Los alrededores de la plaza de toros de Sevilla el Domingo de Resurrección de la vuelta a la normalidad eran un hervidero. Era como si no hubiera pasado el tiempo, como si una pandemia no hubiera cambiado el mundo y la Maestranza no hubiese pasado dos abriles en el dique seco por la Covid-19.
En septiembre sí hubo feria pero en Sevilla no estamos acostumbrados a ir de la oficina a los toros, sino desde el Real de la Feria. Este año será así si Dios quiere.
La plaza lucía espléndida tras dos Domingos de Resurrección parados en el calendario taurino. El himno de España entre el silencio maestrante sonó superior tras romper el paseíllo. Sublimes fueron los acordes de Suspiros de España en la primera faena de Morante, la mejor de la tarde viendo después el devenir de la corrida.
Deliciosos supieron algunos lances capoteros de Pablo Aguado y Juan Ortega, como lo fue el último quite por verónicas del de La Puebla al toro de Aguado con su capote con las vueltas verdes como ya lo lucieran algunos toreros en los años 30. No obstante, supo a poco para salvar la decepcionante tarde que han dado los toros de Juan Pedro Domecq. Y pare usted contar...
No ha empezado con muy buen pie la temporada taurina sevillana y lo peor es que ya se sabía. Había muchas posibilidades de que pasara lo que pasó esta tarde en la Maestranza... poca cosa.
Las seis muertes de los toros de Juan Pedro Domecq, más la de los dos sobreros, fueron crónicas anunciadas como ya dijo García Márquez. Sobre el papel, un cartel rematado con los tres toreros de arte de la temporada, que el día anterior, solo un día antes, hicieron el paseíllo en La Línea de la Concepción.
Allí Morante se lesionó la clavícula, por lo que hoy ha toreado infiltrado, pero sin un mínimo gesto de dolor. El problema es que cuando es el toro el que no quiere, todo lo demás es imposible.
Brindis a la Infanta Elena
Morante con un vestido que parecía bicolor, azul pavo bordado en celeste, y con su capote verde quería torear. Los ayudados por alto, unos pulsados naturales, el molinete, el kikirikí derrocharon torería... y todo a un toro que no tuvo ni una pizca de emoción. Fue la única ovación verdadera de la tarde. Su segundo se lo brindó a la Infanta Elena, un sobrero de Virgen María muy astifino, con el que tampoco pudo ser.
Antes, Juan Ortega le echó los brazos por delante al segundo de la tarde con mucha suavidad, rematando con un quite con unas chicuelinas que casi paran el reloj. Le replicó Aguado incluso con más pinturería con la que también lanceó a su tercero Juan Pedro hasta los medios.
Muy hondas fueron a su vez sus verónicas al último... Y pare usted de contar, otra vez, o no porque quedan doce de esta misma ganadería que serán lidiados en Sevilla en esta misma feria.
El ganadero ha dicho en una entrevista en ABC que los toreros exigen sus toros. Sí es cierto que se apuntan a este hierro con más facilidad, a pesar de que no pasa por su mejor momento. A ver si del desastre de hoy más de uno toma nota. Mientras tanto, esperemos que a alguno le dé por embestir ya bajo el cielo de farolillos y en San Miguel, allá por el mes de septiembre.