Unidas Podemos trata de dar imagen de fortaleza mientras su líder, Yolanda Díaz, no reniega del pasado, pero todos sus mensajes se dirigen a inaugurar un estilo opuesto al de Pablo Iglesias. Pero ni a ella ni a la heredera al frente del partido, Ione Belarra, las ha elegido nadie más que el dedo del líder caído. Y aunque desde el Gobierno es más fácil sobrevivir, todo se fía al año y medio de supuesta calma electoral para recomponerse.
Coja la muleta de los morados y una fuga de cerebros económicos, Pedro Sánchez afronta lo que queda de legislatura, además, sin el pegamento con que impregnaba Iglesias sus relaciones con los socios independentistas en el Congreso. Díaz no trabaja igual ese sector de la política, que vive de la rentabilidad dialéctica de lo que saca en Madrid ante su electorado de provincias.
Sánchez afronta su más difícil todavía pendiente de que Esquerra no se le desvíe. Quedan 10 días para saber si se repiten (otra vez) las elecciones catalanas. Y si es así, a celebrar en julio, el presidente no tendrá esperanza alguna en sacar adelante leyes y reformas hasta la vuelta de verano, como mínimo.
Esa desazón rezuma de Moncloa, que desea su primer año y medio sin elecciones a la vista. "Por fin", se suspira en el entorno del presidente. Y eso es ya un síntoma de que todo cambia al llegar al poder: él es un presidente que ha forjado su leyenda en los procesos electorales -tanto los internos, ganado al aparato, como los populares, encadenando triunfos-. Y ahora celebra que no haya urnas a la vista, pidiendo un "tiempo muerto" tras el primer batacazo.
La estabilidad puede venirle bien, opinan sus asesores: por un lado, tiene la suerte de que al ayusazo del 4-M no le siguen más convocatorias que puedan confirmar el "cambio de ciclo" que dice detectar el entorno de Pablo Casado. "Es evidente, el entusiasmo ha cambiado de bando", explicaba esta semana un diputado popular de alto rango en el patio del Congreso.
Pero por otro lado, el aroma que se va a respirar en adelante es el del PP creciendo, llegando a pactos contra Sánchez, con las encuestas retroalimentándose y sin posibilidad de acudir a ninguna prueba que lo pueda desmentir... salvo que haya cita en Cataluña. Aunque ahí los sondeos también aúpan al PP.
El lío catalán
La mandanga catalana, admiten en Moncloa, tiene sus propios ritmos... en eso sí que se han independizado los políticos de la Comunidad Autónoma. Y en ese cóctel entran los indultos -tramitándose al ritmo que marca la conveniencia política-, la llamada mesa de gobiernos -que no se reunirá hasta que lo haya en la región- y, sobre todo, la posibilidad de que Pere Aragonès, candidato de ERC, no logre la investidura en los próximos 10 días.
Esa tensión es la que provoca la desafección de Gabriel Rufián estos días en el Congreso: "Me llaman filosocialista a mí, que he sido salvaje contra ustedes", dijo el miércoles. Nadie le creyó, pero aquellas palabras eran un aviso de que mientars siga la cosa como está, el PSOE puede olvidarse de que los 13 diputados de Esquerra -y los cinco de Bildu, ojo- ejerzan de "socios de legislatura" para sacar adelante esas reformas y leyes.
Si el 26 de mayo no hay president, habrá repetición electoral -otra más- y se truncará lo de que no hay elecciones a la vista, el "tiempo muerto" que desea (¿y necesita?) Sánchez. En ese caso, ¿repetirá triunfo en las urnas Salvador Illa? ¿Servirá de algo todo lo sembrado? ¿La caída a bloque de Ciudadanos alimentará al PP? ¿El reconocimiento unánime de que Alejandro Fernández fue "el mejor candidato" del 14-F cogerá tracción tras el ayusazo popular?
Si hay elecciones, gana Illa y puede formar Gobeirno, le tocará presidir a él la delegación catalana que viaje a Moncloa a defender la agenda catalana ante Sánchez. Y nadie imagina una paradoja más perniciosa para Sánchez en la subtrama catalana de lo que se viene: la reforma de la financiación autonómica, la laboral, la fiscal, el modelo productivo verde y digital, lo de los peajes en las autovías...
Y además, haya o no comicios, hay un argumento al que todavía no se ha subido la oposición: el código ético del PSOE prohíbe a Sánchez aprobar los indultos. Eso, surfeando la ola de la omnipotencia en la que navegaba el presidente hasta hace un mes era un asunto minúsculo. Pero con el PP recrecido y con la bronca interna en el PSOE -pasándose facturas entre Ferraz y Moncloa-, ya no es cosa menor.
Y por eso en Moncloa los escribanos del poder tratan de redactar un nuevo guión. Los mimbres para armar la trama ya los tienen, aunque el primero de todos, el argumento catalán, no depende de ellos.
Tres pilares
Impulsado por su más que probada resiliencia, Pedro Sánchez llevaba cinco años subido a una marea creciente. Pero todas las olas, hasta las más poderosas -quizá más éstas-, tienen que romper, y en Moncloa llevan desde la mañana de resaca posterior al 4-M en Madrid analizando si se mantendrá la marea o si el golpe, de verdad, ha sido contra los acantilados de la desesperación. La primera conclusión, según las fuentes consultadas, es que dependen de ellos mismos. Que todavía hay energía.
