Tomás Serrano

7º Aniversario de EL ESPAÑOL

Terrorismo, polarización… así ha cambiado el mundo desde que nació El Español

En los siete años de vida de EL ESPAÑOL, nuestro periódico ha informado de las cuatro plagas que han marcado al mundo durante este tiempo: Terrorismo, Inestabilidad, Rusia y Covid.

31 octubre, 2022 02:45

Este jueves, 3 de noviembre de 2022, en el ESPAÑOL celebramos el séptimo aniversario de nuestro nacimiento. En realidad somos un poco más viejos, pues tendremos exactamente 2.577 días más de vida desde el 14 de obtubre de 2015 en que vimos la luz. Pueden parecer muchas jornadas, aunque hubiéramos necesitado bastantes horas más en cada una de ellas ahora que los jinetes del Apocalipsis han pasado a llamarse Terrorismo, Inestabilidad, Rusia y Covid.

Siete años dan para mucho y quizás estos últimos han sido los más movidos de este siglo XXI. A principios de aquel septiembre de 2015, cuando EL ESPAÑOL aún probaba su versión BETA, la foto del niño Aylan muerto en una playa cuando su familia intentaba huir del infierno de Siria conmocionaba al mundo. Aquello suponía el comienzo de una escalada de terrorismo, polarización, guerra y enfermedad que ha ido empeorando con los años, los mismos años en que nuestro periódico lo ha contado todo fielmente. Todo.

Terrorismo

Con la maquinaria aún por engrasar, el primer test real de la redacción que dirige Pedro J. Ramírez llegó en torno a las 21.00 horas del viernes 13 de noviembre de 2015. A través de informaciones difusas, tuits contradictorios e imágenes esperpénticas, llegaban a los periódicos de medio mundo las primeras fotos y vídeos de gente corriendo por las calles de París, los primeros rumores de tiroteos y la amenaza de la palabra más temida: atentado.

La sala Bataclan, en París.

La sala Bataclan, en París.

En aquellos mismos minutos, terroristas islamistas asesinaban a sangre fría a cientos de personas en la sala Bataclán y daban comienzo a un oleada de terror que sacudiría Europa durante varios años. Los atentados de París se cerraron con 130 muertos, más de 400 heridos y una sensación de derrota y rabia que el Estado Islámico ya había hecho experimentar a Francia. A principios de ese mismo año, el terrorismo volvería a golpear la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo y que unos pocos meses después también sufrirían en Bruselas, Nizá y Berlín.

Hubo 35 muertos y más de 300 heridos entre las tres explosiones que se sucedieron en el aeropuerto y el metro de la capital belga. Fueron más de 80 muertos y casi 500 heridos en la ciudad francesa, donde un residente de origen tunecino arrolló todo lo que encontró a su paso en el Paseo de los Ingleses con un camión de gran tonelaje el día de la fiesta nacional. Y fueron 11 personas muertas y más de medio centenar de heridos en un mercado navideño de la capital germana. Todo el mismo año.

Algunos de los asistentes al concierto de Ariana Grande en el Manchester Arena, en la calle después de producirse el atentado.

Algunos de los asistentes al concierto de Ariana Grande en el Manchester Arena, en la calle después de producirse el atentado. Reuters

Todo ello seguido del atentado en Manchester tras un concierto de Ariana Grande en mayo de 2017. Y del asesinato en 2018 de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul. Y de la matanza en 2019 en las mezquitas de Christchurch, Nueva Zelanda, por parte de un supremacista blanco armado hasta los dientes. Y del asesinato, ya en 2021, de los periodistas españoles David Beriain y Roberto Fraile a manos de una facción de Al Qaeda en Mali. Y, ya en este año, del asesinato por cuestiones políticas de Shinzo Abe en Japón, del asalto a Salman Rushdie que le ha dejado tuerto y, sin duda, de la matanza de Uvalde, en Texas, donde un hombre de 18 años asesinó a placer a 21 adultos y niños en una escuela infantil durante más de una hora antes de que interviniera la policía local.

Inestabilidad

Los crímenes sangrientos no han sido, sin embargo, lo único que ha conmocionado al mundo, ni lo único que amenaza la convivencia. Buen ejemplo de ello es Sudamérica. Chile, con Gabriel Boric casi recién elegido y la polémica sobre su Constitución populista y postmoderna. Argentina, con aquella victoria de Mauricio Macri en 2015, la vuelta al kirchnerismo con Alejandro Fernández, la eterna amenaza del default, la muerte del fiscal Nisman y la persecución judicial de Cristina Fernández, intento de asesinato frustrado incluido. Brasil, con el impeachment a Dilma Roussef en agosto de 2016, Lula encarcelado por Sergio Moro y Bolsonaro en el poder mientras arde el Amazonas y él reniega de las vacunas de la Covid. Perú y las irregularidades recientes de Pedro Castillo en su ascenso al poder, más allá de los graves insultos que profirió en su investidura contra España y contra el rey Felipe VI. Todo esto sin hablar de Colombia, la esperanza del acuerdo de paz firmado con las FARC y lo que vino después.

