Rubén Amón es periodista y escritor. Participa en 'Más de Uno', 'Espejo Público' y 'El Hormiguero'. Presenta 'La Cultureta'.

Rubén Amón es periodista y escritor. Participa en 'Más de Uno', 'Espejo Público' y 'El Hormiguero'. Presenta 'La Cultureta'. Asís G. Ayerbe

Política ENTREVISTA

Las tertulias políticas, contadas por Rubén Amón: cuántos "ventrílocuos" hay, qué cobran, qué pasa con los móviles

  • "Los tertulianos que siguen la consigna de un partido están corrompiendo los debates y la profesión".
  • "La perversión del debate izquierda-derecha proviene de considerar que Sánchez es de izquierdas cuando es sólo un oportunista".
  • Amón publica 'Tenemos que hablar' (Espasa, 2024), un ensayo lleno de luz, ritmo y provocación sobre la palabra en los tiempos de la censura, la soledad y la tecnología.
  • Entrevistadores invitados: Carlos Alsina, Rosa Belmonte, Carlos Rodríguez Braun y Félix José Casillas.
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Las tertulias de radio y televisión son como el 23-F o el asesinato de Kennedy. Se han convertido en una permanente teoría de la conspiración a ojos de quienes las ven y de quienes las escuchan. Son muchos los españoles que ven en ellas un guion, un teatro, un nido de mercenarios. Sin embargo, millones y millones de personas las consumen. Se insulta y se idolatra al tertuliano a partes iguales. Una contradicción marca nacional: amor, odio y conspiración. Todo a la vez. 

Rubén Amón (Madrid, 1969) ha escrito un libro desde dentro de la tertulia sin dejar terreno a la especulación. Ahí está todo. Cuánto cobra el tertuliano, qué son los tertulianos políticos, cómo distinguir a un tertuliano independiente, qué pasa en estudios y platós antes y después del directo, qué ocurre con esos móviles que están sobre la mesa, cuál es la relación entre los partidos y los tertulianos. Y así hasta dejar la cosa desnuda. Hasta desnudarse. Pedimos, no obstante, fotografías vestido.

Amón, por ceñirnos a uno de esos tópicos que tanto le encienden, “tira de la manta”. Lo hace después de haber participado en...

–Habrá hecho usted un cálculo. ¿En cuántas tertulias?

–No lo sé.

–¡Cientos!

–No lo sé.

–¡Miles!

–Oiga, mire...

–¡Miles y miles! ¿Quizá millones?

–Venga, póngalo, he participado en miles de tertulias.

Tan joven, Amón, de la generación de José Luis Balbín, y ya lleva miles de tertulias a sus espaldas. Qué barbaridad. Es habitual en el programa de Alsina, en el de Susanna Griso y en El Hormiguero. Presenta La Cultureta en Onda Cero.

Esta sería, digamos, la parte del libro con la que el lector puede saciar su curiosidad por la tertulia, pero Tenemos que hablar (Espasa, 2024) resulta algo mucho más profundo. No habla solo de la radio y de la tele. Desmiga la conversación en su vertiente más amplia, más humanista: la malsana relación con la tecnología, la proliferación de los tópicos, el miedo a ofender, la hipersensibilización, el victimismo imperante, el dogmatismo de la tolerancia, el puritanismo de la izquierda, la acracia de la derecha. Todo ello salpicado de las conclusiones de filósofos contemporáneos, de las referencias clásicas y de sus propios hallazgos.

Tenemos que hablar es un ensayo lleno de luz, ritmo y provocación que nos reconcilia primero con nosotros mismos y después con el de enfrente, que nos empuja a la revolución de la palabra.

Uno de los primeros trabajos de Amón fue el de corresponsal de guerra en los Balcanes. ¿Hay mejor lugar que ese para prepararse de cara a las tertulias? Luego se instaló en Roma y París. Ahora cree que vive en Madrid, pero lo hace en San Sebastián de los Reyes (Atresmedia).

Hijo del gran humanista Santiago Amón –el último charlista en el mejor sentido del término–, heredó de él ese cocktail de afecto y respeto por la cultura en todas sus dimensiones. Lo mismo da la ópera que los toros. Se fogueó en Antena 3 Radio, escribió en El Mundo y El País cuando la prensa era bipartidista.

Hemos estudiado antes de venir. Amón es el “policía de asuntos internos” de los tópicos y puede descuartizarnos, pero disponemos del listado de clichés que aparece en su libro para devolvérselo como un bumerán.