Es cierto que hay zozobras internas: por las luchas intestinas y las inquinas que se mantienen siempre ocultas en tiempos de poder creciente, tormentas que sólo estallan con el primer trueno.
A la victoria le salen siempre muchos padres, pero la derrota es huérfana, y en el PSOE nadie se responsabiliza de lo ocurrido.
Salvo dos personas que, en honor a la verdad, poco tuvieron que ver directamente en el resultado: el candidato no lo iba a ser, estaba de salida, camino de un bello puesto como Defensor del pueblo; y el secretario general del Partido Socialista de Madrid acababa de cambiar la Delegación de Gobierno por el Consejo Superior de Deportes. Ni Ángel Gabilondo ni José Manuel Franco trazaron la estrategia y el primero, sólo la ejecutó. Torpemente.
Pero en el entorno de Pedro Sánchez, además, cuentan con, al menos tres modos de impulsarse: el remo de las reformas políticas y económicas, el viento a favor de la vacuna y el tanque lleno del combustible que llega de Europa con los 70.000 primeros millones del Fondo de Recuperación.
"Aprenderemos de los errores", asumió el presidente desde Atenas el lunes. "El estado de alarma es el pasado, el futuro es vacunar, vacunar y vacunar", sentenció el martes en Moncloa. "Quedan 32 meses de legislatura para modernizar España", advirtió el miércoles en el Congreso.
La postpandemia
Porque en el desarrollo de esos tres pilares está la clave de la estrategia de Iván Redondo, el demiurgo oculto de todo lo que ejecuta el presidente, y a quien los enemigos internos acusan de "los resultados rotundamente malos" del 4-M... pero los José Luis Ábalos, Adriana Lastra y demás arrinconados de Ferraz saben que también fue él quien trazó la estrategia que hizo mullidos los sillones que hoy ocupan.
Fue en Moncloa donde se diseñó el plan de la moción de censura en Murcia, ésa que prometía darle la presidencia a Ciudadanos y ha acabado por destrozarlo en la región y hacerlod esaparecer en Madrid. Tampoco el PSOE ha salido bien librado, gracias a la audacia de Isabel Díaz Ayuso sabiendo leer su momentum. De paso, a Sánchez se le ha caído el socio morado... y todo ha ocurrido en la frontera entre la excepcionalidad de la pandemia y la gestión de la recuperación.
El presidente sabe que en los próximos 32 meses contará con el éxito del plan de vacunación, el fin paulatino de las restricciones y la reactivación económica, que Bruselas cifra en un alza del 5,9% del PIB para este año. Pero sobre todo, Moncloa confía en el grifo de dinero europeo abierto a chorro, y en que eso le servirá para cambiar el ciclo del desempleo y exhibir músculo inversor.
Eso, si los fondos llegan a tiempo: el verdadero calendario puede ser muy otro, porque la mitad de los Estados miembros no ha presentado aún su Plan de Recuerpación a Bruselas y más de una decena de países no ha aprobado el mecanismo en sus Parlamentos.
El canario en la mina
Y con eso habrá que diseñar unos nuevos Presupuestos Generales del Estado (PGE), los de 2022. Ahí se podrá medir la firmeza del suelo que pisa el presidente, con todas las reformas abiertas y cada aliado afrontando su propia crisis.
Y es que por el camino, Sánchez tendrá que sacar adelante la reforma laboral, aún difusa. Será el primera gran escollo entre su jefa económica, Nadia Calviño, y la titular de la cosa, Yolanda Díaz. En este punto, además, los morados se saben fuertes, porque las izquierdas independentistas del Congreso (ERC y Bildu) son imprescindibles si Sánchez no quiere romperlo todo mirando al PP.
La pelea continuará con las pensiones. La vicepresidenta Díaz no grita como su antecesor Iglesias, pero fuentes de su entorno aclaran, textualmente, que "queda tiempo, y por ahora lo del ministro Escrivá son sólo propuestas". Es decir, que no aceptarán ampliaciones del tiempo de cómputo "ni ninguna medida que se traduzca en una rebaja encubierta de las pensiones".
Después vendrán la reforma fiscal y la de financiación autonómica, en las que los problemas se reproducirán con Unidas Podemos y, de paso, con el PNV.
Los nacionalistas vascos son como el canario en la mina, el primero que detecta el cambio de los aires políticos. Y tanto el lehendakari, Iñigo Urkullu, como el presidente peneuvista, Andoni Ortuzar, ya han dejado claro lo lejos que están de lo que propone el PSOE en los pocos impuestos en los que el Estado decide sobre el País Vasco. Ya le empiezan a hacer ojitos al PP, partidario de bajar impuestos y con orden de Pablo Casado de que nadie critique el cupo vasco en adelante.
Y para cuando llegue el sudoku autonómico, entonces sí, ya habrán legado las elecciones andaluzas, en las que el popular Juanma Moreno amenaza con afianzar su presidencia. O Casado tiene razón al hablar de cambio de ciclo o Sánchez habrá reunido material para una segunda parte de su Manual de Resistencia.
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