La mañana del viernes 1 de junio de 2018, la diputada Yolanda Díaz salía del hemiciclo del Congreso llorando emocionada. “¡Sí se puede!”, gritaban los diputados de Unidas Podemos, mientras los del PSOE abrazaban a su secretario general, recién elegido presidente del Gobierno. Pedro Sánchez prometía su cargo al día siguiente en el Palacio de la Zarzuela ante Felipe VI.
Los del PP se dirigían cabizbajos aquel viernes hacia el patio del Congreso sin entender bien lo que les había ocurrido. Acababan de sacar adelante unos Presupuestos y creían tener oxígeno para seguir con Mariano Rajoy al frente del Gobierno y, de pronto, se encontraron a su líder noqueado y desalojado de la Moncloa. En su escaño azul quedó instalado simbólicamente el bolso de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. Aún ahora lo recuerdan como una pesadilla.
Pedro Sánchez, el político que ganó unas primarias en el PSOE contra todo pronóstico, que fue desalojado de la dirección de su partido en un tenso Comité Federal y que volvió a imponerse en una elección interna adversa acababa de convertirse en presidente. Por primera vez, una moción de censura había servido para cambiar el Gobierno de España.
En estos cuatro años han caído todos los demás líderes políticos de aquel momento: Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pablo Casado. Ninguno de ellos existe ya en la política activa. Sánchez ha sobrevivido a todos.
El poder desgasta, pero como dijo Giulio Andreotti, desgasta más no tenerlo. Y más aún si no manejas bien tus expectativas como socio minoritario de una coalición; si eres posible bisagra pero te crees alternativa o si no mides tus fuerzas porque las encuestas te dan ganador.
Ese 1 de junio de 2018 empezó una nueva etapa política que dura ya cuatro años y en la que se ha vivido una pandemia que paralizó el mundo, se ha iniciado una guerra en Europa y se conoce la experiencia inédita de un Gobierno de coalición en España, la primera de izquierdas en la Europa democrática.
Este miércoles, los diputados y senadores del PSOE se reunirán en el Congreso con Sánchez. Aunque el objetivo es analizar el transcurso de la legislatura y los planes del PSOE en ambas cámaras, habrá referencias a la efeméride "al ser una fecha tan destacada".
"Salvamos la semana"
El político que había sido dado por muerto en varias ocasiones se convertía en presidente con el menor apoyo parlamentario de todo el periodo democrático. Con sólo 85 diputados inició una andadura que duró diez meses, hasta las elecciones. Ese camino siguió con una repetición de elecciones y la coalición con Unidas Podemos.
En estos cuatro años, Sánchez ha vivido en el malabarismo casi diario. Se atribuye a Iván Redondo, su poderoso jefe de Gabinete, la frase “hemos salvado la semana”, pronunciada cada viernes.
El balance oficial en la Presidencia del Gobierno convierte ese ejercicio de malabarismo y contorsionismo en mérito de flexibilidad para negociar y llegar a acuerdos.
Varios de sus socios parlamentarios lamentan que esa necesidad de acuerdos y negociación no se lleve a cabo con mirada un poco más larga y a medio plazo. En el alambre, Sánchez ha salvado votaciones clave in extremis gracias al error de un diputado del PP, a la posición de Vox o la abstención de algún partido de la oposición. Ha vivido al límite y, por ahora, le va saliendo.
Varios de los ministros de los últimos años consultados explican que el cambio principal entre el Sánchez de la oposición y el Sánchez del Ejecutivo se encuentra en su relación con la política exterior y, especialmente, por haber detectado que ahora se gobierna en coalición con Bruselas.
Explican que en las cumbres europeas es donde se encuentra más cómodo, como las de la aprobación de los fondos UE o de respaldo a medidas económicas del Gobierno. Casi siempre con el apoyo de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, que siempre aparece cuando más la necesita, según la broma habitual en Moncloa. Antes logró un nivel de compenetración notable con Angela Merkel y en ocasiones con Emmanuel Macron.
Temor a la calle
Su Instagram está lleno de fotos con esos líderes mundiales, pero vacía de fotos con ciudadanos de a pie. A su característica ausencia de proximidad se suma ahora su temor a los abucheos e insultos, según miembros de su equipo. Hace meses se inició una operación para “humanizarle”, que no ha avanzado como deseaban.