Seguro que no es tan duro como parece. Pensamos en saludar diciendo “buenos días, mi Amón”, pero no hay tiempo. Otra tertulia está a punto de empezar. Con Montanelli, define al periodista como “un océano de sabiduría con un centímetro de profundidad”. ¡Vamos a lanzarnos de cabeza, a ver si nos la rompemos!

La conversación transcurre junto al estudio de Onda Cero. En este marco incomparable, vamos a poner en valor la hoja de ruta de las tertulias. Hablaremos de cuestiones de interés general, de que no todo vale en política, de las líneas rojas que no se deben cruzar, de la pertinencia del consenso, de asumir las reglas que nos hemos dado, de tender puentes, de una escucha proactiva, del sentido de Estado, de la tolerancia cero frente al totalitarismo. Así será esta entrevista desde el minuto uno.

–¿Por qué España es el país sagrado de los tertulianos? Explica varios factores en el libro: la poca pasta que cuestan a los medios, su buen funcionamiento en términos de audiencia, su encaje con la polarización.

–La tertulia es la charla de bar estilizada. Cuanto más se polariza la sociedad, más fanática se vuelve la tertulia y más se reconocen en ella espectadores y oyentes. Hay una relación perversa entre lo que el tertuliano dice y lo que el ciudadano desea. La fórmula de la tertulia es imbatible porque resulta muy barata y porque el concepto de la “todología” está muy extendido en la sociedad. 

–Eso es clave para la identificación del tertuliano y el espectador. El tertuliano habla de todo porque nosotros hablamos de todo. 

–Exacto. En ese sentido, no es difícil identificarse con los tertulianos. En la tertulia de hoy se busca más el juego de contrastes que el debate de ideas. Las tertulias han perdido reputación, pero han recuperado peso porque, cuando se fanatiza la sociedad, el tertuliano es el ejecutor perfecto. 

–¿Cómo funciona esa identificación? ¿La tertulia es el reflejo de la sociedad o la sociedad acaba siendo reflejo de la tertulia? 

–Es un viaje de ida y vuelta. Resulta difícil encontrar ese matiz. 

Amón acaba de publicar Tenemos que hablar (Espasa, 2024), un ensayo sobre la conversación.

Amón acaba de publicar "Tenemos que hablar" (Espasa, 2024), un ensayo sobre la conversación. Asís G. Ayerbe

Cuenta Amón en el libro el origen de la tertulia tal y como la entendemos ahora. Fue obra de Fernando Ónega. Solía organizar este periodista unos almuerzos donde algunos colegas de la canallesca charlaban con un invitado. Un día, el invitado no fue. Y no quedó más remedio a los periodistas que charlar entre ellos. 

Ónega –escritor de discursos de Suárez, director de informativos en mil y una cadenas– pensó: “Joder, si esto es mucho mejor que con el invitado”. Entonces, trasladó esa “tertulia” a los medios de comunicación. Hasta hoy.

Aparte de jamón, queso y flamenco, España lleva tiempo exportando la tertulia. Amón, recién regresado de París, ha testado cómo el género comienza a ocupar espacios que antes no tenía.

Lo considera un formato insuperable. Una compañera le dijo en el 2000, cuando se inició en la tertulia: “Esto se está acabando, hay signos de decadencia”. Ha pasado un cuarto de siglo y cree que, como poco, le queda “otro cuarto de siglo”.

–Pasa por muy buen momento, entonces.

–Cuando los ideadores de las parrillas se plantean qué poner si no es una tertulia, no encuentran otra cosa mejor. Como decía, es barato y las audiencias les dan la razón. Los tertulianos cobran muy poco y rellenan muchas horas. 

Amón sitúa en el libro el rango medio en los 150-300 euros por tertulia. Este importe, no hace tanto tiempo, llegó a alcanzar los 6.000 euros en programas como aquel mítico 59 Segundos que ahora ha resucitado Televisión Española. 

La circunstancia actual –explica Amón– ha creado la figura del tertuliano “estajanovista”. Ese que posee el don de la bilocación y la capacidad de sostener una opinión contraria en dos tertulias a la vez.

–El tertuliano gana poco en comparación con épocas anteriores, pero sigue siendo la estirpe más alta, en términos económicos, del periodismo. Diga en una redacción que el tertuliano gana poco. Se monta una buena.

–Eso demuestra la precariedad que sufre la profesión y explica también la mansedumbre ante los poderes. La prensa es hoy un contrapoder con muy poco poder. Pero me reafirmo en que la cotización de un tertuliano está muy por debajo de lo que debería. Se dice eso de “maratoniano”. Hay programas que duran más de lo que se suele tardar en correr una maratón.

