Percival Manglano (Londres, 1972) atesora méritos suficientes para subirse al tiovivo de las puertas giratorias y rotar plácidamente hasta encontrar un gran sueldo a cambio de un pequeño trabajo. Escritor de discursos de Rajoy, consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad de Madrid, mano derecha de Esperanza Aguirre… Primero fontanero en Génova y luego rostro visible, ha decidido caer por una trampilla y renunciar súbitamente a casi todos los ceros de su nómina. A partir de septiembre, Percival será becario en un despacho de abogados.
No recurrirá a la comida rápida a finales de mes ni sufrirá las acometidas de un casero enfurecido, pero su decisión ilustra una renuncia casi inédita entre los vates del bipartidismo. Con 46 años, se ha marcado una meta que le obliga a un austero reciclaje: quiere ser letrado. Por eso, tras licenciarse en Derecho por la UNED el año pasado, está cursando en la Universidad Pontificia de Comillas el máster de acceso a la profesión que exige la ley.
Manglano, concejal del Ayuntamiento de Madrid hasta que acabe la legislatura, aparece sin su inseparable corbata roja y tarda más de cinco minutos en criticar a Manuela Carmena. Irreconocible. En la mochila, apuntes fiables -este dato lo confirmarán luego un par de compañeros- con letra de médico.
Atiende su entrevista como becario en la cafetería de la universidad. Falta una hora para que entre en clase. Hijo del barón de Terrateig, viajó a París con apenas 18 años para estudiar Historia y Ciencias Políticas. Luego se mudó a Washington para especializarse en Economía. También hizo sus pinitos en Relaciones Internacionales. Ahora… Derecho. Aúna en sus expedientes académicos casi tantas asignaturas como tuits ha escrito contra Podemos a lo largo del último trimestre.
Los compañeros de clase de Percival
Manglano cuenta que encontrar prácticas es casi tan placentero como ganar unas elecciones o darle una buena estocada a Carmena: “Hay mucha competencia, nos lo recordaron nada más empezar el máster”. Asiente el resto de alumnos, a los que dobla en edad. Ellos le describen, entre risas, como “muy participativo”, casi siempre “llevando la contraria”: “¡El tío se apunta a todo!”.
Menos a las copas. “Hemos tomado algo, pero cuando llega el fin de semana lo que más me apetece es estar con mi mujer y con mi hija”, se ríe. Atrás quedan aquellas noches de trueno en las que despachaba con Esperanza por la mañana y se armaba como batería de Rebollo y los Reboyetes por la noche.
La niña de Percival va a cumplir cinco años. Hoy tiene algo de fiebre. Debe de estudiar en inglés porque el político atiende la llamada del colegio y se despide con un “thank you”. “Esperamos otra chica para junio… Estoy muy contento. Todo esto es gracias a mi mujer. Me ha ayudado muchísimo a compatibilizar el trabajo y los estudios. Sin ella habría sido terriblemente complicado”, relata.
“En alguna asignatura hemos estudiado el tema de la corrupción… Yo, para tomarle el pelo, preguntaba al profesor y luego me giraba: 'Percival, no va por ti, eh'. Se lo toma con sentido del humor”, se parte un compañero. En otra materia, el concejal del PP se topó con un abogado inmerso en una de las grandes causas que carcomen a Génova. “Pero no hablaré de eso, me acojo a la quinta enmienda”, bromea.
La entrevista de trabajo: “¿Qué hace usted aquí?”
Aquí su trayectoria: tras un periodo en Indonesia, regresa a España a orillas del 2000. Se afilia al Partido Popular. En 2003, estrena sus labores de gabinetero. Crece a lomos del aguirrismo. Nombrado consejero de Economía y Hacienda en 2011. Lo aparta Ignacio González. Vuelve a París, pero su protectora se presenta a las elecciones madrileñas de 2015 y lo reclama. Y aquí está, convertido en el edil que más solivianta a la alcaldesa y su equipo.
-Oiga, ¿cómo que becario?
-¡Quiero ser abogado y el máster de acceso exige hacer unas prácticas! No me queda otra.
-Pero, ¿por qué ahora?
-Llevo quince años dedicado a la política. Me quedan casi 25 de vida laboral. Creo que mi generación trabajará hasta los setenta. Los partidos tienen un peligro: son muy absorbentes. Estoy a tiempo de aprender, de coger experiencia y convertirme en un buen abogado.
-¿Qué hará exactamente?
