Diez años sin ETA son diez años de paz. Diez años sin atentados. Sin disparos. Sin explosiones. Diez años sin extorsiones. Sin secuestros. Sin el impuesto revolucionario. Diez años en los que mucha gente ha aprendido que se puede ir a trabajar sin mirar antes debajo del coche. O que se puede (y debe) vivir sin miedo en el País Vasco. Y, sin embargo, hay algo de pírrico en esta victoria contra la barbarie.
También son diez años de acercamientos de sus presos. De homenajes en forma de ongi etorri. De humillaciones a las víctimas. De agresiones a los jóvenes del PP Vasco. De cientos de crímenes por esclarecer. Del auge político de quienes aplaudieron y/o justificaron los asesinatos.
Miguel Folguera recuerda perfectamente su reacción, el 20 de octubre de 2011, al conocer la noticia de la extinción de ETA. Primero, dudó de la veracidad del anuncio. "Lo segundo que pensé fue: qué conseguirán a cambio de dejar de matar", cuenta a EL ESPAÑOL.
Como miles de personas en toda España, Miguel es víctima de una banda que dejó tras de sí 855 asesinatos, 2.000 heridos y 84 secuestros en 43 años. En 1987 estaba en la casa cuartel de la Guardia Civil de la calle Guzmán el Bueno, en el centro de Madrid, cuando ETA puso una bomba.
Ahora, 10 años después de que la organización anunciase el fin de la violencia, él y muchos otros afectados observan con recelo el desarrollo de los acontecimientos. "Han conseguido estar en las instituciones, lo que querían, sin condenar su pasado terrorista. Estamos peor que hace diez años. Las cosas que nos temíamos que podían pasar están sucediendo".
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de José Félix Tezanos ha aprovechado para preguntar por este asunto en el barómetro correspondiente al mes de octubre. El 92% de los españoles valora de forma "positiva o muy positiva" la derrota de la organización terrorista.
Sin embargo, las víctimas sienten que todavía quedan muchas cosas que deben arreglarse antes de pasar página. "Estos días no hay nada que celebrar", dicen desde la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT). "Diez años después, nuestros temores de un final del terrorismo con impunidad se han cumplido", añaden.
Esta afirmación es compartida por el Colectivo de Víctimas del Terrorismo, así como por su presidenta, Consuelo Ordóñez, también víctima de la banda. "Que ETA lleve diez años sin matar es, sin duda, la mejor noticia de los últimos tiempos. Pero esta paz de la que disfrutamos ahora ha tenido un precio. Y ese precio lo hemos pagado las víctimas con la impunidad. Porque no se ha acabado con ETA con la derrota, como dicen todos nuestros gobernantes, sino por medio de una negociación", denuncian.
"Cuando ETA estaba más debilitada que nunca, cuando de verdad estábamos a punto de derrotarles con el Estado de derecho, llegó Zapatero y oficializó una negociación con ETA. ¿Y qué les ofreció para que dejaran de matar? La legalización de sus brazos políticos, impunidad para sus terroristas y una escenificación de un final sin vencedores ni vencidos", dicen con amargura.
Los presos
El 20 de octubre de 2011 un total de 595 etarras cumplían sus condenas en las cárceles de toda España. Diez años después quedan 185. Sólo con la derogación de la doctrina Parot, fueron excarcelados 63 en apenas dos meses. Según las previsiones de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), en otros diez años tendrán liquidada su condena otro centenar.
En la AVT critican también la política penitenciaria dirigida por Fernando Grande-Marlaska al frente del Ministerio del Interior. Desde la llegada al Gobierno de Pedro Sánchez en el verano de 2018, los acercamientos de presos al País Vasco se han acelerado de manera vertiginosa, a una media de cinco a la semana desde 2020. Ya cumplen allí sus penas, entre País Vasco y Navarra, hasta 66 reclusos.
Además, más de la mitad de los encarcelados en España -377- cumplían pena en régimen cerrado, el más estricto. Hoy, solo un recluso de la banda está en esa situación. El resto goza de permisos ordinarios de salida.
Paralelamente, la Administración vasca acaba de asumir la gestión de las tres cárceles de su territorio tras serles transferidas las competencias en prisiones. En Covite temen que eso se traduzca en beneficios penitenciarios.