Una ficción

Del mismo modo que cada ciudadano acaba siendo en sus redes sociales “una ficción” de sí mismo; el tertuliano también se convierte en una especie de actor, en un trampantojo.

–¿Y usted? ¿Quién es realmente? ¿Cuál es la distancia que separa a su tertuliano de usted?

–Hay muchísima distancia entre los dos. El personaje que vive de cara a la opinión pública no tiene nada que ver conmigo. Por eso no me soporto, no puedo verme ni escucharme. Mi tertuliano está muy alejado de mí, pero no de lo que pienso. No soy un impostor. Si pudiera, no iría a ninguna tertulia. Si pudiera, no trabajaría. Prefiero no escribir a escribir, prefiero no hablar a hablar, prefiero no salir en la tele a salir. Pero hay que ganarse la vida de alguna manera, ¿no? 

Amón explica que coloca un muro –¡como Sánchez!– entre su intimidad y lo que aparece en televisión. No concede un centímetro de su vida privada ni en directo ni en las redes sociales. Es una manera de protegerse. Su vínculo con la realidad mediada es “estrictamente profesional”.

Para no querer ser un estajanovista ni tener el don de la bilocación, usted, lector, se preguntará con razón por qué ve y oye tanto a Rubén Amón. Pudo ser corresponsal, cronista parlamentario, informador político, pero…

–Oiga, eso, ¿por qué decidió ser tertuliano? Pudo hacer casi cualquier otra cosa.

–¿Lo interpreta usted como un desenlace degenerativo? 

–Como la constatación de un hecho.

–Tengo que resolver de la mejor manera la ecuación tiempo-implicación-remuneración. 

–Quiere trabajar lo menos posible.

–La tertulia es la fórmula menos agresiva de trabajar. Llevo muchos años sembrando. He dado mucho por esta profesión, y no me gustaría que sonara victimista. Ahora soy un lejano observador que dedica poco tiempo al trabajo y que trata de relacionarlo lo mejor posible con la remuneración.

Amón participa desde hace años en la tertulia política de 'El Hormiguero'.

Amón participa desde hace años en la tertulia política de 'El Hormiguero'. Asís G. Ayerbe

La salud del tertuliano es, como decíamos, algo contradictoria. Por un lado, lo paran por la calle, lo abrazan y se hacen fotos. Por el otro, lo insultan y lo llaman sicario. “Estos no tienen ni puta idea de lo que hablan”, se suele escuchar.

Amón lo resuelve con esta frase: “El tertuliano tiene una buenísima mala reputación”: “En esa ambigüedad se sitúa la relación orgánica entre el tertuliano y su público. Es difícil salir de esa perversión”.

–¿Y cómo se sale?

–No hay que hablar para un público propio. El deber del tertuliano es decir lo que piensa y sacudirse la tentación de convertirse en un personaje. En el tertuliano puede conjugarse la idea de ser idolatrado con la pérdida progresiva de la reputación. 

–Usted es una persona muy mayor, por tanto, podría responderme a esto con conocimiento de causa: ¿las tertulias de hoy son peores que las de antes o es falsa nostalgia? 

–Tenemos muy idealizada la tertulia del pasado. Me gusta mucho una frase de Vigalondo: “Los españoles, habiendo sólo dos cadenas de televisión, nos permitíamos no ver una”. Ese segundo canal que nadie veía está sacralizado. Tenemos una visión nostálgica de ese pasado. Sin embargo, es cierto que la tertulia se ha polarizado al mismo ritmo que se ha radicalizado la sociedad. Y esa polarización está llevando la tertulia al límite. 

El tertuliano político

Existe una concepción extendida injustamente entre la gente: “El tertuliano es mayoritariamente el sicario de un partido”. Todos son políticos. Cuando alguien le recrimina eso por la calle, ¿qué se le dice para sacarle de ese supuesto? 

Amón acuña en su libro la teoría de los tercios. Un tercio son los tertulianos, efectivamente, políticos. A la orden de la consigna. Luego están los tertulianos “corporativos”, esos que buscan el favor de empresas y amigos para sostenerse. Y, por último, los “no alineados”, los independientes. 

“La tertulia está corrompida por las consignas políticas y las imposiciones de los partidos. Por esos los compañeros que responden con argumentario malogran la reputación de la profesión”, dice Amón en el momento de mayor gravedad de la entrevista.

–¿Qué le parece más peligroso? ¿El tertuliano político o el tertuliano corporativo?