Otra de las características del mandato de Sánchez que destacan sus ministros y el resto de partidos es el presidencialismo. Ninguno de sus antecesores ha sido tan presidencialista en el régimen parlamentario español.
Hace cuatro años, reunió los votos de la izquierda, del independentismo y del nacionalismo vasco a raíz de una sentencia de la Audiencia Nacional que vinculaba al PP con la corrupción de Gürtel.
Sólo unos días antes las crónicas aseguraban que Rajoy se había asegurado concluir la legislatura tras aprobar los Presupuestos con los votos del PNV.
El partido de Andoni Ortuzar y Aitor Esteban fue el último que se incorporó al acuerdo de la izquierda para la moción de censura. El presidente del PNV había trenzado una buena relación con Rajoy, con largas charlas en la Moncloa sobre política y sobre fútbol.
De hecho, el cambio de posición para acabar con Rajoy le produjo esos días a Ortuzar una especie de somatización de estrés que se manifestó en unas molestas heridas en la boca.
Flexibilidad o incoherencia
En esa práctica de acuerdos, ha sido fundamental otra característica de Sánchez que admiten miembros de su Gobierno y, por supuesto, de los partidos con los que ha pactado hasta ahora. Es lo que los suyos califican como flexibilidad, adaptación a la realidad según sus socios y ausencia de principios según sus muchos críticos.
En esa adaptación a las circunstancias empezó con acuerdos puntuales con los partidos que le apoyaron en la moción de censura. Luego, tras las elecciones de abril de 2019, intentó un acuerdo con Ciudadanos.
Con el partido que entonces dirigía Albert Rivera, Sánchez hubiera podido gobernar con comodidad. Sumaban 180 diputados y Rivera hubiera sido vicepresidente del Gobierno si hubiera querido.
Pero al líder de Ciudadanos se le nubló la vista por el mal de altura, entendió que podía sustituir al PP en el centroderecha y se negó al acuerdo.
De ahí, Sánchez pasó a intentar la investidura con Podemos. Hasta el mismo momento de la votación de investidura lo pretendió, con oferta de ministerios concretos. Pablo Iglesias no aceptó y se llegó a las elecciones repetidas de noviembre de 2019.
Antes, Sánchez dijo aquello de que no podría dormir si pactara con Unidas Podemos y dio un giro en campaña hacia la moderación que incluyó el compromiso de traer a España a Carles Puigdemont y un todo de dureza con los líderes del independentismo. Todo eso quedó aparcado cuando la repetición de elecciones fracasó y cerró un acuerdo rápido con Iglesias para gobernar en coalición.
El miedo a Vox
Desde entonces, Sánchez ha vivido cada semana apoyado en el llamado bloque de investidura, pero con coqueteos a Ciudadanos en busca de mayorías alternativas que no han llegado a concretarse. De hecho, mantuvo pulsos con Iglesias por ese intento de ampliar su mayoría que siempre se resolvieron en favor del bloque.
Rompió incluso el precinto de los acuerdos con Bildu. Primero en una de las convalidaciones del estado de alarma y ahora casi cada dos por tres, en cualquier votación, hasta normalizar el acuerdo con la izquierda abertzale.
Semana a semana Sánchez ha ido sacando adelante 140 leyes, aprobando decretos de estados de alarma (reprendidos luego por el Tribunal Constitucional) y sin perder casi votaciones.
Varios de sus ministros aportan también como característica de su mandato el atrevimiento, por ejemplo, de avanzar en el diálogo con Cataluña y aprobar los indultos contra casi todos. Eso, en sus críticos, se convierte en obstinación y en instinto de conservación para no perder apoyos y mantenerse en el cargo, y están convencidos de que, si es preciso, dará un giro hacia la dureza frente al independentismo en vísperas de las generales de 2023.
La coalición ha vivido tensiones retransmitidas casi en tiempo real, pero ha sobrevivido con Pablo Iglesias y luego con Yolanda Díaz. Y en ese tiempo, Sánchez ha visto cómo coaliciones similares del centroderecha se rompían en Madrid, Andalucía, Castilla y León y Murcia.
Sánchez ha encontrado el pegamento necesario para mantener su Gobierno en el ascenso de Vox. Ninguno de sus apoyos va a mover un dedo contra él mientras haya riesgo de que la extrema derecha entre en un Gobierno si se rompe la coalición. Santiago Abascal ejerce así de apoyo involuntario de Sánchez, tal y como le dijo Pablo Casado al líder de Vox en aquella moción de censura simbólica de otoño de 2020.
