La sexta ola, anunciada al menos desde mediados de noviembre tras la aparición de la variante ómicron en Sudáfrica, ha pillado de nuevo a nuestras autoridades con el pie cambiado.
El aluvión de contagios llegó un poco antes de lo esperado -de lo deseado, más bien- sin suficientes refuerzos en atención primaria, sin suficientes medidas preparadas y sin un criterio claro de qué habría que hacerse ni de cuáles podrían ser los peores escenarios posibles. Confiar sin más en el optimismo y en el "esto pasará" es normal en una población hastiada, agotada y que necesita hacer su vida. Ahora bien, no es propio de un gobierno, sea este Gobierno nacional o Autonómico.
En estas, y ante la ausencia de liderazgo alguno prácticamente en ningún lugar del país, con récords de incidencias que no acabamos de saber exactamente bien qué significan y con un incremento en los ingresos que no colapsa los hospitales, pero vuelve a plantear la duda de si pronto habrá que sacrificar otro tipo de funciones en favor del seguimiento de los enfermos Covid, se apela a menudo al "autocuidado" como medida eficaz contra el virus. Eso sí, a la vez, ese autocuidado se dificulta en todo lo posible: en varias ciudades se han agotado los tests de antígenos, no acabamos de saber del todo su validez para esta variante y no hay un solo dato oficial que nos sirva para medir la gravedad de la situación.
Tal vez esto último no parezca lo más grave -no lo sería, desde luego, con la atención primaria funcionando al cien por cien y con las farmacias llenas de tests a cualquier hora del día- pero sí aumenta la sensación de desamparo y confusión. Justo lo que no necesitamos bajo ningún concepto.
A la escandalosa desactualización de los datos, que el ministerio se niega a publicar en días festivos y sus vísperas, así como en fines de semana, se une, dos años después del inicio de la pandemia, la desidia habitual a la hora de cumplir algo tan básico como son los criterios para los distintos indicadores. Tanto a la hora de cumplirlos como a la de hacerlos cumplir. Casos, ingresos, hospitalizados, defunciones… ahora mismo, ningún parámetro nos resulta fiable para medir el impacto de ómicron en España.
Por qué la positividad y los números de casos están gravemente alterados
Uno de los mantras que se repiten habitualmente es que ómicron es menos grave que las variantes anteriores. Menos grave que delta, desde luego. Eso es algo que se escucha siempre al principio de cada ola porque normalmente los que se contagian primero son los grupos de edad que menos riesgo de hospitalización tienen.
Cuando los contagios llegan a nuestros mayores y a otros colectivos en peligro, la cosa cambia. Sin embargo, esta vez parece cierto: entre la menor virulencia de la variante -aún por determinar exactamente- y la defensa que nos procuran las vacunas -especialmente en aquellos con tres dosis- la relación entre el número de casos y el de hospitalizados se ha desacompasado afortunadamente con respecto a otras olas. Tanto en España como en otros países afectados por ómicron.
Ahora bien, la incidencia acumulada siempre ha sido un parámetro como mínimo de alerta: nos indica si el virus se está reproduciendo con mayor o menor rapidez y nos alerta de si la situación es más o menos problemática. En estos días, es imposible saber si los números que dan el Ministerio y las Comunidades reflejan la realidad o no.
¿Por qué? De entrada, por la reducción de pruebas que se da en los días festivos, con los centros de salud cerrados. Pruebas que se retrasan en el tiempo y cuyos resultados aparecen en fechas posteriores, alterándolo todo… y pruebas que se quedan "en el limbo" porque el enfermo ve que se encuentra mejor -o, total, ya ha ido a cenar con la familia de todos modos- y decide que es una pérdida de tiempo acercarse a hacerse un test.
Este problema ha existido siempre, pero ahora la situación se agrava con la aparición de los tests rápidos de farmacia. Se agrava en el sentido burocrático, quiero decir. Por lo demás, son una bendición. Algunas Comunidades Autónomas, como Madrid, aceptan los resultados de un test rápido casero para pedir una baja. No exigen la confirmación por PCR, básicamente, porque el sistema está saturado. Ese positivo, sin embargo, no se refleja en la contabilidad oficial, así que queda en el limbo. De ahí, quizá, el bajón que ha pegado el número de casos en esta y otras Comunidades Autónomas en los últimos días.
En cualquier caso, contemos los positivos o no en las contabilidades oficiales, lo que no se cuenta nunca son los negativos. Eso hace que el parámetro de positividad -el porcentaje de tests que salen positivos respecto al total realizado- quede alterado de manera disparatada.
Si solo se registran los positivos sin saber cuál es el total, pasan cosas como que hasta nueve Comunidades Autónomas -según el informe del pasado miércoles- superen el 30% de positividad, con Navarra rozando el 50%. Cifras completamente enloquecidas y que no se han alcanzado en ninguna otra fase de la pandemia. No solo porque el nivel de contagios fuera entonces menor, sino porque se hacían mejor las cosas.
Los ingresos hospitalarios han dejado de ser la fuente más fiable para analizar la gravedad
Problemas en la detección ha habido siempre. Cuando las cosas se descontrolan, es casi imposible medir el número exacto de contagios como si esto fuera un videojuego. En la primera ola, de hecho, apenas había tests con lo que apenas había positivos. Con el número más alto de hospitalizados y de muertos de toda la pandemia, vimos el menor número de casos de las seis olas registradas.
