recurriendo a este procedimiento. Las asociaciones de policías vienen denunciando de manera recurrente esta clase de situaciones, pues los agentes se ven obligados a gastarse el dinero en abogados después de haber sido víctimas de una agresión. "Es penoso, una vergüenza", dice Ángel.
"Al final uno tiene que ser consciente de sus limitaciones psicofísicas. Están reconocidas por el tribunal médico y uno no quiere ser un estorbo para sus compañeros. Si uno no está al cien por cien para su función, lo lógico es que uno asuma que ya no puede realizar el servicio. Toca decir hasta aquí hemos llegado", lamenta.
La recuperación no llega
Las múltiples operaciones que se le han practicado en este año y medio no han servido de nada. La primera se la hicieron en el Hospital Sagrado Corazón de Barcelona nada más ser víctima del ataque. Le colocaron una placa de titanio y seis tornillos con el fin de que los huesos sellaran. Los médicos pensaron que estaban ante una fractura como otra cualquiera.
Ángel regresó a La Coruña, donde está la sede de la VIII división de las Unidades de Intervención Policial, y empezó a someterse a innumerables sesiones de rehabilitación. Ha acudido a unas 40. No salió bien. El hueso nunca ha llegado a soldarse del todo. Nunca ha recuperado la movilidad que tenía antes de aquella tarde.
El pasado 20 de noviembre, un año después de los hechos, tuvieron que operarle de nuevo. "Me quitaron la placa y me pusieron otra, con ocho tornillos. Pero tampoco ha valido de nada".
El ya expolicía apenas tiene fuerza en la mano. Producto de aquel ataque, no es capaz siquiera de empuñar la pistola, de manejar su arma reglamentaria. Incluso, dice, le resulta incómodo escribir en el ordenador. Al poco de empezar percibe cómo se queda sin fuerza en la muñeca, se le carga la zona del antebrazo y se le hace difícil levantar por completo el brazo.
Compañerismo
Aquellos días en Barcelona más de 300 agentes -la mayoría Mossos d'Esquadra- resultaron heridos. Veinte minutos después de que Ángel fuera víctima de aquel proyectil, llegaba también al hospital Iván, un agente vigués, al que tuvieron que inducirle el coma después de que una pedrada le partiera el casco y se desplomara en medio de la calle. Tampoco él, como otros compañeros ha podido volver a trabajar con normalidad.
Ángel ingresó en la Policía Nacional en septiembre de 2006. Llevaba casi 15 años en el cuerpo. Ahora solo quiere sentarse a reflexionar sobre qué hacer en adelante con su vida. "Un montón de sufrimiento y trabajo para no conseguir nada. De momento no sé qué quiero hacer. Quizás parar, asimilarlo todo y después ya veremos".
Cuando este jueves acudió a comisaría para firmar los papeles a entregar el arma, la placa y el carné, los integrantes de esa división de la UIP le estaban esperando. En un vídeo ya difundido por las redes sociales se ha podido ver la sorpresa que le tenían preparada: el pasillo, el aplauso y la bandera de España, que uno de ellos conservaba desde los días de aquel otoño en Barcelona, firmada por todos sus compañeros. Ante tal gesto Ángel no pudo evitar la emoción y rompió a llorar.
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