-No puedo decirle el nombre del despacho, me han pedido confidencialidad. Estaré en el departamento de procesal.
-¿No le ha valido de nada el lobby político?
En este caso, arguye el discípulo de Aguirre, el pasado quizá haya jugado en su contra. Manglano enviaba currículums a punta pala, pero no le respondían. Se presentaba a procesos de selección muy numerosos. Por fin, pasó una de las pruebas y le llamaron para una entrevista personal. Aquella señora le preguntó: “Tiene 46 años, ¿qué hace aquí?”. Respondió igual que acaba de hacerlo en este reportaje.
Percival tiene un evangelio en la mesilla. Lo firma Adam Smith. Si se cansa, acude a Hayek. Se pincha liberalismo clásico en vena: “Intento ser coherente con esos planteamientos. El ejercicio del poder debe ser contenido y conviene alejarse de él al cabo de un tiempo”.
-En la sala deberá ser más comedido que en Twitter y en el Ayuntamiento. Imagino que es consciente…
-Sí, sí. La autoridad del magistrado hay que respetarla. Pero, precisamente, Carmena a veces no entiende que el pleno no es un juzgado.
-¿Y usted entendía que hacía oposición en un Ayuntamiento?
-Estar en la oposición es extremadamente difícil porque tienes que encontrar un equilibrio. Que se fijen en ti, pero sin ser histriónico. Cada uno tiene su estilo. Me siento cómodo siendo así de directo. Ellos -Ahora Madrid- nos dan lecciones morales constantemente. Son los mismos que hacían escraches y asaltaban capillas.
-¿Alguna vez se fue a casa pensando que se le había ido de las manos?
-Bueno, esa duda pudo existir… Siempre me he hecho una prueba. “Déjalo pasar. Si en dos semanas sigues pensando en eso… Seguramente se te haya ido de las manos”.
-¿Y cómo reaccionaba su conciencia?
-Bien, bien. Fíjese, Carmena me amenazó con dos querellas. Al final no me llegó ninguna.
El examen y la revuelta de Vox
Aunque Percival está de salida, sigue hablando de Carmena cada vez que el Pisuerga ronda por alguna parte. El azar, a veces, se las gasta con genialidad. Cuando Vox organizó una manifestación a las puertas de esta universidad, él estaba haciendo un examen. Escuchaba los gritos por la ventana. Quién se lo iba a decir. La derecha, y no la izquierda, fue la que amenazó su periplo académico. No obstante, más de un tuitero hubiera pagado por que la alcaldesa, en calidad de profesora asociada, se hubiera encontrado con Manglano de alumno.
-¿Se ha podido despedir de Manuela Carmena y Rita Maestre? ¿Las echará de menos?
-No hemos hablado… Para mí, uno de los hits de la legislatura fue una entrevista que le hicieron a Rita. Le preguntaron quién sería el lobo en caso de que ella fuera Caperucita; y Carmena, la abuela. Respondió: ¡Percival Manglano!
-Tenía razones para hacerlo…
-Ya, ya.
-¿Defendería a miembros de Podemos en un juicio?
-Tendría gracia. ¿Por qué no? ¡Rita! ¡Pablo! Si necesitáis un abogado, llamadme.
-¿Y a un corrupto de su partido?
-Nadie es corrupto hasta que lo dice una sentencia.
Los discursos de Rajoy
Al PP, como dijo Alfonso Guerra sobre España, ya no lo reconoce “ni la madre que lo parió”. Cuando Percival fichó, Soraya Sáenz de Santamaría dirigía un equipo que componía las arengas del expresidente. Ya no queda nadie. Y faltan muchos escaños.
-¿Qué es más fácil? ¿Aprobar un examen de este máster o escribirle un discurso a Rajoy?
-Déjeme decirle algo antes.
-Claro.
-Quien le diga que escribe él solo los discursos de alguien muy importante miente. Es un trabajo de equipo. Los papeles pasan por muchas manos antes de llegar al atril. Yo me encargaba de las cuestiones internacionales.
-Entonces, se los escribiría en castellano…
-Sí, sí -se ríe-. Redactar algo para que lo recite otro es muy complicado. Cuanto más te convence a ti, más hay de tu voz y menos de la del otro. En los exámenes, debo ajustarme a lo que pide el profesor, pero tengo más libertad.
En el ejercicio de esa “libertad”, Percival Manglano se marcha. Abandona la política. Siempre nos quedará Twitter. Socialistas, dirigentes de Podemos, tengan piedad. Si le notan desaparecido, provóquenle.