Hasta el momento, cuando eso pasaba, decíamos: "Bueno, la gravedad se verá en los ingresos hospitalarios". Muchos ingresos hospitalarios indicaban, lógicamente, una amplia transmisión del virus… además de una mayor malignidad de la variante en cuestión.
¿Qué ha cambiado en esta ola? Que no sabemos qué criterio se está siguiendo para reflejar el número de nuevos ingresos ni el de ingresados. Si uno acude al PDF del Ministerio de Sanidad, las instrucciones son claras: "El criterio de cómputo incluye a pacientes que presentan clínica Covid que debe ser tratada en régimen de hospitalización, bien con infección confirmada bien pendiente de confirmar". Sin embargo, al menos en Madrid, siguiendo el ejemplo de Londres, no se está haciendo así: se está contando como hospitalizado Covid a cualquiera que dé positivo en un test de coronavirus, sea cual sea su afección.
De hecho, la consejería de Sanidad madrileña enfatiza mucho los porcentajes de nuevos ingresos CON Covid y POR Covid. La distinción en sí es absurda: la Covid-19 es una enfermedad. Uno da positivo en coronavirus, de la variante que sea. Son cosas distintas. ¿Puede uno desarrollar la enfermedad y a la vez estar ingresado por otra cuestión? Supongo que es posible, pero no a ritmo de ciento cincuenta personas al día.
Lo que parece dar a entender la consejería es que en el número de nuevos ingresos y el de total de ingresados se incluye a un importante porcentaje de enfermos que han entrado en el hospital por otra patología completamente distinta -trauma, apendicitis, depresión…- y ha dado la casualidad de que en el test que se hace a la entrada ha dado positivo.
La idea es que el virus está tan repartido que da positivo gente que en realidad no llega nunca a desarrollar la enfermedad. Asintomáticos que ingresan en el hospital, pero que no requieren una atención propia de Covid. Eso es cambiar el criterio del gobierno y me extrañaría muchísimo que Madrid fuera la única que lo hace. Da la sensación de que se mantiene la definición de caso del exministro Salvador Illa y todo aquel que dé positivo al ingresar en un hospital, sea cual sea su patología, cuenta para las estadísticas.
En realidad, no debemos hablar de un alto número de personas, pero no sabemos cuántas son, con lo que el indicador pierde fuerza. ¿Los ingresados presentan un cuadro clínico compatible con Covid, sufren otra enfermedad que la Covid agrava o se han roto la cadera y, de casualidad, han dado positivo en una prueba? Los dos primeros deberían contar. El tercer caso, no. Y está contando.
¿Qué podemos esperar del número de defunciones? Mientras en España nos convencíamos de que la Covid-19 era cosa del pasado, la variante Delta arrasaba por la Europa oriental no vacunada. En Rumanía, Bulgaria, Serbia, Ucrania o Rusia se batían récords de fallecidos y los hospitales no daban abasto. Aunque ómicron sea ahora mismo y con diferencia la variante predominante en España, aún hay casos de Delta pululando por la calle y en los hospitales. Es muy probable, de hecho, que buena parte de los enfermos por Covid que estén ocupando ahora mismo camas para pacientes en las unidades de cuidados intensivos sean aún los que se contagiaron con Delta.
El decalaje que hay entre casos, ingresos y paso a planta UCI o fallecimiento hace que tengamos que ser prudentes respecto a estos indicadores. En Reino Unido, hemos visto recientemente una subida que no esperábamos en los ingresos hospitalarios, aunque ellos también lo justifican con la falsa dicotomía CON Covid / POR Covid.
Esa subida, bastante significativa, ha llegado más tarde de lo esperado, lo que nos obliga a no ser demasiado categóricos a la hora de prever un número concreto de camas UCI ocupadas. Lo normal sería ser optimista al respecto porque, de momento, la diferencia entre el incremento de hospitalizados en planta y el de hospitalizados en UCI es tremenda. Aquí y en Reino Unido, que nos está sirviendo de referencia.
Ahora bien, tanto ese número como el de fallecidos, en rigor, es una incógnita ahora mismo. En este último caso, en principio, nos quitamos de en medio el problema de los asintomáticos que dan positivo. Raro sería morirse por una rotura de tibia. Raro sería que, además, hubieras dado positivo en un test de detección del coronavirus. En principio, las defunciones serán lo que realmente cuente para evaluar la gravedad de esta crisis, pero ese análisis no se puede hacer en tiempo real. Nunca se ha podido.
Dentro de un mes lo veremos y dentro de un mes será tarde para todo ese autocuidado del que hablábamos al principio. En principio, de nuevo, todo apunta al optimismo, pero no deja de ser un optimismo algo voluntarioso. Necesitamos pensar que todo irá bien, que quedará en una sucesión de millones de catarros, sin más.
En la ola de verano, murieron en España en torno a cinco mil personas.
En aquellos meses, la ocupación hospitalaria apenas superó los diez mil pacientes en días muy concretos. Hoy, estamos en torno a los catorce mil. El pico de camas UCI ocupadas estuvo en 1.928. Hoy, son ya más de 2.000. Visto lo visto, todo lo que sea lamentar menos de esas cinco mil muertes en tres meses sería un éxito rotundo.
Ahora bien, cinco mil muertes en tres meses, no es "un catarro". Seamos optimistas si lo necesitamos, pero seamos igual de prudentes en nuestro entusiasmo. Y, sobre todo, intentemos que las autoridades dejen de obligarnos a jugar con jeroglíficos y nos den una información actualizada y que siga criterios claros y que se cumplan. No parece pedir tanto.