Hizo el libro en 11 días, aunque uno de ellos descansó. Mario Garcés (Jaca, Huesca, 1967) fue un día "el diputado de la mano en el pecho" y hoy es noticia por su libro de Historia ("de historias", corrige él). Es político y actor. Portavoz económico del Partido Popular en el Congreso y escritor. Hace sus pinitos literarios en más de una docena de publicaciones periódicas y de su puño, letra y circunvoluciones cerebrales salió la Ley de Estabilidad Presupuestaria que hoy el Gobierno se salta con permiso de Bruselas.
Pero también le da tiempo a ser productor teatral y cinematográfico y a tener en su currículum que estuvo en el gabinete del presidente del Gobierno cuando José María Aznar, hace ya dos largas décadas. Y unas líneas más abajo, que luego fue secretario de Estado y subsecretario en la etapa de Mariano Rajoy.
Como Pablo Casado aún no ha llegado a la Moncloa, su condición de miembro del reducido círculo de confesores del actual líder popular no pasa de ser "verdad" a epígrafe curricular. Y de eso, de "la verdad real", se trató en la tarde noche del jueves en el salón Barcelona del Hotel Eurostars Madrid Tower.
La publicación de Garcés es una road movie sobre "el pasado verdadero de nuestro país, ése que rezuma pasión por la España global", en palabras del autor, "y no la autoleyenda negra de la llamada Memoria Histórica, ésa que nos quieren imponer los revisionistas de la izquierda acomplejada, de la nación de naciones".
Garcés presentaba, entre dos centenares de amigos, compañeros y seguidores, su último libro, La huella española en la Ruta 66 (Editorial Pinolia). O el penúltimo, porque, a pesar de todo lo contado más arriba, que le ocupa su tiempo pagado y el de ocio, lleva un ritmo de uno cada año y medio en poco más de un lustro.
De ahí que Marta Ariño, editora de la nueva casa Pinolia, se atreviera a lanzarle un reto este verano: "Mario, quiero un libro tuyo para apuntalarnos bien de entrada, pero lo necesito ya". Y el autor se encerró entre su cocina y la última mesa de un Burger de Huesca a finales de agosto para "contar quince episodios que espero que sean amenos y sobre todo, sorprendentes".
Sus 222 páginas repasan hechos desde el siglo XVI hasta el siglo XX, sin un orden cronológico sino kilométrico, trazando de este a oeste, la presencia de España en Estados Unidos, de "los mártires de Chicago" a la "fiesta en casa de Mary Pickford", en Los Ángeles. Esa obra de pioneros "que nos borraron los ingleses" ¿por envidia? "durante el siglo XIX forjando la leyenda negra... ésa que han asumido como propia y nos imponen los nuevos modernos".
¿Ésa que renuncia a España? "Ésa que quiere pedir perdón por su pasado y, como no encuentra el porqué, lo inventa en el presente, convirtiéndonos en nación de naciones o amalgama de identidades enfrentadas".
"Amor a España"
Con esas palabras (y muchas otras, que Garcés es prolijo en el hablar) presentó su obra el autor.
Un libro cuyo objetivo es, pues, "sorprender con la verdad", paradoja que Garcés domina con maestría. Porque es su verdad (al menos, la suya) con la que forja sus artículos y tribunas en estas páginas (y en otras)... y con las que declama discursos de oposición en el Parlamento para "deconstruir la ensoñación política" de Pedro Sánchez (y la económica de Nadia Calviño).
Dice Garcés que "en esta postEspaña" la cultura imperante ha dado la vuelta a los términos. Que hoy "somos un país de pasado imprevisible. Mientras que algunos tienen demasiado claro el futuro y lo quieren imponer".
Y que por eso y "por amor a España, la del pasado y la del presente", decidió que para cumplir el encargo de Pinolia tenía que estudiar documentos, tesis y legajos sobre Fray Junípero o Edgar Neville, algún peluquero y "una Giralda en Kansas City". "Por la determinación, capacidad y coraje de defender lo que somos, que manifestó Unamuno". Y porque "luego de que nos borraran los ingleses, nos borramos nosotros hasta la paradoja de que la España que hoy quiere ser global es incapaz de reconocer su globalismo en los siglos de oro".
Y debe ser que ha logrado el favor de todos los líderes populares por su condición -más que confesa, pregonada- de "liberal"... ese título que en España se entiende poco y que para sí reclaman desde socialistas como Felipe González hasta conservadores como Esperanza Aguirre. Porque ya desde el siglo XIX se confundió el adjetivo con sustantivo y el Gobierno se peleaba entre "liberales conservadores" y "liberales progresistas".
Luego desembocó España en "el desastre del 98" y "se empezó a discutir también dentro de nuestro país la imagen de España", recordó el prologuista Margallo. "Eso que yo quise mimar desde el Ministerio y llamamos Marca España... que no me sobrevivió".
Alguna vez ha confesado el propio Garcés a sus amigos que su íntima sorpresa ante su propia supervivencia, porque sólo el que no le pone apellidos a "liberal" puede reivindicar de verdad el término para sí. Y aunque en la presentación de La huella española en la Ruta 66 no se repitió demasiado la palabra, en realidad (se ha visto), sí que estuvo muy presente.
La amistad y la lealtad
Secundado por Adolfo Suárez Illana (sustituto de un ausente de última hora líder de la oposición) y por José Manuel García Margallo, el combate dialéctico entre el autor y el exministro se celebró en ese cuadrilátero abierto en el que "los liberales de verdad" defienden con vehemencia sus verdades y valores.
De este académico aragonés, Mario Garcés, se había dicho en los corrillos previos, y se corroboró en los posteriores al evento, que "huele a ministro"... y también que sólo lo será si sobrevive a su modo de ser leal: "El de los que no son cortesanos, esa admirable condición de expresarle lo que uno piensa incluso al César de turno y aunque no le vaya a gustar".
Hasta ahora, ha sobrevivido más él en la vida política (casi media vida entre) que una Constitución en las Españas.
Será, como dijo la entregada editora que este cincuentón irónico, amistoso e inquieto "ya era un chico listo" desde que empezó a afeitarse: "Con 23 años entró por oposición al cuerpo de Inspectores de Finanzas del Estado", le glosó Ariño... aunque "no fue el más joven en lograrlo", remató con sorna el amigo Margallo, "sólo uno de los dos o tres más precoces", reclamando para sí el podio en la carrera.
El protagonista de la velada respondió con sorna recia: "Gracias, amigo, por tus palabras. Ya que amigo es una de las que es más difícil hallar con quien usar en la vida política".