"El juez de vigilancia penitenciaria que apruebe las liquidaciones de condena o las progresiones de grado tomará sus decisiones en función de los informes elaborados por funcionarios de prisiones dependientes del Gobierno vasco", señalan desde Covite.
"El matonismo continúa"
Por su parte, el filósofo Fernando Savater, que vivió años amenazado de muerte por ETA, explica a EL ESPAÑOL que el fin de las armas no es el final del movimiento político. "ETA es un movimiento político radical y separatista que se impone a través del matonismo social. Eso continúa. De hecho, tiene más peso del que ha tenido nunca en el País Vasco y en España", relata.
El filósofo se refiere a EH Bildu, coalición abertzale que lidera el exmilitante de ETA Arnaldo Otegi, y que sigue sin condenar sin ambages la acción violenta de la banda. Aun así, ha logrado convertirse en la segunda fuerza política en el País Vasco. En las próximas elecciones, de hecho, Otegi tendría posibilidades de ser lehendakari. Algo, avisa Savater, que vendría a ser "como si Jack el Destripador hubiera renunciado a sus crímenes y por ello le hicieran alcalde de Londres".
Bildu, que tiene en sus filas a ex presos de ETA, es quien está, a través de Sortu –una plataforma proetarra que forma parte de la coalición– detrás de los homenajes a etarras cuando éstos salen de prisión. Los ongi etorri, que suponen una "humillación" para las asociaciones de víctimas.
Todo ello con el silencio de la mayoría y la connivencia de muchos, tal y como denuncia el Iñaki Arteta. El cineasta denuncia que la sociedad vasca "no ha cambiado": "Lo sustancial no era que mataban, sino por qué mataban: para amedrentar, para forzar a España a negociar, para que en el País Vasco no se votara al constitucionalismo y no se pudiera cuestionar nada del ultranacionalismo. Eso sigue igual".
Arteta habla de un "final sucio" que ha dejado a la sociedad vasca "exactamente igual" a como estaba hace dos décadas: "Incapaz de manifestarse contra el mundo abertzale, ablandada, sin crítica y con los pocos espíritus libres tristes y perseguidos".
Una visión que choca con la del ex vicelehendakari socialista Ramón Jáuregui, que admite que "la reacción social a la violencia fue tardía y débil": "Muchos vivimos la soledad de las víctimas y la frialdad política y eclesiástica del país durante muchos años como para poder decirlo". Sin embargo, cree que ahora el País Vasco vive "relajado y feliz" y que la pulsión radical "se ha atenuado".
"El nacionalismo es mayoritario, sí, pero su mayoría está marcada por la moderación y condicionada por su pragmatismo. Los sentimientos identitarios siguen siendo fuertes, pero la pretensión independentista se ha reducido al 20% de la población, que es menos de la mitad del porcentaje de hace diez años", sostiene Jáuregui.
Siguen las agresiones
Las agresiones a los constitucionalistas no han acabado. Iñaki García Calvo, vicesecretario del PP en Álava fue agredido hace unos meses junto a tres amigos por un joven que les golpeó tras preguntarles si pertenecían al Partido Popular.
El caso del concejal popular no es una anomalía. Lo saben bien Mikel Iturgaiz, amenazado de muerte en un partido de fútbol por ser hijo del presidente del PP Vasco, o David Chamorro, estudiante de Historia en la Universidad Pública del País Vasco (UPV), que fue apalizado por quince radicales encapuchados al grito de "español de mierda".
Lo que los jóvenes constitucionalistas sufren en el País Vasco -o en Cataluña- viene a demostrar, como dice Pedro José Chacón Delgado, profesor de la UPV, que "todo lo que sea ir contra movimientos de la derecha tiene cierto aval". Acaso porque "los poderes políticos y mediáticos tratan mejor al entorno de ETA que a la gente de Vox o del PP".
El clima de violencia contra el constitucionalismo, instigado según Savater por "el resentimiento y el odio inherentes al separatismo", encarnado en el País Vasco por una extrema izquierda abertzale en auge, hacen que el décimo aniversario del alto al fuego de ETA tenga un sabor amargo.