Por eso, Sánchez no ha eludido estrategias que puedan dar fuerza a la extrema derecha frente al PP. O a Isabel Díaz Ayuso, en su momento, para debilitar a Casado.
Sin temblarle el pulso
¿Quienes le han acompañado en este tiempo?
Pese al inopinado éxito de la moción de censura hace cuatro años, Sánchez llevaba meses haciendo una especie de casting de posibles candidatos o colaboradores, y de ahí sacó nombres para su primer Consejo de Ministros. Era un Gobierno “fotogénico” que incluía a su núcleo duro de colaboradores (Carmen Calvo, José Luis Ábalos y Margarita Robles), “frivolidades” y sorpresas (Màxim Huerta, Pedro Duque, Fernando Grande-Marlaska y Dolores Delgado) y mensajes de tranquilidad a Europa y a los inversores (Nadia Calviño).
Aquel Gobierno en minoría tuvo un arranque dubitativo con las salidas de Huerta y de Carmen Montón por escándalos de su pasado.
En su equipo más cercano, era Iván Redondo el que marcaba el paso para salvar cada semana. Este reconocido consultor, que colaboró para el triunfo de la moción de censura, había sido antes asesor de candidatos del PP. En la Moncloa creó un potente gabinete obsesionado con el relato, los grandes actos y el culto al presidencialismo.
Así fue hasta julio de 2021, cuando en su primera crisis de Gobierno, Sánchez mudó la piel y prescindió de quienes le ayudaron a llegar a la Moncloa en 2018. Lo ejecutó haciendo gala de otra de las características que se percibe dentro y fuera de su equipo: aparente falta de sentimiento y desapego cuando hay que proceder a una destitución. No le tiembla el pulso.
Algunos de los que le eran más próximos y que fueron destituidos no han podido tener aún ni una breve conversación con él.
Cayeron Calvo, Ábalos y Redondo, y el presidente volvió a sus orígenes con socialistas con los que compartió escaño en el Congreso y con fontaneros del PSOE con los que arrancó su carrera (Óscar López, Antonio Hernando, Francesc Vallès, Pilar Alegría o Isabel Rodríguez). Ha mantenido el equipo económico, con incremento del poder de Calviño.
No entiende el desgaste
Controla totalmente su partido, sin crítica interna, y mantiene a Adriana Lastra en el PSOE, con diferente función, y a Santos Cerdán como eficaz negociador. Sánchez bajó el pulso al PSOE y cuando ha intentado revivirlo para remontar en las elecciones apenas lo ha conseguido. De hecho, ha recibido duras derrotas electorales en lo que el PP ve un camino triunfal hacia las generales y la Moncloa.
Pablo Iglesias, hoy retirado de la política activa, asegura que no percibe gran cambio entre el Sánchez de hace cuatro años y el de ahora, sólo mayor peso del PSOE en el presidente.
En el equipo del presidente se cuenta que Sánchez es un líder que está encima de todos los asuntos. Llama y escribe a todas horas a los ministros para interesarse por casi todo; escucha mucho y a veces no responde cuando se le explican los temas, aunque los procesa y madura en su cabeza y se esfuerza por transmitir en reuniones del Gobierno entereza para mantener la legislatura.
Aseguran que sólo le han visto “tocado” en el inicio de la pandemia, cuando se desconocía casi todo del coronavirus, no había material de protección, hubo que parar la economía y, además, su familia cayó infectada.
Tiene una excelente relación con Yolanda Díaz y aspira a mantener acuerdos con ella tras las generales, si es que avanza el movimiento político que promueve la vicepresidenta y pueden sumar escaños suficientes frente a la derecha.
Estas semanas, los colaboradores del presidente explican que está obsesionado porque no entiende que, con las medidas sociales que ha aprobado, le esté abandonando el electorado y no se le reconozca. Tampoco comprende que la subida del salario mínimo y de las pensiones se traduzca en desgaste en las elecciones celebradas y en malas previsiones de las encuestas.
Para el PP, todo eso demuestra el alejamiento de Sánchez de la verdadera realidad de los ciudadanos, afectados, por ejemplo, por la inflación y las dificultades para llegar a final de mes.
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