Y Venezuela... 

Disturbios en una zona mapuche de Chile en agosto de 2020.

Disturbios en una zona mapuche de Chile en agosto de 2020. Reuters

El 6 de diciembre de 2015 marcó un antes y un después para Venezuela. Por primera vez en 17 años, la oposición al chavismo bolivariano conseguió una victoria. 112 de los 167 diputados de la Asamblea Nacional. Una mayoría absoluta sin paliativos que, en realidad, no rebajó un ápice el poder de Nicolás Maduro. El 30 de julio de 2017, el gobierno venezolano llamó a las urnas para formar la Asamblea Nacional Constituyente Comunal para retirar cualquier poder a un organismo que había sido reconocido internacionalmente. En mayo de 2018, Maduro resultó reelegido hasta 2025 en unos comicios absolutamente opacos, sospechosos de manejos generalizados, sin supervisión internacional efectiva y con la mayor parte de la oposición ausente.

Sería a principios de 2019 cuando Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino de Venezuela y creó un gobierno paralelo. Ahí comenzaba un nuevo capítulo de la interminable crisis venezolana, en la que, en un primer momento, hasta 60 países reconocieron a Guaidó, quien desde entonces ha vivido en una montaña rusa de apoyos. Entre ellos se incluye el levantamiento de abril de 2019, conocido como Operación Libertad, que comenzó con la liberación de Leopoldo López y acabó fracasando por la falta de ayuda exterior. Desde entonces, aunque Venezuela no parece haber cambiado mucho, los intentos de negociación con Maduro de poco han servido y la oposición es optimista tras conquistar Barinas, el estado de donde era originiario Chávez, en las últimas elecciones regionales. 

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela.

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Leonardo Fernández Reuters

La desestabilización, sin embargo, no es patrimonio exclusivo de Sudamérica. En junio de 2016 David Cameron salía victorioso de su huida hacia delante y el exit ganaba al stay por 51,9% vs. 48,1% en la votación sobre el Brexit, originando la primera deserción en el seno de la Unión Europea. Un mes más tarde, Turquía desactivaba un intento de golpe de estado. Y si bien Emmanuel Macron lograba su primera victoria en mayo de 2017, se encontraría con París y media Francia en llamas un año después por los ya conocidos 'chalecos amarillos' y sus reivindicaciones por el alza de los precios

La salida de Angela Merkel del poder en 2021 tampoco ha contribuido a la tranquilidad en los últimos tiempos, aunque en esta franja España también ha aportado lo suyo, tensando las relaciones en el Mediterráneo. Una vez reconocida por parte de Pedro Sánchez la legitimidad de una Sáhara marroquí, las tensiones con Argelia se han multiplicado y los tres países afrontan una crisis diplomática no vista en décadas.

Seguidores de la permanencia en la Unión Europea siguiendo los resultados en Londres.

Seguidores de la permanencia en la Unión Europea siguiendo los resultados en Londres. Reuters

Evidentemente, en esta enumeración no se puede obviar el giro populista que Reino Unido ha experimentado de forma severa. Si lo de David Cameron fue una huida hacia delante, la política británica se ha convertido en un esperpento con la concatenación de Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y, ahora Rishi Sunak, aderezado con el fallecimiento del Duque de Edimburgo y de la reina Isabel II, lo que deja la corona en mano de Carlos de Inglaterra, probablemente el miembro de la familia real con menor apoyo popular. Los secesionistas están, además, afilando los cuchillos mientras en Downing Street siguen combatiendo los flecos del pésimo acuerdo del Brexit.

Italia es ahora el centro de todas las miradas. No sólo porque Georgia Meloni se haya convertido en la primera mujer al frente del gobierno, sino porque la autodefinida líder postfascista está intentando contentar a todos -Salvini, Berlusconi y Unión Europea- con la formación de su ejecutivo, mostrando una vena europeísta que puede chocar directamente con sus principios y acabar implosionando de forma inevitable.

Féretro de Isabel II en Londres.

Féretro de Isabel II en Londres.

Rusia

Prácticamente nada de lo anterior está exento de relación con Rusia. Desde Berlusconi o Maduro con Vladimir Putin, pasando por su apoyo financiero a sus aliados sudamericanos o los ataques continuos de sus hackers a los diferentes procesos electorales, empezando, de forma inevitable, por Estados Unidos. Una vez instalado en la Casa Blanca tras su victoria electoral en noviembre de 2016, Donald Trump tuvo que pelear durante todo su mandato por el Russiagate, un supuesto apoyo que el Kremlin le habría prestado (The New York Times informó de que "hackers de los servicios rusos de inteligencia militar interfirieron contra los demócratas en la campaña de 2016") y en el que estarían implicadas partes sustanciales de sus ayudantes, incluidos su propio hijo y su yerno. De hecho, la investigación del FBI no consiguió sustento suficiente para un impeachment, pero sí acabó con seis asesores del presidente en prisión.

