Los españoles han empezado a olvidar que lo son. José Antonio Díez, alcalde socialista de León, afirma que los leoneses no tienen "nada que ver" con los castellanos y poco le falta para añadir un "Valladolid nos roba". Vanessa García, portavoz de la plataforma Soria ¡Ya!, exige que los sorianos puedan "decidir su futuro". José López, alcalde de Cartagena en representación de Movimiento Ciudadano, sostiene que la ciudad se ha convertido "en una vaca de la que ordeñar sangre para PP y PSOE".
Los malagueños, por su parte, asoman ya la cabeza renegando del centralismo sevillano. Media Andalucía, la oriental, bromea en voz baja con su separación de la otra media, la occidental. Un manifiesto de personalidades recuerda que Cuenca también existe. Y en Guadalajara se abjura de La Mancha y revive, de momento tímidamente, su vieja aspiración de independizarse de Castilla La Mancha para integrarse en la de Madrid.
Son sólo los ejemplos más destacados de brotes neocantonalistas que han surgido a lo largo de los últimos meses en España espoleados por el éxito de las reivindicaciones económicas y competenciales de las dos principales comunidades "históricas", Cataluña y el País Vasco. Un neocantonalismo que, a imagen y semejanza del que en el periodo 1873-74 contribuyó a boicotear la I República Española, no parece ajeno a las promesas "federalistas" y "pactistas" de un político catalán. En el mencionado periodo 1873-74, ese político catalán fue Francisco Pi i Margall. En 2019, Miquel Iceta.
Junto a los neocantonalistas aguardan también su momento esas otras comunidades que desde hace dos años, y coincidiendo con el procés y la llegada de Podemos a algunos gobiernos autonómicos, aspiran a seguir los pasos de Cataluña y el País Vasco y ser cada vez menos España y cada vez más, nacionalidad soberana. En concreto, Valencia, Asturias, Galicia, Baleares, Canarias y Navarra. Esta última, en cualquier caso, más por deseo del PNV y de Bildu que por voluntad propia. Por no hablar de ese partido con intereses no ya regionales, sino estrictamente provinciales: ¡Teruel Existe!
Todos ellos, regiones, provincias y ciudades, haciendo gala de hecho diferencial folclórico, o de lenguas y dialectos propios, o de supuestos agravios históricos, o de todo ello a la vez, con tres claros culpables en lontananza: España, Madrid y el régimen constitucional del 78.
Malos precedentes
Un simple vistazo a la historia del primer brote cantonalista en España basta para explicar el porqué de su fracaso. La primera experiencia republicana en España nació sentenciada de muerte por la tercera guerra carlista y por la primera de las tres guerras de independencia que Cuba libró contra España. Pero, sobre todo, por la rebelión cantonal de julio de 1873. Una rebelión que condujo al florecimiento de decenas de cantones por toda España. En realidad ciudades, pueblos e incluso aldeas convertidas, por el simple deseo de sus caciques locales, en Estados en miniatura dentro de la república.
Cantones fueron Algeciras, Valencia, Jumilla, Málaga, Bailén, Orihuela, Murcia, Cádiz, Granada, Motril, Toro y Salamanca, entre muchos otros, pero sobre todo Cartagena. En alguno de esos cantones (Camuñas, en Toledo) se llegó incluso a intentar acuñar moneda. Galicia pidió unirse a Inglaterra. Cartagena pidió hacer lo propio con los Estados Unidos de América, que rechazó tan envidiable oferta. Ninguno de ellos sobrevivió más allá de unas pocas semanas, salvo el cantón de Cartagena, que se alargó durante seis meses.
El nulo éxito de los cantones no evitó sin embargo que se convirtieran en uno de los principales motivos de la muerte de la I República. Una I República que recibió su primer golpe con el alzamiento del general Manuel Pavía, capitán general de Castilla la Nueva, en enero de 1874, y el segundo, y definitivo, con el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos, once meses después, en diciembre de 1874. A este segundo pronunciamiento siguió la restauración de la monarquía borbónica y el fin temporal de las esperpénticas aventuras cantonales españolas.
Renace el cantonalismo
Temporal, pues el cantonalismo ha renacido en España en 2019. A ese renacimiento no parece ajena la llegada a la presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez y de la apuesta del PSC, la federación socialista que marca el paso al partido desde 2017, por un modelo federal en el que todas las aspiraciones identitarias españolas tengan cabida, por inconstitucionales, divisorias o rocambolescas que sean. El único requisito es que estas queden siempre un escalón por debajo de las exigencias vascas y catalanas.
Un modelo federal cuyos detalles siguen, sin embargo, sin ser concretados a día de hoy por el PSOE y por Podemos, sus principales defensores, y que subvierte el concepto original del federalismo, unir con lealtad aquello que está separado, para desembocar más bien en el mencionado cantonalismo de la I República, que apenas logró separar con deslealtades aquello que anteriormente estaba unido.
Y de ahí, de ese modelo federalista que pone en cuestión la actual organización territorial del Estado, que genera agravios territoriales donde estos eran antes poco más que debates de barra de bar y que habla ya de naciones "reales" –ocho o nueve, según Miquel Iceta– sometidas a una nación "artificial" –España–, surgen declaraciones como la de Antonio Díez, que califica a Castilla y León de "autonomía ficticia".
O como las de Vanessa García, que califica a Madrid de "espantoso centralismo". O como las del populista José López, que, apocalíptico, llama a los cartageneros a "no vivir de rodillas".
En España, y como dijo Karl Marx, la historia se repite dos veces: la primera como tragedia. La segunda, como farsa.