–Los corporativos me parecen más entrañables porque tienen una carga ética menos cuestionable que la de los tertulianos de partido. Estos últimos son los que más degradan la profesión. Ellos mismos son los primeros que sienten lo embarazoso de su situación.

–¿A qué se refiere?

–Son los primeros en darse cuenta de lo que dicen. Cuando tienen convicciones tan asentadas y, de repente, se ven obligados a cambiarlas… Pongamos por caso la amnistía. Pasaron de decir que no cabía en la Constitución de ninguna manera a cambiar radicalmente en el plazo de unos días. Ellos mismos son conscientes de su corrupción moral.

–El propio dibujo de los platós determina a veces el debate. 

–La polarización me resulta desesperante. Confundimos los principios y los valores con la servidumbre al poder. Tendría que ser irrelevante ser de izquierdas o derechas para criticar al PP con la misma contundencia con la que se critica al PSOE. ¿Qué tendrá que ver? Algunos dicen que la tertulia de El Hormiguero no es plural porque todos pensamos lo mismo respecto a que un fiscal general abuse de la privacidad de un ciudadano para favorecer a Moncloa. Eso no es un problema político, es un problema de decencia.

–Le he pedido a Alsina, patrón de su tertulia, una pregunta para usted: “¿Con quiénes te cuesta más hablar?”. 

–Para mí, es desesperante enfrentarme con la consigna. A mí no me cuesta esfuerzo afrontar un debate de ideas. Me gusta, ¡todo lo contrario! Es cierto que el tertuliano rara vez da la razón. Se suele contar un ejemplo de David Gistau en 2006, que le dijo al de enfrente: “Pues tienes razón”. Eso es hoy como una epifanía. No soporto hablar con ventrílocuos, con quienes no hablan en su nombre. 

–Supongo que es consciente de que el hecho de colocarse a sí mismo entre los “no alineados” hará que muchos tertulianos adversarios lo consideren un pedante. 

–Lo sé. Asumo que soy un pedante por hacer oraciones subordinadas. En España hoy, manejar el lenguaje con algo de elaboración te convierte en un pedante. Hay que tomarse en serio la tertulia. Quienes lo hacemos nos sentimos amenazados por quienes no lo hacen. 

La perversión del debate

A estas alturas de la entrevista, y con lo rápido que transcurren las noticias, más de uno se sorprenderá de que Rubén Amón votara a Pedro Sánchez.

–Usted votó a Sánchez. 

–Sí. No lo digo con orgullo. Lo voté porque Podemos estaba a punto de adelantar al PSOE y me pareció una manera de evitarlo. Creo que aquella fue una emergencia que a muchos nos concernía. También me pareció sano votar a Ciudadanos cuando nadie lo hacía. Los voté cuando se quedaron con diez escaños y también en la gran victoria de los 57. Más allá de que Rivera malograra el proyecto, muchos encontramos al fin un espacio de extremo centro donde desquitarnos de las etiquetas. Que la gente dijera que yo era de Ciudadanos no me molestaba lo más mínimo. 

–Con Sánchez, el debate ha dado un vuelco. Se podría acuñar un grupo: “Los que no eran de derechas”. Hay infinidad de analistas que, sintiéndose de izquierdas, se ven incapaces de estar de acuerdo con el Gobierno en su proyecto de país.

–Ese malentendido proviene de considerar que Sánchez es de izquierdas. Llevar el cargo de secretario general del PSOE y hablar de sí mismo como líder de izquierdas no lo convierte en alguien de izquierdas. Y menos cuando pacta su camino de supervivencia con la extrema derecha catalana. La impostura no está en quien se granjea la fama de ser de derechas por estar en contra de Sánchez, sino en Sánchez imponiendo la idea de que él representa el progreso cuando sólo representa la oportunidad. 

–Sánchez fue el más liberal de los socialistas cuando pactó con Rivera… y cuando intentó ser tertuliano de Alsina, así lo revela usted en su libro [el presentador de Onda Cero rechazó su fichaje y, por su culpa, el político madrileño buscó ganarse la vida de otra manera].

–Exacto. Ese era el Sánchez de antes de ser Sánchez. 

–El profesor Rodríguez Braun le dice: “El mundo de la cultura suele ser poco liberal. ¿Y La Cultureta?”.

–Es un programa totalmente iconoclasta. “No nos casamos con nadie”.

–Dice que la izquierda se ha hecho puritana y la derecha ácrata. 