Su cercanía a Putin no fue el único elemento desestabilizador de Donald Trump, quien se convirtió en el primer presidente de la historia de Estados Unidos en terminar su mandato sin haber entrado en un conflicto bélico. Eso sí, terminó su estancia en la Casa Blanca dejando tras de sí un país totalmente polarizado, con los republicanos mucho más escorados hacia la derecha, con protestas contra el sistema electoral y acusaciones de fraude tras la victoria de Joe Biden en las presidenciales de finales de 2020. Lo más preocupante de todo, alentando "personalmente", según la comisión de investigación, un intento de golpe de estado con el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 en el que murieron cinco personas.

El asalto al Capitolio de Estados Unidos.

El asalto al Capitolio de Estados Unidos.

La mano de Rusia, en cualquier caso, no se limitaba a ayudar a Trump, sino que poco a poco se extendía por todo el mundo. Lo ha hecho en África, donde los mercenarios del Grupo Wagner están intentando ocupar militarmente el espacio que ha dejado la misión internacional comandada por Francia, que ha abandonado el lugar en los últimos meses. Lo ha hecho en Europa central, desde Bielorrusia a Hungría pasando por esa enorme cantidad de repúblicas que casi nadie sabe ubicar en el mapa, pero que el Kremlin maneja con maestría. Lo ha hecho en Oriente Medio, donde sus relaciones con Arabia Saudí mejoran sistemáticamente. Y, desde luego, lo ha hecho con China, ese socio tradicional al que siempre mira con recelo pero sin el que no sabe vivir.

Argumentos todos ellos que han servido a Putin para envalentonarse en Ucrania.

Tras su avance en 2014 y el establecimiento de unas fronteras oficiosas, pese a los enfrentamientos entre ucranianos y prorrusos en las regiones de Donetsk y Lugansk, la excusa de que la OTAN representaba una amenaza para la integridad de Rusia se convirtió en una "operación militar especial" para hacerse con el control de Ucrania en 72 horas y colocar un gobierno títere en Kiev. 250 días después, la guerra se ha enconado, Ucrania tiene el apoyo firme de la Unión Europea y de Estados Unidos, Rusia se enfrenta a las mayores sanciones de su historia y la maquinaria militar de todo Occidente está detrás de Volodímir Zelenski y los suyos.

Putin no sólo no ha conseguido su anhelo de una blitzkrieg moderna, sino que ahora mismo, pese a las anexiones oficiosas del Donbás, Jersón y Zaporiyia, las fronteras han retrocedido respecto a 2014. Ucrania avanza con paso firme y se espera que los 200.000 hombres movilizados por Moscú entren en combate en los próximos días, en una nueva fase del conflicto en la que el invierno decidirá muchas cosas.

Un bombero trabajo en los escombros de un edificio residencial tras el ataque ruso sobre Zaporiyia.

Un bombero trabajo en los escombros de un edificio residencial tras el ataque ruso sobre Zaporiyia. Reuters

Covid

El jueves de la semana pasada, 27 de octubre, China anunciaba el confinamiento de los 800.000 habitantes de la localidad de Wuhan, sólo que esta vez no saltó ninguna alarma. Teóricamente, fue en su mercado donde un nuevo virús saltó de un animal a una persona y así se inicio la mayor pandemia que recuerda la Humanidad desde la gripe de principios del siglo XX. A día de hoy, el Instituto John Hopkins estima que más de 6,5 millones de personas han muerto por culpa del Sars-Cov-2 y que más de 630 millones de personas se han contagiado en algún momento de la Covid.

Durante la primera ola fueron cientos de miles los fallecidos. Los países contaban los muertos por centenares en el mismo día y los confinamientos apenas cambiaban la tendencia en los primeros momentos. El mundo contuvo la respiración durante meses. No había que respirar el mismo aire que los demás, no había que tocar superficies que pudiera haber tocado otro. Primero nos cerramos a los demás y después nos cerramos sobre nosotros mismos. Los confinamientos -el de España comenzó el viernes 13 de marzo de 2020- cortaron de raíz la vida en todo el planeta, el comercio estuvo cerca de colapsar, las relaciones sociales poco menos que desaparecieron, llegó la crisis económica, los problemas psicológicos, los entierros solitarios, los muertos sin velar, las familias rotas unidas apenas por el sutil hilo de Zoom.

Vista del hospital de campaña de IFEMA antes de que empezasen a llegar los primeros afectados por Covid-19.

Vista del hospital de campaña de IFEMA antes de que empezasen a llegar los primeros afectados por Covid-19. Reuters

Pero también fue la España de los balcones, el sacrificio de los sanitarios, los soldados jaleados en cada pueblo cuando fumigaban cada rincón, el reconocimiento a los trabajadores invisibles, a los limpiadores de los hospitales, a las cajeras de los supermercados, a los repartidores a domicilio... Por un momento, y sobre todo cuando llegaron las vacunas a finales de ese mismo 2020, todos soñamos con que saldríamos más fuertes pero...