El altavoz que ofrece la tribuna del Congreso o de un Parlamento autonómico no es el megáfono de una asamblea. De hecho, la asamblea es un espacio de debate más libre de lo que algunos creen. La palabra mal utilizada es una arma de destrucción masiva. Gabriel Rufián es un experimento del independentismo catalán. ERC lo eligió como cabeza de lista al Congreso de los Diputados en un intento por diversificar el perfil de sus candidaturas. Con Rufián, los republicanos pretendían demostrar que su proyecto secesionista es transversal y que por supuesto también abraza a los catalanes originarios de otras partes de España. En la arcadia catalana no hay charnegos a los que despreciar: cada voto cuenta.
Espanya ens roba
El discurso de Rufián en la investidura sintetiza en 10 minutos la herida abierta tras cuatro años de proceso independentista en Cataluña. El diputado de ERC tenía 29 años cuando escuchó por primera vez la expresión Espanya ens roba. La frase no salió de la calle, sino del Parlamento catalán. Y desde ahí se multiplicó en progresión geométrica entre la gente. Los diputados son referentes intelectuales y morales para muchos de sus votantes. Cuando un político habla en sede parlamentaria hay antenas de repetición de largo alcance. Nada es gratis. Por eso no hay palabras inocentes ni intrascendentes en el Congreso.
Rufián es hijo del discurso agitprop de la crisis económica. El maniqueísmo de las emociones es rentable a corto plazo. Sucedió en el pasado y sucede en el presente. Hemos visto al Reino Unido votar a favor de abandonar la Unión Europea con argumentos que hace sólo unos años ni se plantearían, a Trump aspirar a la Casa Blanca o a Le Pen poner en jaque el sistema francés. En Cataluña, ese discurso ha tomado forma de independencia; en el resto de país lo ha capitalizado Podemos.
En el inicio de su carrera política como dirigente de la ANC, Rufián vio a Carme Forcadell declarar a Ciudadanos y PP enemigos de la independencia. Hoy Forcadell es la presidenta de un Cámara en la que estos dos partidos suman 25 y 11 escaños respectivamente. Rufián escuchó a Durán i Lleida asegurar que mientras Cataluña trabaja, los andaluces “se gastan el dinero del PER en los bares”. Rufián participó durante la Diada en la redacción de una delirante carta de despedida dirigida a España, en la que el remitente (Cataluña) se presentaba como el hijo ofendido que lo ha dado todo a cambio de la más terrible de las opresiones.
Estas palabras, como las de Rufián en el Congreso, desgarran los sentimientos y destrozan la convivencia. Y se repiten en la calle como tablas de multiplicar. Las tablas de multiplicar son difíciles de olvidar, aunque uno se empeñe. El atropello de la ley produce frases rotundas y mártires de papel, pero devora la razón. Cataluña es sólo un ejemplo. El Gobierno catalán prometió la independencia y elecciones constituyentes en 18 meses. Han pasado más de 13 desde las elecciones del 27-S en 2015 y la única propuesta que hay encima de la mesa es otro referéndum para dentro de un año.
Los grises
La retórica de la confrontación alimenta pasiones. Es efectista y muy efectiva. Pero a nuestros políticos les debemos exigir algo más que el trazo grueso. Lo más difícil en tiempos de crisis, en su sentido de cambio y transición, es huir del antagonismo. La natural diferencia ideológica no está reñida con la mesura inteligente al servicio, no se olvide, de un país y una sociedad. Entre el blanco y el negro hay una rica gama de grises. Cuando el líder de un partido con cinco millones de votos y 71 diputados califica de “golpe institucional” un acuerdo de investidura, está confundiendo a sus votantes. Si Pablo Iglesias acusa de “delincuentes potenciales” a todo un Congreso, está agitando el alma de sus papeletas. Y tiene consecuencias.
Ramón Espinar ha vivido estas consecuencias del golpe al adversario por la vía de la confrontación en primera persona. El portavoz de Podemos en el Senado lleva dos años insultando a los bancos. Espinar trazó una línea entre los jóvenes y los monstruos de la especulación y se situó en el lado de los buenos. Cuando esta semana se conoció el caso de su hipoteca sin ingresos y el pelotazo a pequeña escala de su vivienda, Espinar cruzó al otro lado del muro que él mismo había levantado. Y cuando trató de explicar los grises del caso, la gente le devolvió como un búmeran el mismo odio que también él mismo ha contribuido a alimentar.
jorge.sainz@elespanol.com
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