–Víctor Lapuente escribió que la izquierda ha matado a la patria y la derecha ha matado a Dios. En esos dos extremos, uno se ha encorsetado y otro se ha liberado. Cuando discutimos los límites de la libertad de expresión, la izquierda los vigila por exceso y la derecha los descuida por defecto.

–¿Y qué hay de sus propias contradicciones? Le dice Félix José Casillas: “El Atleti lleva siete victorias seguidas, su estadio y su camiseta portan patrocinador árabe. Su CEO es un alto cargo en la liga de clubes europeos. Tiene al entrenador mejor pagado del mundo y es el club que más gastó en fichajes. Pero el mensaje de que se trata del equipo del pueblo y de que los poderosos están al otro lado sigue en la mentalidad rojiblanca. ¿Pasa lo mismo en la política?”. 

–Hay un ejemplo muy claro: el Congreso federal del PSOE. La burbuja eufórica con la que algunos pueden distanciarse de la realidad. Soy un atlético crítico. No soporto el lenguaje del pupas, del victimismo, que el nombre tenga la dedicatoria a Arabia Saudí, las relaciones con el fútbol árabe… A eso me refiero con el espíritu crítico cuando los propios valores están en juego. La forma de proceder del Atleti contemporáneo no me gusta nada.

Amón fue corresponsal en la guerra de los Balcanes.

Amón fue corresponsal en la guerra de los Balcanes. Asís G. Ayerbe

Tópicos, muletas y móviles 

Amón tiene, durante la entrevista, el móvil en la mesa… bocabajo y en silencio. Es, quizá, una manera de no mirarlo, de vencer la tentación. Nuestra relación con la tecnología está detalladamente descrita en su ensayo. Y también puede trasladarse al mundo del tertuliano. Da vértigo.

El tertuliano exhibe un gesto que es costumbre: cuando acaba de hablar –o mejor dicho, cuando empieza a hablar el otro–, agarra su móvil y se disuelve en lo que ve en la pantalla.

–La tertulia como sucesión de monólogos, dice usted.

–Sí. Ocurre en la sociedad en general. Aunque con un matiz: la obsesión de algunos tertulianos con el móvil proviene de recibir instrucciones en directo. Dicho esto: ¿cómo va a ser una tertulia un lugar donde nadie se escucha? 

Amón describe en su libro la llamada “regla de Godwin”. Nosotros no teníamos ni puñetera idea de lo que era, pero más o menos dice así: conforme avanza la tertulia, se va incrementando la posibilidad de que alguien cite a Hitler. Una regla que se cumple casi al minuto.

–En España, podría adaptarse esa regla cambiando a Hitler por Franco, ¿no?

–Franco, Trump, Venezuela… Muchas veces se dice: “Esto es como Venezuela”. Yo no digo que no existan pulsiones totalitarias en nuestro presidente, tampoco niego ese sabor nostálgico de Abascal. Pero esas comparaciones maximalistas que asocian a Iglesias con Stalin, a Sánchez con Maduro y a Abascal con Franco deterioran el debate y, además, banalizan todos esos fenómenos totalitarios.

–Escribe en el libro que citar a Hitler es un acto de capitulación, una manera de rendirse en el debate.

–Sí. Y con una consecuencia perversa: la ridiculización de los episodios más nauseabundos de la Historia.

–Citar a Hitler es un tópico. ¿Cuáles son los tópicos que más le sublevan?

–Hay dos. “Su cara era un poema”. ¡Un poema de quién! Y el peor de todos: “Es un escenario dantesco”. Alguien tendría que tener el valor de decir en una playa del Caribe: “Es un paisaje dantesco”. Porque dantesco es tanto el paraíso como el infierno, pero sólo citamos a Dante para hablar del infierno. 

–Una visión interesante del libro: los tópicos, en la mayoría de casos, fueron antes grandes éxitos. El primero que escribió “pobre como una rata” era un genio.

–“Ojos como platos”, “rojo como un tomate”, “pobre como una rata”. Piense en el tío que escribió por primera vez: “En un marco incomparable”. Estaba aportando una originalidad, pero cuando las expresiones se fosilizan, si se siguen utilizando, quedan huecas.

–Para acabar, un torero, Belmonte, con el nombre de Rosa, le dice: “Hay mujeres que te adoran y hombres que te odian. Y viceversa. No lo digo por las redes sociales. Me lo dicen a mí a la cara. ¿Te tomas esto como el triunfo y el fracaso, según Kipling? Los dos impostores”.

–Es una buena señal no aspirar al convencimiento, es una buena señal no conseguirlo. Es una buena señal que te critiquen y te aplaudan por lo mismo, que no sepan clasificarte.